Así arranca el nuevo libro de Osoro: “Cuando nos atrapamos por un horizonte relativista, es imposible la educación”

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Una de las tareas que me han apasionado en la vida ha sido la de educar. Y siempre vi con claridad que, para realizar una autentica obra educativa, no basta una buena teoría o una doctrina que comunicar; es necesario algo más, algo mucho más grande y más humano, como es la “cercanía”, esa que hemos de vivir diariamente y que es propia del amor, y que ciertamente tiene un espacio propio en la comunidad familiar, y también en otros ámbitos como la parroquia, el movimiento, la asociación eclesial, y por supuesto también la escuela, pues todos ellos son lugares en los que se encuentran personas que cuidan de los hermanos, en concreto de los niños, de los jóvenes, de los adultos necesitados, de los ancianos, de los enfermos, de las familias.



Siempre me vienen a la memoria unas palabras de san Juan Bosco, que, desde que las oí por vez primera, alcanzaron mi corazón y nunca las he olvidado: «La educación es cosa del corazón y solo Dios es su dueño».

Pasión por educar

En mis primeros tiempos de sacerdote, impartí durante bastantes años la docencia en la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de la Iglesia en Torrelavega (Cantabria). Como institución universitaria de la Iglesia, que estaba adscrita a la Universidad de Cantabria, la pasión por formar educadores cristianos despertó en mí muchos horizontes junto con compromisos concretos y también muchas realizaciones. Fueron años donde se fraguó aún más la pasión por la educación que había tenido siempre en mi corazón.

Soy muy consciente de que en toda la obra educativa –y muy especialmente también en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y donde se encuentra el horizonte más adecuado para hacerla– resulta central la figura del “testigo”, de quien sabe dar razón de esa esperanza que sostiene toda la vida y que nunca remite a sí mismo. El testigo remite a Alguien que es mucho más grande que él; me refiero a ese modelo insuperable que es Jesucristo.

Comprender todos los aspectos

Me convencí de que nunca se puede dejar encerrado a nadie en su propio yo, pues eso, si se hace, supone llevar a cabo una traición al ser humano. Con contundencia y claridad he de decir que, cuando nos mantenemos atrapados por un horizonte relativista, es imposible la educación; sin la luz de la verdad, condenamos al ser humano a dudar de la bondad de su misma vida, encerrados en meras técnicas, pues la educación no es cuestión de técnicas profesionales: tiene que comprender todos los aspectos de la persona, de sus relaciones sociales, de ese anhelo de trascendencia que posee en lo profundo de su vida.

Educar no es tarea unidimensional, es tarea integral; comprende todos los aspectos del ser humano, todas las dimensiones de la persona en su faceta social y en su anhelo de trascendencia. ¡Qué expresiones alcanza y manifiesta la educación con tanta belleza en el compromiso social, pero también en su anhelo de trascendencia y en todas las dimensiones del ser persona, muy especialmente en el amor!

Cuestión de amar

Para nosotros, los discípulos de Cristo, la obra educativa alcanza y desea entrar en todas las dimensiones del ser humano; nunca debemos dejar de lado la gran cuestión del amor, pues si lo dejamos, presentaremos un cristianismo desencarnado que para nada interesará a nadie y menos a quien se abre a la vida.

La dimensión integral del amor cristiano debe estar muy presente en la educación: el amor a Dios y el amor al hombre han de estar indisolublemente unidos; no son meramente palabras, tampoco ideología; tenemos y vivimos la urgencia de salir al encuentro de las necesidades de los hermanos, no esporádicamente sino de modo permanente.

La tarea educativa implica, por una parte, libertad, pero también necesita autoridad. Y en este sentido, es central la figura del testigo y el papel que juega el testimonio. ¡Cuántas veces me he dicho a mí mismo y he repetido para los demás que, en la tarea educativa, la figura del testigo es fundamental! El testigo no transmite solamente informaciones: asume un compromiso con la verdad que propone y lo realiza con la coherencia de su vida, que lo hace digno de confianza. El educador ha de ser un testigo de la verdad y del bien, por ello siempre tratará de ponerse de nuevo en sintonía con su misión.

El rostro del ser humano

Una tarea educativa verdadera ayuda a vivir con pasión el descubrimiento del rostro verdadero del ser humano, que alcanza sus medidas en el descubrimiento del rostro de Dios. Asumamos el reto de ser agentes de formación humanística y de una manera nueva de proyectar para construir y realizar la “civilización del amor”. Vivir la diaconía de la verdad adquiere una importancia singular en estos momentos de la vida y de la historia del ser humano.

Verdad significa más que conocimiento; significa descubrir el bien y se dirige a ver a la persona en su totalidad. El Evangelio es capaz de cambiar la vida, de ahí la fuerza del educador cristiano, que puede liberar y despertar a los niños y jóvenes a la verdad, a Dios mismo, a su bondad, a abrir en lo más hondo de sus vidas caminos seguros de paz y de respeto a todos los que encuentre en el camino de la vida.

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