El cuento

(Santos Urías) Un sabio se acercó al necio y le conminó: “Cuéntame un cuento”.

El necio se sentó despacito y comenzó a narrarle: Érase una vez un hombre inteligente y listo que, por su conocimiento, creía dominar el tiempo. Tenía una cajita, pequeña y redonda, llamada reloj, donde guardaba los segundos, los minutos y las horas, pensando que, teniéndolos allí encerrados, era como si le perteneciesen. Así, siempre estaba ocupado, corriendo de un lado para otro, como si la vida se le fuese a escapar. Y, efectivamente, la vida se le escapaba. Dejó de disfrutar de las charlas con sus amigos; dejó de saborear un buen vino y de gustar una sabrosa comida; dejó de pasear por la playa o por la montaña y de respirar el aire a bocanadas; dejó de contemplar un atardecer y de dar gracias a Dios por tanta hermosura; dejó de soñar, de reír, de “perder el tiempo”, ocupado en sus asuntos, preocupado por todo.

Y, lo más importante, dejó de escuchar: escuchar el canto de los pájaros, el correr de un río, la voz de las personas, el corazón de los que sufren, el roce de las hojas de los árboles, la música, el silencio… Dejó de escuchar la voz del Espíritu. Dejó de escuchar los cuentos de los necios.

Al terminar su relato, el sabio ya no estaba. Probablemente, habría tenido que salir corriendo a hacer algo urgente, que sólo él podría hacer, en no se sabe dónde por no se sabe quién.

En el nº 2.644 de Vida Nueva.

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