Francesca Di Giovanni: “Nosotras somos pegamento para que no choquen los opuestos”

Subsecretaria para los Asuntos Multilaterales de la Secretaría de Estado de la Santa Sede

Una de las mujeres con mayor responsabilidad en la Santa Sede ha sido la italiana Francesca Di Giovanni, hasta hace unas semanas subsecretaria para los Asuntos Multilaterales de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado. “Los grandes desafíos de nuestro tiempo son todos globales”, afirma Di Giovanni en una entrevista con Vida Nueva, destacando que estos problemas “solo pueden afrontarse con la cooperación internacional”.



Entre las cuestiones que más preocupan al Papa, cita obviamente la guerra en Ucrania, frente a la que el Vaticano está tratando de ofrecer “su propia contribución” para conseguir que “paren las armas y haya negociaciones”. Di Giovanni, de la que dicen celebra los pasos adelante que se han dado y destaca la aportación de las mujeres al diálogo y a la diplomacia.

PREGUNTA.- ¿Cómo es su trabajo en el cargo que desempeña?

RESPUESTA.- Puedo compararlo con el trabajo de un sector del Ministerio de Asuntos Exteriores de cualquier país: mi oficina se ocupa de las relaciones con las organizaciones intergubernamentales y con los sistemas creados por los tratados aprobados por los gobiernos para gestionar de manera concertada temas que implican a la familia de las naciones.

La cuestión migratoria, al igual que la pandemia y el cambio climático, muestran claramente que nadie puede salvarse solo y que los grandes desafíos de nuestro tiempo son todos globales. Hoy son muchos de estos temas, como la paz, el respeto de los derechos humanos y el desarrollo –debido a la necesidad objetiva y también a lo que facilitan todo los medios de comunicación y las nuevas tecnologías–, los que hacen mucho más fácil el movimiento de cosas, personas, ideas y comportamientos.

P.- Podría decirse que son los efectos de la globalización…

R.- Así es. Tiene efectos positivos, especialmente una mayor cercanía entre los pueblos, un mayor conocimiento y un intercambio cultural más fácil, así como una implicación más rápida en las emergencias humanitarias, entre otros muchos aspectos. Pero, en paralelo, se amplifican las consecuencias negativas y los problemas: pensemos en el crecimiento exponencial de la criminalidad trasnacional, la trata de seres humanos y el tráfico de drogas, de armas o de material radiactivo. Son problemas globales que solo pueden afrontarse con la cooperación internacional.

Es un trabajo que llevamos adelante en nuestro sector, del que forman parte diplomáticos de la Santa Sede y laicos, hombres y mujeres, bajo la guía de monseñor Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados –el ‘ministro de Exteriores’ del Vaticano– y del cardenal Parolin, secretario de Estado. La sección para las Relaciones con los Estados representa a la Santa Sede también en los organismos internacionales de carácter intergubernamental, especialmente a través de los representantes pontificios y de las misiones que les prestan asistencia. Nuestro trabajo, por tanto, se desarrolla en sintonía y colaboración con todos estos sujetos, para asistir al Santo Padre en su misión universal de ayudar a los pueblos a construir la paz y la fraternidad humana.

P.- ¿Cómo describiría el papel que desarrolla la Santa Sede en las relaciones internacionales?

R.- Las razones que llevan a la Santa Sede a participar activamente en los esfuerzos cotidianos de la familia humana no son económicas ni tampoco de naturaleza militar o geopolítica. La Santa Sede, como ya decía Juan Pablo II, considera que no puede realizarse un verdadero progreso humano ni una paz duradera sin la búsqueda valiente, leal y desinteresada de una cooperación creciente y de la unidad entre los pueblos.

La Iglesia contribuye a esta obra con la certeza de que el mensaje evangélico, traducido en la vida de los hombres y de las mujeres, sea la verdadera contribución a la edificación de la familia humana. Ciertamente, la Santa Sede quiere ser una voz moral activa en el ámbito internacional, que recuerda, en primer lugar, que deben afrontarse los temas comunes con un espíritu de solidaridad. Por eso anima todas las iniciativas que puedan tomarse, todos los pasos que puedan darse, tanto en el plano bilateral como en el multilateral.

Siguiendo esta visión, establece relaciones con los distintos gobiernos, participa en las actividades de las organizaciones internacionales y, cuando se le solicita y las condiciones lo permiten, no deja de asumir un papel de mediación que pueda facilitar el diálogo y, posiblemente, también el acuerdo entre los contendientes.

