Dos mesas y un solo proceso de paz

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Frank Pearl y Antonio García, durante el acto en que se anunció el inicio formal de negociaciones

 

Reacciones al inicio de diálogos públicos entre el Gobierno y el ELN

“Bienvenido el diálogo con el ELN. Estaba en mora”. Así recibió Nel Beltrán la noticia de que el Gobierno y el ELN inician una fase pública de negociaciones. Según el obispo emérito de Sincelejo, “el diálogo, el acuerdo, la concertación, son características específicas de los humanos”. Su lectura humanista de este nuevo momento político del país se complementa con el pensamiento de Teilhard de Chardin: “la humanidad amaneció el día en que el primer primate cambió la piedra por la palabra”. Oponerse al diálogo le parece una involución. “Dios nos ampare”, dice.

En palabras del prelado, en la guerra no sólo fracasó el ELN sino también el Estado. Monseñor Beltrán reconoce otro frente en la acción de esta guerrilla: “la organización social territorial y política de sus bases en búsqueda de la justicia y la igualdad”. Según afirma, si el ELN acoge seriamente la democracia, su abandono de la guerra debe ser para que se dedique a profundizar esa construcción social inconclusa pero prometedora.

Le preguntamos por desafíos de la negociación. He aquí su primera respuesta: “evitar errores propios de los negociadores: la incapacidad de entender la posición del otro o convertir la negociación en instrumento para ganancias particulares; asumir posiciones inmodificables, indiscutibles (…) lo más absurdo en una negociación, a no ser que se trate de derechos y deberes fundamentales, como advierte la Constitución”. Otro desafío considera el antiguo obispo de Sincelejo: que no todos los frentes entren en la negociación, que sobreviva un ELN guerrista, por encima del ELN humanista, social y luchador. No pierde la esperanza de que prevalezca la unidad y se consolide el sueño de que negocie la totalidad de la guerrilla. Sin embargo, no evade la enunciación de “un riesgo inocultable”, a su parecer: que antiguos guerrilleros deriven en bandas o grupos delincuenciales, paramilitares o narcotraficantes.

La amenaza paramilitar

Según Danilo Rueda, de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, hasta el día de hoy el gobierno de Juan Manuel Santos ha mantenido una actitud “negacionista” sobre el paramilitarismo. Según informa, en el marco del proceso de diálogo con las FARC, una de las garantías de no repetición que planteaban las víctimas en el último gran foro consistía en  enfrentar este mecanismo. A su parecer, el paramilitarismo se ataca con la depuración de la Fuerza pública y desmontando la doctrina militar y policial que concibe a los otros como “enemigos internos”.

El nuevo momento político que vive el país se caracteriza, a su entender, por la existencia de un solo proceso hacia la paz con dos mesas diferentes. Sin embargo, ambas mesas tienen el mismo desafío por delante. Lo han reiterado diversos actores sociales. He aquí la enunciación de Conpaz y Dipaz, respectivamente:

“Creemos que la construcción de ese ambiente (de paz), significa enfrentar la continuidad del paramilitarismo, en nuevas formas y técnicas que avanzan en controles sociales y territoriales, que son un riesgo para ese nuevo país que soñamos”. “Vemos con preocupación que la búsqueda de la paz está siendo amenazada por la cada vez más creciente presencia paramilitar en amplias regiones de Colombia y por los crímenes  cometidos contra personas que hacen parte de movimientos sociales. Hacemos un llamado al gobierno de Colombia para que busque salidas efectivas que permitan resolver esta amenaza que afecta a las comunidades en los territorios, como también a quienes trabajan por la construcción de la paz”.

Según explica Danilo Rueda, el paramilitarismo todavía vigente en el país no se limita a la acción ilegal de agrupaciones armadas; se manifiesta, a su vez, en los intereses de los grandes poderes económicos que aún hoy se benefician del despojo.

Nuevas formas de persecución al movimiento social podrían acontecer, debido a que los intereses de marras que hicieron posible el levantamiento de los grupos guerrilleros en el pasado permanecen vigentes. Sectores empresariales poderosos con una visión utilitarista del territorio todavía se amparan en políticos y jueces, beneficiándose, al tiempo, de la acción violenta de fuerzas militares legales o ilegales, para acumular más riqueza. De ello da cuenta lo que ocurre en regiones como el Bajo Atrato; Mapiripán; El Castillo, Meta; Buenaventura y el San Juan.

La verdad, la memoria y la justicia son retos fundamentales para el nuevo momento que vive el país, ya que revelarían las dinámicas y protagonistas de fondo en el conflicto. Por eso para Danilo Rueda, uno de los principales desafíos en la búsqueda de la paz no es únicamente que las guerrillas dejen las armas y transiten por el terreno de la política, sino que la democracia en Colombia se cimente sin que la fuerza desmedida se imponga sobre los demás para que una minoría se enriquezca. Un nuevo proyecto de país, que todavía está por ser formulado, debe encontrar escenarios de existencia.

Como Nel Beltrán, quien dice que las negociaciones son solo el comienzo de una paz que se construye comunitariamente, con reconciliación, justicia, participación ciudadana, inclusión e igualdad de derechos y deberes; Rueda sostiene que es posible otro país. No faltarán las tensiones. De hecho ya se expresan, a su parecer, en los versus entre ZIDRES y Zonas de Reserva Campesina; ZIDRES y titulación de tierras en favor de los sectores de la sociedad históricamente marginados.

Hay quienes robustecen su esperanza al confirmar que mucha gente se ha ido formando en la búsqueda de salir a la paz como representantes de un pueblo creyente e históricamente perseguido que ha visto que tiene una dignidad. Si bien está todo por hacer, definitivamente hay un nuevo momento político en el país.

Miguel Estupiñán

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