Romena: el jardín de los niños perdidos en la Toscana

Padre Luigi Verdi en jardín de los almendros, por hijos muertos

¿Por qué? Es la primera y única pregunta sin respuesta. Da igual darse de cabezazos contra la pared, consumirse en lágrimas, que se parta el corazón o no dormir nunca más. ¿Por qué lo dejé salir la noche que tuvo el accidente?



Sobrevivir a un hijo que muere es una tragedia incomprensible. Y quien, desesperado, se pregunta por qué, no merece una respuesta de circunstancia o una cascada de palabras inútiles, como dice el padre Luigi Verdi. “El dolor de una madre o un padre no se puede ofender. No se puede hacer”. El padre Gigi o simplemente Gigi, fundador de la Fraternidad de Romena en Toscana, lo repite como un mantra. Esto es lo que pensó hace veinte años cuando conoció a la primera pareja de padres que, junto a otros, creaaron el Grupo Naín.

Habían perdido a su hijo y deambulaban por aquellos verdes valles en busca de la paz. Se detuvieron en Pieve, y que hoy, como entonces, acoge a “caminantes en la fe”. “Me hablaron de su luto y de un cura imbécil que intentó explicarles que su hijo era más bueno que los demás y por eso, Dios lo había querido consigo”, cuenta Gigi. “¿Cómo se puede hacer algo así?”, se pregunta aún después de años y con esa misma pasión agitada y obstinada que se esconde tras los gestos, y no las palabras, para los padres “huérfanos” de hijos.

Nombré así al grupo recordando el episodio de Jesús que en Naín se encuentra con la agonía de una madre que había perdido a su hijo. Con compasión, coloca su mano sobre el ataúd. El único consuelo radica en ese gesto. Esos padres necesitan nuestra presencia, nuestra escucha y que enjuguemos sus lágrimas”.

De lágrimas sabe Gigi: “Llegó una mujer a Romena. Tengo su imagen grabada. Estaba furiosa, no lloraba, no decía una palabra. Poco a poco comenzó a abrirse y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Las secaba deprisa, como para esconderlas, como si se avergonzara de su sufrimiento. Al final de nuestro encuentro, lloraba sin contenerse”.

En memoria de…

Junto al dolor de una madre o un padre que pierde a su hijo no hay palabras sino cuerpos, presencia, cariño, ojos que se miran y se entienden. Y así intentan alcanzar el objetivo mínimo para sobrevivir. Una vida nueva y diferente, siempre “en memoria de”. Cualquiera que haya estado en Romena y haya conocido a los padres de Naín habrá escuchado cosas del tipo, “cocino pensando en que lo hago por mi hijo”.

Y en esa voz apagada, pero también alegre e increíblemente calmada, se siente la fuerza de esa elección por la vida. En lugar de sumergirse en el trabajo o distraerse con otras cosas, han optado por renacer a partir de la memoria de un hijo que, aunque ya no esté, sigue presente.

Un camino “que nunca es un consuelo, pero que es el único de la Resurrección”. Como el jardín que Gigi ha creado alrededor de su iglesia románica. “Decidimos plantar pequeños almendros para recordar a los hijos que ya no están”. Y la elección del almendro no es casualidad: “Es el primero en florecer y el último en dar fruto”. Esos árboles crecerán dando lugar así a “un jardín de la resurrección”.

El padre Gigi veía clara esta idea y por eso se la propuso a los padres. “En hebreo la raíz de la palabra almendra, shaqad, significa despertar, estar atento. El jardín tiene este sentido. En lugar de esperar a ver de nuevo a ese hijo perdido, hay que procurar florecer. En lugar de mantenerlo en el sepulcro, se trata de continuar con la vida, también por el hijo perdido. Es abrirse a la novedad, a un cambio”. Naín es un espacio abierto.

*Reportaje original publicado en el número de abril de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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