Francisco y Al-Tayyeb, “hermanos en Abraham” y adalides de la paz

El papa Francisco con el Gran Imán de Al-Azhar

La muy intensa jornada de Francisco en el reino de Bahrein incluía aún tres ceremonias ya en la tarde cuando el sol declinaba sobre un mar siempre en calma.



La primera fue un encuentro privado entre dos hombres que tienen en común muchas cosas y cuya relación ha ido intensificándose con el paso de los años. Me refiero al Papa, por supuesto, y al Gran Imán de la Universidad del Cairo Al-Azhar, Ahmed Al-Tayyeb, que para el mundo islámico (sobre todo en su rama sunita) representa la máxima instancia doctrinal.

La última vez que se vieron fue en Kazajistán (el pasado septiembre), durante el Congreso de Líderes de las Religiones Mundiales y Tradicionales. Al-Tayyeb visitó al Papa en mayo de 2016 y, a partir de esa entrevista, han sumado sus esfuerzos en favor de la paz y la justicia, garantizadas por el respeto a los derechos humanos y la libertad religiosa.

Después de esta visita fraterna, que no ha tenido nada de protocolario, ambos llegaron a la contigua y resplandeciente Mezquita del Palacio Real donde han presidido una cumbre del Consejo Musulmán de Ancianos. Esta es una institución creada en Abu Dabi el 18 de julio de 2014 y reúne a estudiosos, expertos y dignatarios musulmanes que se han distinguido por su capacidad de arbitrar los conflictos internos de la comunidad islámica mundial que a veces degeneran en enfrentamientos muy agudos.

El Dios de la paz

Desde el inicio de su alocución, Bergoglio ha alabado su voluntad “de disipar interpretaciones erradas que a través de la violencia tergiversan, instrumentalizan y dañan el credo religioso…delante de vosotros querría volver a repetir que el Dios de la paz no conduce nunca a la guerra, nunca incita al odio, nunca favorece la violencia”.

“Queridos amigos –prosiguió–, hermanos en Abraham, creyentes en un único Dios, los males sociales e internacionales, los económicos y personales, así como la crisis ambiental que caracteriza estos tiempos, provienen en último análisis de la lejanía de Dios y del prójimo. Nosotros, pues, tenemos una tarea única e imprescindible, ayudar a reencontrar las fuentes de vida olvidadas, hacer que la humanidad vuelva a beber en las fuentes de esa antigua sabiduría de acercar a los fieles a la adoración del Dios del cielo y a los hombres para los que Él hizo la tierra”.

“No debemos dejarnos tentar –afirmó en su conclusión– por atajos indignos del Altísimo, cuyo nombre Paz es insultado por cuantos creen en las razones de la fuerza, alimentan la violencia, la guerra y el mercado de armas, ‘el comercio de la muerte’ que a través de sumas de dinero cada vez mayores están transformando nuestra casa común en un gran arsenal”.

Concluido su discurso, los máximos representantes del Consejo se fotografiaron con el Papa, que quiso saludarles personalmente.

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