Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Cómo cultivar “calugas” místicas


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Cuando hablo de “calugas”, me refiero al desarrollo perfecto y bello de la musculatura abdominal de hombres y mujeres que, gracias a un exigente programa de ejercicios y dieta rica en proteínas, logran desarrollar su fuerza y tonicidad. Cuando hablo de mística, me refiero a una experiencia personal, familiar, íntima y verdadera de encuentro con Dios vivo que permite mirar con otros ojos la realidad cotidiana. En tiempos como los que ahora transitamos, preñados de incertidumbre y cambios, la musculatura espiritual se ha convertido en una necesidad importante y urgente para todos, pues nos permite encontrar pistas en la oscuridad, orientar y animar a otros a pesar de la adversidad; encontrarle sentido a la vida y orientar todos nuestros esfuerzos en una causa noble que acreciente nuestra fe y esperanza, buscando incansablemente un algo o un “alguien” más que nos permita explicar nuestro misterio.



La soledad y el temor que produce en muchos el cambio acelerado de los contextos y los evidentes límites a nuestra falsa omnipotencia nos generan la oportunidad de buscar otro tipo de respuestas más allá de lo lógico y racional. Amar y servir es la síntesis del “entrenamiento” para obtener “calugas” místicas” –cualquiera sea la creencia o religión– y nos permite encontrar señales o signos de un vínculo amoroso que nos origina y nos hace hermanos con los demás y la naturaleza; nos sostiene en la vida y en la muerte; nos regala un por qué vivir y morir y nos da un hogar eterno donde siempre podremos habitar; nos hace cómplices del Dios/amor.

Elaborando un “plan místico”

Comprendiendo qué son las “calugas” místicas y para poder comenzar a cultivarlas, queremos tomar el contenido desarrollado por el conferencista y autor inglés Simon Sinek para inspirar nuestro “entrenamiento” tan particular. Si bien todo su desarrollo conceptual apunta al mundo de la empresa, en su libro ‘Empieza con el por qué’ podemos encontrar valiosas pistas para desarrollar con éxito duradero nuestra musculatura espiritual. Sinek plantea que todas las personas podemos inspirar y liderar la conducta de otros (siendo místicos de nuestro tiempo); sin embargo, los que permanecen en el tiempo y generan fidelidad y confianza son aquellos que parten preguntándose por qué hacen lo que hacen, para luego responder cómo lo van a hacer y qué van a hacer.

Este orden –por qué, cómo y qué– puede ayudarnos mucho en nuestro GPS interior para reubicarnos en lo importante y mantener la fuerza y la flexibilidad que requieren estos tiempos. El problema es que la inmensa mayoría de la humanidad funciona al revés, quedándose entrampada en qué hacer y en cómo hacerlo, sin llegar nunca a la fuente profunda del por qué hacen lo que hacen, y esto va desde la empresa, la Iglesia, la política, los estados o el mundo espiritual de cada uno de nosotros.

Un propósito vital

Saber dónde estamos parados y por qué nos movemos es una pregunta que muy pocos se hacen, pero es fundamental para navegar en aguas revoltosas sin naufragar. Cada uno con sus carismas, dones y talentos, debe encontrar esa idea fuerza, ese propósito, ese logo (como diría Viktor Frankl en su libro ‘Un hombre en búsqueda de sentido’). Solo ese Círculo Dorado (como lo denomina Sinek), ese tesoro en vasijas de barro (como dice el Evangelio), el Amor que nos habita y nos sostiene nos dará la fuerza para sacrificarnos, para resistir la adversidad, la incertidumbre, para explorar caminos desconocidos, para arriesgarnos, para darnos con radicalidad y hasta morir por esta gran causa que nos apasiona y que nos sale por los poros. El gran problema es que la inmensa mayoría de las personas no conoce que posee este centro gravitacional; por lo tanto, no se conecta a él y se deja llevar por las corrientes y las infinitas manipulaciones del mundo que le ofrecen felicidad.

La verdadera santidad

Vayamos al por qué (y no el para qué) como norte… Malamente, por muchos siglos, se entendió que los santos y santas eran personas perfectas, bondadosas e intachables desde el origen, sin tentaciones, fragilidades de carácter, errores, inmaculados y puros. Verdaderas figuras de yeso, inhumanas e irreales que vivían en un estado superior al común de los mortales. En general, solo eran elegidos para la santidad los religiosos y consagrados, y todo el resto de los seres humanos caíamos en la categoría de pecadores, imperfectos, defectuosos e incapaces de alcanzar los altares.

Revertiendo y reparando esa comprensión, hoy podemos decir que todos somos santos por ser hijos e hijas amados de Dios/Amor y que lo importante es que ordenemos nuestras vidas para “devolver” agradecidos tanta bondad y generosidad, amando y sirviendo a los demás y a la creación, de acuerdo con nuestra nota personal. Si tenemos claro que ese es nuestro propósito vital, el motivo de estar encarnados, podemos ir encontrando cómo amar más y servir mejor y qué hacer para hacer de nuestro tiempo en la tierra lo más fecundo posible.

