Editorial

Necesitamos comunión y diálogo

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Publicado en el nº 2.689 de Vida Nueva (del 2 al 8 de enero de 2010).

Un nuevo año asoma en el calendario y las urgencias se amontonan ocupándonos y, a veces, preocupándonos. En el horizonte se levanta la esperanza de seguir poniendo todo lo necesario para remontar la crisis que se está cebando con los más pobres. La Iglesia no sólo ofrece pan y alimento, sino que también aboga por un cambio de mentalidad para que se erradiquen las causas de esa crisis coyuntural que nos asola y de la crisis permanente que ofrece un saldo de hambre y miseria en muchos rincones de la tierra. El Magisterio de la Iglesia, especialmente todo lo contenido en su vasta e ingente doctrina social, se ofrece al mundo como vía de solución que pasa inevitablemente por actitudes solidarias y fraternas. Sólo la solidaridad y el gesto de compartir los bienes comunes pueden sacarnos de la situación de crisis hoy.

Junto a este deseo que ha de ser tarea compartida, la Iglesia seguirá abundando en el reto de la unidad, de la que el mismo papa Benedicto XVI ha hecho bandera y que esperamos que continúe, no sólo para con los grupos disidentes que han producido una honda fractura en la misma Iglesia desde el lado conservador, sino también con otros grupos que esperan del primado de Pedro ese servicio de unidad que pasa por la integración, la escucha y la acogida. Son hoy muchos los cristianos que siguen esperando de Roma el precioso trabajo por la comunión, filigrana y sinfonía que sólo se hace desde el alma del Evangelio, una tarea que no debe interrumpirse. Cuando la fragmentación nace de la heterodoxia, la Iglesia como Maestra pone los medios para restablecerla, pero cuando la fragmentación está causada por actitudes de la propia Iglesia, se abre una brecha lamentable que se va agrandando con actitudes envalentonadas y agresivas que, lejos de servir a la comunión, están propiciando una preocupante fragmentación en el seno de la misma Iglesia que se afana por la unidad en la diversidad. Esta fragmentación, particularmente visible en la Iglesia española, es una de las heridas más preocupantes para el cristiano hoy, que ve cómo abundan actitudes en la propia jerarquía que están agrandando la brecha de la división.

Y otros muchos flecos que durante este año tienen que ir abordándose con valentía y espíritu evangélico como es el del diálogo con el mundo.

En España, las leyes que se van realizando en el Parlamento exigen una capacidad de diálogo cada vez más necesaria para que estén al servicio de una sociedad que no es laica, aunque el Estado sí lo sea. Sólo el diálogo y las propuestas positivas serán capaces de serenar los ánimos para que la Iglesia continúe sirviendo a la sociedad con la riqueza del Evangelio, y para que el Estado, abandonando actitudes sectarias y ya obsoletas, respete a la Iglesia en su misión trascendente.

Diálogo, comunión, unidad, son las prioridades en la Iglesia y en la sociedad española a la que hay que servir huyendo del enfrentamiento cada vez más acusado. La unidad y la comunión no se hacen desde posturas excluyentes, sino desde esa tarea impresionante que el Misterio de la Encarnación ha traído al mundo, el milagro de la comunicación, del diálogo amoroso que el Padre establece con el mundo a través de su Palabra hecha carne sencilla.