Francisco, cien días


Compartir

20130612cnsbr0669

En estos cien días los símbolos se han multiplicado: el niño con síndrome de down que sube al papamóvil y se sienta en la silla papal; o el recién elegido Papa que va a pagar su cuenta en el hotel Santa Marta; o su renuencia a ocupar las amplias habitaciones en que habitaron sus predecesores; o el Papa que bendice de modo especial a los periodistas ateos y alejados que cubren su primera rueda de prensa; o sus desplazamientos por Roma “como un cura de pueblo”, o su voluntad de ser llamado “obispo de Roma” en vez de los títulos que eran habituales; o la orden dada a aquel guardia suizo para que tomara asiento después de una noche de guardia, y para que comiera un emparedado que él mismo le sirvió; o aquel sonriente diálogo telefónico con el portero que no quería creer que el Papa lo llamaba por teléfono para hablar con el Superior General de los jesuitas; la lista podría continuar con el peligro de que la anécdota invisibilice el proceso que ha puesto en marcha el papa Bergoglio para impulsar la conversión de la Iglesia y para proclamar ante el mundo el mensaje de salvación.

Si uno de los últimos actos de Benedicto XVI fue el nombramiento de un nuevo presidente del Banco Ambrosiano, una de las primeras decisiones del papa Francisco fue la constitución de la Comisión Investigadora de esa entidad, objeto de toda clase de sospechas. Las constantes referencias a la palabra y a las acciones de Jesús en el discurso de Francisco, han incluido la idea de que si el Señor no necesitó ayuda de banqueros: ¿por qué su vicario habría de necesitar un banco?

Los hechos y las ideas que los animan, dejan ver que una indispensable reforma de la Curia Romana está en marcha. Dentro de la agenda de los primeros cien días estuvo la creación de la comisión que estudiará los términos y alcances de esa reforma.

Desde aquel primer día en el balcón y frente a la multitud que esperaba en la Plaza de San Pedro, fue evidente que la pompa tradicional en el Vaticano, que ese aire de palacio real, le resultaban extraños al nuevo Papa.

Así lo hizo sentir al hablar a los nuncios sobre la selección de los candidatos para obispos. Francisco fue explícito: “que no tengan sicología de príncipes”. Si esto ocurrió en el pasado, si tanta importancia tuvieron los títulos, los escudos, las sedas, los terciopelos y los visos rojos o morados, desde ahora todo tendrá que ser distinto. La curiosidad con que lo siguieron los periodistas en sus recorridos por Buenos Aires en modestos transportes públicos, tendrá que cambiar su objetivo y deberá convertirse en motivo de escándalo ver a obispos o cardenales con apariencia de príncipes y de señores de este mundo.

En la misma alocución fue una clara señal del cambio que ha iniciado este Papa, esta recomendación sobre los candidatos a obispos: “que no busquen el episcopado”. Con lo que el Papa quiere ponerle fin a esa puja sorda y constante con que algunos luchan a brazo partido para obtener dignidades dentro de la Iglesia. Francisco tiene claro el perfil del nuevo obispo: “ante todo pastor, con olor a oveja” y no a la lavanda de los impecables despachos palaciegos. “Pastores cercanos a la gente, amables, pacientes, misericordiosos”. Es evidente que, de aplicarse este criterio, prosperará en la Iglesia ese obispo que ha venido apareciendo desde el Vaticano II, despojado de todo símbolo y pretensión de poder, que cree más en el Evangelio que en el Código de Derecho Canónico, y que se siente más a gusto con los más pobres de su feligresía que con los poderosos.

Durante estos cien días ha repetido Francisco, con la obstinación de quien a fuerza de reiteraciones quiere que una idea cale en las conciencias: “la caridad, la paciencia y la ternura son un gran tesoro”.  La palabra “ternura” repetida una y otra vez en su discurso, podría definir el tono de su pastoral.

Sabe que va en contravía de una cultura de la eficacia y de entrañas duras, como condiciones para el éxito. En el Reino de Dios anunciado por Francisco y su Iglesia, no es la fuerza la que cuenta, sino la ternura. “Sean pastores, y esto no tienen que olvidarlo nunca”, dice a nuncios y a obispos. Y enfatiza: “la burguesía del espíritu y la vida es un peligro para los hombres de Iglesia”.

A medida que transcurran otros centenares de días del pontificado de Francisco, se podrá pensar como una especie en vía de extinción en el episcopado y en la curia romana ese eclesiástico “que no sabe lo que es el perdón, ni la alegría, ni el amor de Dios”. Esta es la expresión vehemente que utiliza en uno de sus trinos. Son expresiones coincidentes que hacen pensar que un cambio profundo avanza en el corazón de la Iglesia, después de estos cien días.

No solo es un nuevo estilo. Es un impulso interior, una metanoia, una conversión de la Iglesia que busca ser un testimonio cada vez más claro y convincente de la buena nueva presente en Jesús.