Antonio de Nebrija 500 años después: por una sociedad cristiana y decente

Antonio de Nebrija (Lebrija, Sevilla, 1444-Alcalá de Henares, Madrid, 1522) fue mucho más que la Gramática castellana, más que “el primer humanista hispánico”, más que el primer renacentista. Fue un hombre de fe que encontró en la lengua el fundamento de la “religión y república cristiana”, como lo destaca el filólogo e investigador Pedro Martín Baños: “Salvo que aparecieran escritos inéditos de otro cariz, se antoja que Nebrija vivió su religiosidad de un modo más reflexivo que piadoso, más racional que devocional, y no es fácil imaginarlo satisfecho en el papel del gramático cuyo granito de arena para construir una sociedad cristiana y decente era limpiar y depurar los libros eclesiásticos y la Biblia”.



Como católico y como humanista, como introductor incluso del Renacimiento en España, Nebrija hizo de la exégesis bíblica una devoción. Quiso –como escribió en Introductiones latinae (1495)– “consumir todo el tiempo restante de vida en las Sagradas Letras”. Es decir, aun cuando era bachiller teólogo en Bolonia y aprendió hebreo. Corregir, enmendar, depurar, “purificar” –como decía– la Vulgata, la versión latina de san Jerónimo.

De hecho, renunció en 1513 a la Biblia políglota complutense, impulsada por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros en Alcalá de Henares –“vanguardia de la investigación bíblica europea”, como remarca Martín Baños– por ciertos desacuerdos filológicos y aún mayor rigor.

Apenas ha quedado una pequeña muestra de su labor escriturística, el librito Cinco anotaciones exegéticas o Sacra lemmata quinque (1513), escrito justamente cuando se descabalga del proyecto cisneriano, y otro algo más extenso, la Tertia quinquagena (1516). Una década antes, en 1506, este empeño, esa entrega a la expurga de la Biblia, y a punto de publicar sus Annotationes quinquaginta in Sacras Litteras, o la primera cincuentena, le llevó frente a un tribunal de la Inquisición en Salamanca, donde era catedrático.

Diatriba dominica

Fray Diego de Deza, el inquisidor, le había obligado a entregar el original de aquel opúsculo cuatro años antes, en Extremadura. El enojo ante su pronta publicación supuso el encausamiento “por atreverse a corregir a Dios”. Fue una diatriba dominica contra el propio Cisneros –“intocable”, según Martín Baños, para el Santo Oficio– y sus pretensiones de corregir la Vulgata.

“Nebrija no fue reputado por hereje o sospechoso de herejía”, aclara Martín Baños, sino por “el escándalo del trato con judeoconversos” y, por supuesto, por el atrevimiento a desafiar al Papa reformando el texto de la Vulgata. En pleno proceso –aunque Nebrija nunca llegó a pisar la cárcel–, a Diego de Deza le sustituyó como inquisidor general en 1507, precisamente, el cardenal Cisneros. La causa quedó anulada.

A Cisneros le va a dedicar Nebrija su Apología (1507), más que literalmente su defensa ante el Santo Oficio, una reivindicación de sus estudios bíblicos. “Lo que el humanismo aportó a esa labor secular –afirma el profesor Martín Baños– fue un método renovador, el filológico, ensayado ampliamente en los autores de la Antigüedad grecolatina y, a la postre, demoledor, en su gusto por el detalle y la llaneza expositiva, del pensamiento mecánico, anquilosado, monolítico”. Y ahí, es cierto, Nebrija no tuvo parangón en tierra castellana. Él mismo escribió, consciente de su genio, que se sentía llamado a transitar “por una vereda que a mí solo de los nuestros me fue divinamente mostrada”.

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