Editorial

Conversión a la igualdad

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El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. De unos años a esta parte, la impronta reivindicativa de esta jornada ha tomado las calles y, afortunadamente, lejos de quedarse en una protesta coyuntural, la demanda de una igualdad efectiva se está traduciendo en medidas legislativas, empresariales…



Sin embargo, más allá de congratularse, la realidad habla, entre otras asignaturas pendientes, del  aumento de las víctimas de la violencia de género, de una conciliación ficticia y de una coja equiparación salarial. Logros de proximidad que son minucias frente a lacras globales injustificables, como la trata –la esclavitud global del siglo XXI– o el hecho de que, en 2023, más de 130 millones de niñas no puedan ir a la escuela.

La Iglesia no es ajena a este contexto en el que se mueve. Por un lado, si hay una institución que sale al rescate del colectivo más vulnerable de la sociedad, que es la mujer, esa es la Iglesia. Mujeres que salen al paso de mujeres que son explotadas, abandonadas, exiliadas, desempleadas…

No hay misión de frontera, literal o existencial, donde no haya una religiosa o una laica liderando un proyecto evangelizador que dignifique a aquellas a las que se les han negado los derechos más básicos. Y no solo brillan en lo oculto y pequeño por su capacidad de gestión, sino por humanizar cada una de estos escenarios cuaresmales de desiertos, para convertirlos en espacios propicios donde emerja la esperanza del Resucitado.

A la luz de esta autoridad, ganada a pulso en el servicio, resulta cuanto menos paradójico –y ciertamente irritante– que la mitad del Pueblo de Dios continúe siendo ignorado y considerado incluso como una amenaza cuando se replantea el desarrollo de cualquier ministerio eclesial. Una vez más, la tentación de identificar los roles de responsabilidad con el poder, el carrerismo y el clericalismo, propio de unas adherencias patriarcales enquistadas, impide afrontar con madurez esa urgencia de un mayor protagonismo femenino, tal y como el Espíritu está haciendo aflorar en los encuentros sinodales que durante estas semanas se están celebrando en todos los continentes.

Extirpar de raíz el machismo

Este discernimiento exigirá, más pronto que tarde, decisiones que vayan más allá de los gestos y de las designaciones puntuales más que significativas que se han dado en estos años de pontificado.

Pero, al igual que ocurre en el resto de la sociedad, de poco servirán los cambios normativos, como los muy loables introducidos en la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’, si no se extirpa de raíz el machismo y se genera una conversión a pie de parroquia: lo mismo con una corresponsabilidad en los consejos pastorales que con una ministerialidad liberada de tabúes varoniles en el templo.

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