Tribuna

Una piedra de toque

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Entre las prioridades que han quedado reflejadas en los documentos de la fase preparatoria de la etapa continental del Sínodo 2021-2024, se encuentran el reconocimiento del liderazgo de las mujeres en la Iglesia, el fortalecimiento y la revisión de los ministerios ejercidos por ellas y la creación de cauces institucionales para que su participación sea más plena.



Se trata de una cuestión compleja y mayoritariamente debatida y tensionada (M. Eckholt, 2022); pero, por ello mismo, tiene la capacidad de ser un motor de transformación de la organización eclesial.

1. Una mirada en perspectiva

Estas síntesis –reflejo de las consultas provenientes de los diversos contextos en su camino sinodal– no tienen como punto de partida un simple análisis teórico, sino que responden a un largo proceso de configuración de las mujeres como sujetos eclesiales. Si echamos una rápida mirada retrospectiva, es fácil constatar una mayor participación de las mujeres en el liderazgo en las iglesias y un reconocimiento limitado pero creciente de la importancia de sus contribuciones, funciones y oficios.

En muchas diócesis y parroquias desempeñan funciones clave, como agentes pastorales, en ministerios laicales y en el ámbito educativo. El aumento de mujeres con formación teológica ha facilitado su presencia en universidades, así como en diversos campos formativos que incluyen publicaciones científicas, coordinación de congresos, seminarios y cursos, dirección de retiros, grupos de oración y estudios bíblicos…

2. Desafíos abiertos para el 2023-2024

Con estos antecedentes de muchas creyentes activas (incluso activistas), en la Iglesia y en sus márgenes, se plantean incontables desafíos al camino sinodal para este año y el siguiente.

  • En primer lugar, los temas conflictivos y abiertos –y este de los ministerios de las mujeres es uno esencial– no pueden eliminarse de la agenda de trabajo. Será importante mantener la tensión y discernir formas decisionales que no sean mecanismos paralizantes. Ello no significa que se deban adoptar medidas unilaterales o sin el tiempo necesario para su discernimiento común, sino que, al abordar el tema con seriedad, se puede llegar a resultados inesperados.  Es decir, si se abordan los reclamos de los ministerios de las mujeres, entran en juego no solo las categorizaciones de género y de sexo, sino también las comprensiones de la vida sacramental, sus formas, sus ritos, sus ministros y su relación con los mecanismos de poder, de autoridad y de representación eclesial. La eclesiología conciliar, de comunión y basada en la participación de todo el Pueblo de Dios, ofrece otro marco de referencia a la cuestión ministerial.

  • En segundo lugar, será importante respetar y valorar la diversidad de las iglesias locales en armonía con la unidad eclesial. La multiplicidad ministerial es un rasgo constitutivo de los modelos eclesiales propiciados por el Concilio Vaticano II. El ejemplo del Sínodo de la Amazonía, al solicitar un ministerio instituido de “mujeres líderes” para su Iglesia local, es un modelo en este sentido.
  • En tercer lugar, la conciencia cada vez más honda de responsabilidad local y global de todo bautizado acelera la necesidad de reconocimiento de las mujeres como sujetos eclesiales. Ser un sujeto eclesial no significa únicamente ser escuchado, sino ser partícipes de la toma de decisiones, es decir, del proceso que va del ‘decision making’ al ‘decision taking’ (R. Luciani, 2022).

3. Ensanchar los espacios y garantizar las formas ministeriales

El tiempo del papa Francisco se vuelve una oportunidad extraordinaria para emprender la “reforma de las estructuras y la conversión de las mentalidades” (R. Luciani, 2020). Los procesos sinodales actuales incluyen en sus agendas estas reformas organizativas, y el papa Francisco ha insistido en la necesidad de asignar a los laicos y laicas cargos de responsabilidad eclesial. No se trata de una cuestión de cuotas de participación, sino de dar oficialidad y visibilidad a los oficios y ministerios que ocupan de hecho en la actualidad. El reconocimiento de las mujeres como sujetos eclesiales –especialmente, en cuanto a su participación en el diálogo referido a la configuración ministerial– se mantiene como piedra de toque de la autenticidad del proceso sinodal.

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