Parábola para un milagro

Cien clavos

(J. L. Celada) A principios de este mes, recibía el León de Oro veneciano en reconocimiento a toda su carrera, seguramente porque, camino de los 80, Ermanno Olmi es el último heredero de aquel Neorrealismo que -gracias a nombres como Roberto Rossellini, Vittorio de Sica o Luchino Visconti– se asomó a la cruda posguerra mundial desde los ojos de las clases más desfavorecidas.

Para situarnos, cabe recodar aquí, además, las dos producciones que, sin duda, marcan la trayectoria del veterano realizador: El árbol de los zuecos (1978), Palma de Oro en Cannes, un relato semidocumental sobre las duras condiciones de vida de una comunidad rural del norte de Italia a finales del siglo XIX; y La leyenda del santo bebedor (1988), basada en la novela de Joseph Roth, una bella fábula a orillas del Sena acerca del azar y del destino que le valió el León de Oro de la Mostra.

Casi dos décadas después -esta vez en la ribera del Po-, el veterano cineasta italiano vuelve a sus orígenes, al candor de lo cotidiano, con Cien clavos, una parábola de reminiscencias evangélicas llamada a obrar el milagro de subvertir el orden establecido y hacer del mundo una pequeña comunidad de vecinos en la que recuperar los valores que las prisas de la civilización han ido arrinconando a su paso. Aunque para ello haya que sacrificar los ‘sagrados’ depósitos de la cultura, en una suerte de crucifixión a caballo entre lo simbólico y lo herético, cuyas afiladas puntas prestan su título al film.

Un acto vandálico en una biblioteca de Bolonia (¿crimen o exorcismo?) es el punto de partida de una historia que reivindica la verdad de una caricia o la comunión de un café con los amigos sobre toda la sabiduría atesorada en los grandes incunables. Pero el protagonista no se limita a escenificar su malestar, sino que busca un lugar donde cumplir su sueño. No sin antes arremeter también contra las religiones y su nula capacidad de salvación, y contra Dios, quien “el Día del Juicio deberá dar cuenta de todos los sufrimientos del mundo”.

Graves acusaciones las que salen de la boca de un tipo, paradójicamente, tan próximo -física y espiritualmente- a la figura de Jesús de Nazaret. Sin embargo, Olmi no es ningún blasfemo. Lo que sucede es que su “Cristo”, ecologista y solidario -el que relata la boda de Caná o el episodio del hijo pródigo, y hasta es apresado en un nuevo Huerto de los Olivos-, es el Cristo de la calle, más cerca del que retrataran compatriotas suyos como Pasolini, que del Crucificado de Mel Gibson.

Por todo ello, bien puede decirse que, aunque con cierto aire de ingenuidad y sin demasiada fuerza visual, Cien clavos es la sincera profesión de fe de un director cuya religiosidad se manifiesta en su modo de observar al ser humano y compartir sus inquietudes más profundas. Ésas a las que la utopía (¿cristiana?) aspira a dar cumplimiento.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Centochiodi.

GUIÓN Y DIRECCIÓN: Ermanno Olmi.

FOTOGRAFÍA: Fabio Olmi.

MÚSICA: Fabio Vacchi.

PRODUCCIÓN: Luigi Musini y Roberto Cicutto.

INTÉRPRETES: Raz Degan, Luna Bendandi, Amina Syed, Andrea Lanfredi, Carlo Faroni, Luigi Galvani, Giovanni Ponti, Omero Antonutti.

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