Todos somos santos

Esta pequeña inversión de palabras cambia mucho la concepción que pudiésemos tener de los místicos; no es amar y servir para ser santo; sino, porque soy santo (amado/a e hijo/a de Dios y a su imagen y semejanza), amo y sirvo a los demás para devolver y compartir todo lo que he recibido. Todos somos santos y todos tenemos la posibilidad de ser místicos y lucir orgullosos nuestras “calugas” si nos conectamos a esta fuente interna de amor que une a toda la creación y que se manifiesta en cada uno con su don y singularidad.

Es muy interesante compartir las investigaciones del cerebro sobre en qué lugar de este se toman las decisiones. A diferencia de lo que podemos pensar, el que toma las decisiones es nuestro sistema límbico que queda al interior del cerebro, donde no existe lenguaje ni racionalidad. El sistema límbico es muy poderoso y tiene que ver con lo que comúnmente llamamos intuición, corazón, tripas o estómago, que viene a ser un complejo tejido relacional donde adherimos a algo o a alguien porque sentimos que encajamos, que pertenecemos o que es parte de los nuestros. Solo para justificarnos a nosotros mismos y frente a los demás, ocupamos la corteza cerebral que da las razones de por qué elegimos algo que el lenguaje no puede explicar. Nos queda más claro con el ejemplo de una pareja; por qué la elegimos, por qué nos atrajo, por qué nos casamos con alguien es una decisión del núcleo de nuestro ser y que, después, racionalizamos diciendo que es una buena persona afín a nuestros valores, atractiva, inteligente, divertida, etc.

Romper las fronteras del misticismo tradicional

Este modo de “funcionar” cerebral nos lleva a la importancia de querer pertenecer al amor y a ser un amorista que discierne en cada decisión cómo amar más y servir mejor. Se trata de romper las fronteras del misticismo tradicional (con todo el bien que este contiene) y salir a sintonizar con todos aquellos que comparten la misma causa aun cuando sea en formas diversas a las que conocí como creyente. Se trata, en definitiva, de cuidar la relación y el vínculo con cada ser humano con que nos topemos, aprendiendo de él, bailando con él y dando lo mejor de nosotros en cada ocasión.

Sé que suena iluso, una quimera, una locura imposible en un mundo dividido, lleno de prejuicios, males y persecución. Pero, y si no, ¿qué? ¿Seguir con lo mismo? ¿Cada uno sacando su pedazo a cualquier costo? ¿Seguir destruyéndonos unos a otros porque somos diferentes? ¿Continuar arrasando la creación y extinguiendo la vida? ¿Seguir pensando solo en el propio beneficio y que mi verdad es la única?… Un verdadero místico opta por amar en el trabajo, en la ciudad, en la familia, en su país, en su economía, en las redes sociales, en la política, en el servicio, en todos los ámbitos de su ser y en todos los lugares donde le toque estar.

Medios ascéticos para amar

Para poder ser un místico y amar con ese fuego que enciende otros fuegos e ilumina la vida de los demás, hay algunas “ideítas” que nos pueden ayudar:

  • Trabajar la vergüenza personal y amar lo que somos con un trabajo lento, largo y complejo que incluye el reconocimiento de nuestras heridas, modos tóxicos de relacionar y dejarse ayudar por los demás.
  • Parar todos los días un momento para revisar por qué fue importante vivirlo y cómo, a partir de esa vivencia, puedo amar más y servir mejor el día de mañana.
  • Contemplar la vida, en especial a los más pobres y a la naturaleza, para elongar el corazón y reconocer cuán bendecidos somos.
  • Perdonar y perdonarse infinitamente de todos los errores, faltas y pecados que podamos cometer, reconociéndonos frágiles, necesitados de otros y en interdependencia total con los demás.
  • Regalonear a otros y dejarse regalonear. Todos esos infinitos detalles que nos ofrece la creación sirven para expresar amor a los demás y, a la vez, recibir el amor de vuelta. Solo se aprende a amar amando y, en la medida que más se ama, más amor se recibe.
  • Vivir el ahora, sin gravedad ni vanagloria. A veces nos creemos muy importantes y creemos que nuestra vida es un juego muy serio. Si vivimos como niños, con capacidad de asombro y reconociendo nuestro justo lugar en la historia, seremos más felices con todo lo que se nos dé y libres de todo lo que se nos quite.
  • Coherencia. Lo que diga y lo que haga un “amorista” es lo que le sale de adentro, de su corazón, y eso sale.

Cultivar “calugas” místicas, finalmente, se trata de tener “tomado” el corazón por el Amor e ir conquistando otros corazones por irradiación y pasión natural de quien se siente atraído por esta fuerza superior. Pasa por ser coherente en todo lo que hacemos y decimos con este núcleo, lo que nos lleva a la autenticidad. La autenticidad nos permite establecer vínculos y estos nos permiten la confianza y la fidelidad de unos con otros como hermanos y hermanas viviendo en un hogar compartido. Termino con una frase para alentar esta maravillosa y desafiante misión: “Como no sabía que era imposible, lo hizo”.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo