El retorno del Jedi

Juan María Laboa(Juan María Laboa– Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas)

“Soportamos en España la costumbre de achacar a la religión el origen de todos los males, la responsabilidad de los quebrantos históricos nacionales. Incluso los jóvenes, que no han vivido ninguna de las épocas en las que la Iglesia ejerció su influjo, y que, en general, carecen de conocimientos históricos, despiertan del letargo para reprochar a la Iglesia sus desmanes”

El francés Trichet, presidente del Banco Central Europeo, tuvo hace unos días un instante de inspiración y comentó: “Lo que ha ocurrido lo decidió Dios o un ser superior, pero el futuro depende de nosotros”. Es decir, a la irresponsabilidad de economistas y políticos la llamaba tranquilamente Dios. Menos mal que, en un segundo tiempo, aparecerán Trichet y algunos privilegiados más y solucionarán el entuerto.

En Madrid, Elena Salgado, brillante ministra de Hacienda y, al parecer, especialista en historia religiosa, nos ofreció una sentencia de elevada filosofía de la historia: “La Iglesia, como siempre, no sabe ocupar su lugar”. Me asombra que, al estar tan acostumbrados al menosprecio, seamos incapaces de reaccionar.

Soportamos en España la costumbre de achacar a la religión el origen de todos los males, la responsabilidad de los quebrantos históricos nacionales. Incluso los jóvenes, que no han vivido ninguna de las épocas en las que la Iglesia ejerció su influjo, y que, en general, carecen de conocimientos históricos, despiertan del letargo para reprochar a la Iglesia sus desmanes. Políticos, periodistas y ciudadanos de a pie, mantienen la costumbre. No prueban su aserto porque les parece evidente y, en cualquier caso, lo tienen asumido. De ahí su tranquilo abandono de la religión. Aunque somos conscientes de que no por mucho repetir una sentencia se convierte en verdadera, no cabe duda de que, poco a poco, resulta familiar y, al poco tiempo, forma parte del poso cultural. 

Azaña afirmó que “nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparse de la historia”. Tarea nuestra, por el contrario, es la de fundamentarnos en nuestras raíces y confirmar razonablemente nuestra identidad. En una época de engaño universal, decir y testimoniar la verdad es un acto revolucionario.

En el nº 2.667 de Vida Nueva.

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