La actualidad de Karl Rahner (1904-1984)

karl-rahner(Josep M. Rovira Belloso– Profesor emérito de la Facultad de Teología de Cataluña) Veinticinco años son un período demasiado breve para valorar bien lo que significa la obra teológica de Karl Rahner, uno de los “grandes” de la teología del siglo XX. Pero hay tres puntos que mantienen hoy gran actualidad:

rovira1. La Trinidad. Rahner desencalló el bloqueo casi total en el que se hallaba el tema de la Trinidad de Dios en la teología preconciliar. El tratado sobre la Trinidad se hallaba incomunicado, incapaz de dar vida y vertebración a otros temas tan próximos a él como el mismo tema de Dios, la Cristología, el tratado de Gracia o el de la Iglesia y los Sacramentos.

El paso del espléndido aislamiento al desbloqueo se produjo en su célebre artículo El Dios Trino como principio y fundamento trascendente de la Historia de la Salvación (Mysterium Salutis, 1969).

Ahí se comprueba que Rahner rehizo a mitad del siglo XX el itinerario que siguió san Agustín, quince siglos antes, cuando en su obra cumbre –De Trinitate, año 416- empezó el estudio de la Trinidad por el envío del Hijo de Dios y del Espíritu Santo al mundo, es decir, por las “misiones”: del Hijo y del Espíritu Santo.

Rahner se da cuenta de que si algo hay tremendamente dinámico es la Trinidad, ya que Dios Padre envía a su Hijo al mundo y ambos comunican el Espíritu Santo a las personas y a la sociedad. Ésta es la Trinidad manifestada, revelada, comunicada. La llamará “Trinidad económica”, porque responde a la “disposición” o “economía” de Dios.

Pero Dios se revela a los hombres como es en sí mismo. La Trinidad de Dios es, en sí misma, exactamente lo mismo que la Trinidad que se manifiesta en el mundo. Por eso, Rahner concluye que la Trinidad eterna, en sí misma, es como se ha manifestado en la historia salvífica. Su axioma fundamental dice: la Trinidad en sí misma -“inmanente”- es la Trinidad económica. “Y viceversa”, añadirá.

Extraigo algunas consecuencias: Rahner nos enseñó a contemplar la Trinidad a partir de su manifestación en Jesucristo. Entonces, queda claro que Jesús es quien nos enseña a decir Abbá (Padre) en la alegría y la caridad del Espíritu.

Hay Trinidad porque Jesús ha venido al mundo. Más aún, sabemos que hay Trinidad porque Dios es llama de amor viva, en la que Padre e Hijo se dan uno al otro en el éxtasis del Espíritu que los abraza para que sean Uno. Éste es el núcleo de mi libro Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el surco de Agustín y Rahner.

2. El hombre es capacidad de Dios. El hombre está abierto a Dios. Esto supone un Dios, todo Él, dándose al hombre. Infinitamente distintos pero nunca distantes. Tal vez Rahner llegó a esta gran verdad por el camino del idealismo alemán, especialmente de Fichte. Pero llegó bien purificado de todo endiosamiento idealista. Sería cruel buscar contaminaciones idealistas en el jesuita católico. Muchos siglos antes del idealismo alemán, san Agustín había acuñado el paradigma: “El hombre es capaz del ente y capaz de Dios”. Es la visión trascendental del hombre, que sólo se explica a sí mismo porque Dios, gratuitamente, ha depositado en él su semilla. En este sentido, Ratzinger es agustiniano, por supuesto, y rahneriano.

3. Los sacramentos son una tercera aportación. Karl Rahner llama símbolo real al símbolo sacramental. Sigue este camino según la tradición agustiniano-tomista. De antiguo me encontraba cómodo en la sacramentología rahneriana. El estudio reciente de K. Kilby, Introducción a Karl Rahner (Bilbao, 2009), me ha producido la misma actitud de aquiescencia hacia el maestro que sus clásicos L’Eglise et les Sacraments (París, 1970) o los dos trabajos sobre los sacramentos de Escritos de Teología, volumen II.

Pero hay que decir algo de pura justicia: la doctrina rahneriana sobre los sacramentos descansa en su doctrina sobre la Iglesia comunidad sacramental de personas, y, ella misma, sacramento de la salvación de Cristo. Una Iglesia formada por comunidades “pobres y dispersas” (LG, 26a, probablemente redactado por el mismo Rahner), pero necesarias para el culto a Dios en Espíritu y en Verdad. Como son necesarias para vivir en la donación mutua a nuestros semejantes convertidos en hermanos.

¿Y las sombras? Las he leído, expresadas, con crudeza, en las Memorias de un teólogo famoso. Desde un punto de vista estrictamente académico, yo podría aportar otras muy distintas. Pero no caben en este agradecido recuerdo al que fue maestro indiscutible de nuestra generación. Yo quisiera superar su obscuridad y continuar su búsqueda de Dios.

En el nº 2.665 de Vida Nueva.

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