Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Donde antes había calle


Compartir

Un terremoto que derrumba tanta vida es inconcebible para quien no lo ha sufrido. Por mucho que podamos imaginar lo que sería en nuestros lugares de vida y por mucho que empaticemos, no podemos hacernos idea de lo que supondría. Como titula Juan Antonio su película de 2012: es ‘Lo imposible’. Es tal el grado de demolición de todo nuestro mundo conocido que aunque intentemos reconstruir cómo caerían las casas, qué haríamos ante los escombros, cómo sobrevivir en el caos, solo podemos sobrecogernos ante algo que roza el misterio.



En esta foto dos niños que iban hacia el futuro ven cómo el mundo se les ha derrumbado. Caminan sobre los montículos de escombros que se han formado. Las casas que antes eran de uno u otro, ahora yacen mezcladas todas juntas. La riqueza suele disfrutarse en privado, pero la pobreza casi siempre es compartida.

Donde antes había una calle que comunicaba, cruzaba conocidos y desconocidos, acogía lo encuentros y conversaciones, abría mentes a los distintos rostros, era paso para necesidades y bienes, intercambios y ruido de vida, celebración y también inquietudes, donde se creaba ciudad y pueblo, ahora hay una barricada de escombros que la ha enterrado. 

Parecía lo imposible. Pienso en tantas calles que tenemos abiertas en nuestra vida: en la ciudad, en los teléfonos, Internet y otras vías de comunicación, fronteras abiertas, mares que cruzamos, pasillos aéreos que volamos, puertas y accesos a la educación hospitales, templos, bibliotecas, teatros, comercios, etc., todas las calles, parques y plazas de la ciudad y ciudadanía en las que coexistimos con desconocidos y convivimos con vecinos.

Lo imposible es posible

Pienso en las calles de la democracia donde vivimos entre instituciones que tantas generaciones, luchas, sacrificios e incluso mártires han sido cobrados para fundarlas y sostenerlas en pie. Y todo eso se puede venir abajo. Parece imposible, pero vivimos en un mundo en el que ya no podemos dar por garantizadas la democracia y la civilización. Parece imposible un terremoto político, social o económico, pero no solo es posible, sino cada vez más probable en la sociedad extrema en que nos ha tocado vivir. 

Quizás en medio de tanta incertidumbre política, la gran desvinculación y de los obstáculos que se han derrumbado sobre nuestras calles de la convivencia, muchos vamos como esos niños que vienen a nuestro encuentro. Esos niños no se detienen, siguen caminando pese a todo. Donde unos se cansan o rinden, los niños y jóvenes no solo se abren paso, sino que nos abren el mar para que sigamos adelante. Donde antes había una calle, tenemos que abrir otra nueva y más amplia para la fraternidad. 

Es difícil imaginar tal problema, pero es fácil ser parte de la solución. La calle de la fotografía no termina en una localidad de Marruecos, sino que termina en el mismo punto donde tú y yo estamos mirándola. Aquí.