Los nacionalismos, ¿son cristianos?

(Domingo Gayarre, s.s.s.) Desde mi experiencia sacerdotal ejercida en varios continentes, he llegado a la conclusión de que en todas partes hay gentes maravillosas, y todas tienen mucho que enseñar. Eso me ha permitido abrirme a otras culturas y personas y verlas a la luz del Evangelio. Y, desde el Evangelio, he llegado a la conclusión de que los nacionalismos no son cristianos. Es normal, y hasta un deber, amar lo que uno ha mamado: su cultura, su lengua, su historia, su terruño. Pero, por encima de todo, está el Evangelio. Y a la luz del Evangelio, antes que navarros, españoles, europeos, somos cristianos.

Y éste es el único mensaje que los discípulos de Jesús podemos llevar a todas las gentes, y más, en estos momentos de crisis espiritual: Dios es Amor, Dios es Padre de todos, todos somos hermanos. Lo importante es que no sean sólo palabras, sino vida y acción. Es lo que nos enseñó: “En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os améis unos a otros” (Jn. 13,35). “Uno le avisó: –Oye, tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablarte. Pero Él contestó al que le avisaba: –¿Quién es mi madre, y quienes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: –Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es hermano mío y hermana y madre” (Mt. 12,47-50). Es la asignatura pendiente de los cristianos. No la vivimos y nos cuesta vivirla. Pero es el único mensaje que podemos llevar a todos. Y más desde la Eucaristía. “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos del mismo pan” (1 Cor. 30,17).

Nunca me olvido de una frase que escuché al arzobispo de Barquisimeto, Venezuela, en el Encuentro Latinoamericano de la Renovación Carismática tenido en Caguas, P.R., en 2000. Decía: “Somos un pueblo si somos cristianos. Somos muchos pueblos cuando dejamos de ser cristianos”. Tremenda acusación para los cristianos de todos los tiempos. Tremendo el reto que nos espera a los que queremos ser discípulos de Jesús y nos alimentamos con la Eucaristía. Ése es el significado de recibir a Cristo en la comunión: dar a Cristo la posibilidad, desde nuestra Vida, de seguir viviendo, en el 2010; de seguir haciendo, desde nosotros, lo mismo que hizo en Palestina: pasar por el mundo haciendo el bien, y amar a todos, sobre todo a los más débiles. Para eso se quedó en la Eucaristía: para amarnos y enseñarnos a amar.

En el nº 2.704 de Vida Nueva.

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