Los temas de base que inspiran al servicio de la Santa Sede incluyen la unidad de la familia humana, su destino común, la dignidad inviolable de todas las personas, creadas a imagen de Dios, la atención a los pobres y a los más frágiles, la justicia, la libertad –y, en particular, la libertad religiosa–, el progreso económico y social, el cuidado de la creación, el desarme…

Dolor por Ucrania

P.- ¿De dónde vienen hoy las grandes preocupaciones internacionales para la Santa Sede?

R.- Sin olvidar las guerras en otras partes del mundo, como Yemen, Siria, Etiopía y otras muchas emergencias en otros contextos, el Papa está muy dolido por el conflicto en Ucrania, por esa zona golpeada y castigada por la violencia de la guerra que ha causado miles de muertos y heridos, así como terribles sufrimientos a millones de personas. Francisco recordó que “toda guerra deja el mundo peor de como lo ha encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una derrota vergonzosa frente a las fuerzas del mal”. En el ángelus del domingo 27 de febrero de 2022, “con el corazón destrozado por lo que sucede en Ucrania”, el Papa repitió que debían “callar las armas” y dijo que Dios está “con los operadores de paz, no con quienes usan la violencia”.

También subrayó que “quien hace la guerra se olvida de la humanidad. No parte de la gente, no mira la vida concreta de las personas, sino que pone los intereses partidistas y de poder por delante de todo. Confía en la lógica diabólica y perversa de las armas, que es la más lejana de la voluntad de Dios. Y se distancia de la gente común, que quiere la paz; y que en todo conflicto es la verdadera víctima, que paga en su propia piel las locuras de la guerra”.

Con el Papa, la Santa Sede sigue con gran dolor los desarrollos trágicos y los trastornos provocados por esta guerra, como por otras, intentando ofrecer la propia contribución para animar a que paren las armas y haya negociaciones, de manera que se evite la escalada de tensión. También para asistir a las víctimas, tanto abriendo corredores humanitarios como acogiendo a los que huyen de las violencias y de los combates.

P.- En el discurso del Pontífice al cuerpo diplomático del pasado año, ya advirtió de algunos de los riesgos que luego se confirmaron con la guerra y la amenaza nuclear…

R.- Así es, el papa Francisco mostró su preocupación al “constatar que, frente a una mayor interconexión de los problemas, vaya creciendo una mayor fragmentación de las soluciones. Con frecuencia se observa una falta de voluntad de querer abrir ventanas de diálogo y señales de fraternidad, y esto termina por alimentar más tensiones y divisiones, así como una sensación generalizada de incertidumbre e inestabilidad”. Si no se recupera el sentido de nuestra común identidad como única familia humana, la alternativa “es solo un creciente aislamiento, marcado por exclusiones y clausuras recíprocas que, de hecho, ponen todavía más en peligro la multilateralidad”, que es ese estilo diplomático que ha caracterizado las relaciones internacionales desde el final de la II Guerra Mundial.

Desconfianza

P.- ¿Cree que hay voluntad de retomar esa multilateralidad?

R.- Por desgracia, las consecuencias están hoy a la vista de todos: esta falta de escucha y de voluntad política en la búsqueda de acuerdos recíprocos, esta desconfianza. Hay una credibilidad reducida de los sistemas sociales, gubernamentales e intergubernamentales para hacer frente a los desequilibrios existentes de un modo que sea verdaderamente concertado, en un plano de paridad o, al menos, de respeto recíproco.

En aquel discurso, el Papa habló además de la progresiva afirmación, en nombre de la diversidad, de un pensamiento único que borra el sentido de identidad y que pretende interpretar las categorías de la historia con la hermenéutica de hoy. A eso se añade una difundida sordera hacia los fundamentos naturales de la humanidad, que superan cualquier consenso o imposición de temas que dividen y no dejan espacio a un trabajo eficaz que pueda contribuir a resolver las grandes cuestiones globales.

P.- ¿Cuáles serían?

R.- Pensemos en el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el derecho a la libertad religiosa, a la aspiración de todo hombre y mujer a la paz y a un progreso justo, a un ambiente sano y vivible, a una educación de calidad para uno mismo y para los propios hijos, al acceso a una justicia justa. Precisamente, a la luz de los últimos acontecimientos, querría recordar las palabras del Santo Padre, quien evidenció cómo “la paz y la estabilidad internacional no pueden basarse sobre un falso sentido de seguridad, sobre la amenaza de una destrucción recíproca o de total aniquilación, sobre el simple mantenimiento de un equilibrio de poder.

En ese contexto, el objetivo final de la eliminación total de las armas nucleares se convierte tanto en un desafío como en un imperativo moral y humanitario”. Urge un diálogo que esté sinceramente orientado hacia el bien común de la familia humana y de nuestra Casa común, único instrumento sobre el que realmente se puede construir la paz y fundar la confianza que realiza en la libertad y hace progresar a las personas y a los pueblos.

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