Los jóvenes aman el vuelo

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Los jóvenes preocupan a la Iglesia, aunque la Iglesia haya dejado de ser una preocupación para ellos. Se buscan jóvenes en actividades sin alma, con mucho ruido y muy pocas nueces. Hay añoranza de una juventud enervada con ideales brillosos, abiertos, generosos y lúcidos. Pienso en muchos adultos de hoy que, en sus años de juventud, encontraron una Iglesia en éxodo constante y que Cantalapiedra narró en parábolas de pentagrama: una Iglesia pequeña, alegre, con flores en la puerta; una Iglesia en la que no priman las leyes y condenas y en la que los feriantes y comerciantes nunca son modelos. Una Iglesia que se niega a ser oscura caverna cerrada a la primavera; una Iglesia en la que se “bebe el vino sin leyes ni comedias”, una Iglesia que sigue a Jesús, sin perder sus huellas. Muchos fueron lo que se enamoraron de ese estilo y hoy, asombrados, enarcan las cejas. Resultaba frecuente percibir una Iglesia más profética que luchaba por transmitir la experiencia de Dios más que hacer del cristianismo una ideología proselitista en liza con otras. Se trataba de una Iglesia valiente y abierta, sin listas negras; una iglesia de amplia puerta y de mesa generosa, con abrazo y lágrima compartida, una Iglesia de misericordia. Una Iglesia que volaba alto, como Juan Salvador Gaviota. Y sabía alejarse de la pitanza carroñera de la playa, volando a otras playas, a otros mares, a lejanos océanos abiertos. Recuerdo un proverbio polaco que decía así: “Si a una alondra le cortas las alas, será tuya. Pero entonces no podrá volar. Y lo que tú amas es su vuelo”. A los jóvenes les gusta el vuelo. No una Iglesia con las alas cortadas.

Publicado en el nº 2.665 de Vida Nueva (del 20 al 26 de junio de 2009).

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