Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Al rayar el alba


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El alba es el comienzo de la luz. He aprendido con Dolores Aleixandre (y algún que otro dolor más) que alba en hebreo se dice ‘shajar’, término compuesto de ‘tsajar’ (claridad) y ‘zohar’ (esplendor). Pero también se relaciona con ‘shajor’ (oscuridad, negrura), ese momento en que las tinieblas comienzan a disiparse. El alba es el fin de la oscuridad pero nace de la oscuridad misma.



Es pura dinámica pascual que vivimos cada día en ese continuo ciclo de día y noche en que tomamos decisiones, nos relacionamos, sufrimos y gozamos. Ni con nosotros mismos ni con las personas que más queremos podemos mantenernos siempre en la luz: malos entendidos, temores no expresados, intuiciones no contrastadas, el ruido del día a día… Y llega la noche. Y, a veces, vuelve el día y con él, la luz.

El alba

Por eso me gusta tanto el alba, ese tiempo minúsculo pero imprescindible entre una cosa y la otra, en que solo queda esperar. Además, dicen que el amanecer comienza con el primer destello de luz, aproximadamente media hora antes de que realmente salga el sol y corone el horizonte. Dicho de otro modo, hay un espacio de tiempo inevitable y preciso entre el amanecer y la mañana, entre el anochecer y la noche. Ese tiempo decisivo que no es oscuridad ni es claridad, incómodo y asustadizo, en el que no queda más remedio que quedarse. Y, entonces, un poco después, entonces sí: pero sólo un poco después se hace el día.

Igual no está el sol en lo más alto para muchos. Igual es tiempo de sombras. Pero si hay sombras, hay luz. No quisiera olvidar que hasta media hora tiene que pasar para que amanezca cada día y el sol nos dé calor. Sería una pena abandonar creyendo que ese primer albor -insuficiente, sin duda- es toda la luz y todo el calor que nos espera: ¡está viniendo! ¡Y qué pena sería huir de la noche pensando que de la oscuridad nada bueno va a nacer!, ¡qué pena sería maldecir la vida creyendo que la primera claridad -insuficiente, sin duda- es toda la que se nos va a conceder!

Tal como dice el ‘Midrash Tehillim’ sobre Sal 22,1:

“En medio de la noche, hay luna y hay estrellas. El momento de verdadera oscuridad es cuando llega el alba porque entonces la luna y las estrellas desaparecen  y no existe mayor oscuridad que esa. Y es precisamente en ese momento cuando el Santo, bendito sea, responde al clamor del mundo y hace surgir el alba en medio de las tinieblas para iluminarlo” (Yaël Yotam, ‘Étincelles d’hébreu’, 63).