Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Dios también sonrie


Compartir

Sigo dando vueltas al rostro taciturno de las modelos y esa prohibición de que sonrían para que no nos quedemos centrados en su sonrisa y prestemos atención a la ropa. Alguien me ha recordado esta semana que, al parecer, también el feto sonríe dentro del vientre materno. Lloramos al nacer, en esa primera bocanada de aire, pero sonreímos mucho antes, desde que existimos, casi como un resorte indiscriminado que, poco a poco, en los primeros meses de vida iremos matizando y dedicando a quien realmente nos gusta.



Y he recordado que ya el antiguo relato de creación de la tradición sumeria, similar al Génesis bíblico, expresaba que la alegría divina ante el ser humano es tan grande que se ilumina el rostro de Dios, le hace sonreír. Cada ser humano viene acompañado de una luz que lo envuelve y, a la vez, la fuente de esa luz es la misma mirada de Dios, “radiante” al contemplar esa nueva vida. Y no hay rostro luminoso que no sonría. Nunca. Tampoco el de Dios. Quizá hemos dejado poco espacio a la risa de Dios en nuestra fe, en nuestros templos, catequesis, homilías, escritos… Su sonrisa.

Hacer desfilar a Dios

Pareciera que hemos hecho desfilar a Dios por la pasarela del mundo sin sonreír, quizá porque queremos “vender” otras cosas que no son Él. No le hemos permitido sonreír demasiado para que la atención se fuera a otros “ropajes” y añadidos que le hemos puesto, y que a veces parecen importarnos más que Él mismo: ritos, normas, leyes, proyectos…

Y he pensado que haré todo lo posible para sacar a Dios de esa pasarela en que a veces le hemos metido, sin mala intención. Y que pondré toda mi atención en su risa que nos mira radiante y nos hace luminosos y sonrientes. Y nos ayuda a relativizarnos y a centrarnos en lo importante. Y como Sara decir: “Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oiga, se reirá conmigo” (Gn 21,6).

Porque la gente que sonríe es más bonita. Y más amable. No es ingenuidad. Es una caricia. Es una manera de confirmar al otro. También cuando Dios sonríe nos confirma y nos acaricia. No evita el dolor ni las dificultades. Pero alguien que te sonríe de verdad, está contigo. También Dios sonriendo al mundo y a esta historia nuestra, tan dañada. Como siempre, lo dice mejor un poeta:

“¿Por qué invisibles veredas / el Niño llega hasta aquí?

Su sonrisa dice sí / con nosotros se queda” (Gerardo Diego).