Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Desilusión o entusiasmo?


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Dos grandes pensamientos –modos de vida, de estar en la verdad– se esconden detrás de estas dos palabras. Y me gustaría dar, de primeras, a elegir entre ambas. ¿Con cuál te quedas? ¿Desilusión o entusiasmo?



He explicado a mis alumnos que la disyunción admite más opciones de las que pensamos a primera vista. La respuesta fácil es una. Luego nos damos cuenta de que quizá la otra. A lo mejor las dos. Y posiblemente ninguna, también es aceptable como respuesta.

Un mundo polarizado en extremo, condenado a elegir entre dos, no ve más allá de la pregunta. Y esto tiene consecuencias gravísimas. Como estamos viendo y sufriendo. A parte de la división y el enfrentamiento, de la “guerra” real y presente, se nos escapan más posibilidades.

Un siglo bárbaro

Desde el siglo XIX, hay una gran tarea de desmitologización y desencantamiento del mundo que va progresando. Pero cuidado, porque el siglo XX –nuestro anteayer– ha resultado devastador y bárbaro como ningún otro, y cuesta decir que realmente hemos aprendido su lección. La pregunta por su superación no es exclusiva de nadie, pero pensar y vivir, creer y esperar después de Auswitch no es una broma, una vez que se ha descubierto a fondo lo que supuso. En la Shoah, hubo mucha ciencia y técnica involucrada. Y cuesta aceptar que en nuestro tiempo estén ya sanados y curados, mirando al Bien y a la humanidad.

Lo mismo que en la experiencia más personal, en la que empezamos a vernos y tomar conciencia, nos vemos enfrentados sin quererlo con un mundo irrespetuoso con nuestra vida, en el que todo es posible. Igual que en esta experiencia personal, así el mundo teje sus entramados al margen de la Vida. Por eso, Vida y Mundo no son ni serán jamás lo mismo. Por eso, no hemos conocido la Paz, ni se la espera. Porque Mundo es desconexión y falta de relación, mientras la Vida confía encontrarlas.

Entusiasmo es una palabra diferente. No es exactamente igual que la ilusión, que muy bien describe Julián Marías en su breve tratado. Entusiasmo es vivirse en Dios, reconocerse en Dios. No en el mundo, ni arrojado despreciablemente en Él. Es dar la vuelta a todo, reconociendo el más allá de todo esto, ya mismo. Por eso, precisamente, no trata de ensoñación, sino de escatología, de lo último, probablemente primero, ya vivido en germen. Esperado con más acción que paciencia, más como respuesta que como ingenio.

Si la teología, hace dos siglos, hubiera optado por esta tarea, más que por centrarse en el Mundo, hubiera situado la historia entera, en otros términos. Pero es lo que hay. Ahora toda lo contrario, el intento de entusiasmar, de permitir la vida en Dios, de superar el escepticismo y dotar de raíces a las experiencias, de iluminar más que de oscurecer, de esperanza más que materializar.

Entusiasmar, hoy, lejos de quimeras, quizá provoque más admiración que nunca, más esponjamiento que en otros momentos, más sorpresa de la esperada. Entusiasmar, no como descripción de la realidad, sino como auténtica invitación y despertar a lo que se había pasado por alto, y sin embargo, nos da Vida.