El Papa, en su última misa en Irak: “He podido ver y sentir que esta Iglesia está viva”

  • Francisco se despide del país con la celebración de la eucaristía en el estadio Franso Hariri de Erbil
  • “Comunidades cristianas de gente sencilla se convierten en signo del Reino de justicia y de paz”

El papa Francisco en la última misa en Irak Erbil

“Hoy, puedo ver y sentir que la Iglesia de Irak está viva, que Cristo vive y actúa en este pueblo suyo, santo y fiel”. Con estas palabras ha concluido el papa Francisco su homilía en la misa con la que se despide del país, celebrada en el estadio Franso Hariri de Erbil. Con esta última eucaristía, el Pontífice pone punto y final a su viaje apostólico, aunque abandonará el país mañana por la mañana, llegando al Vaticano a mediodía.



“La Iglesia en Irak, con la gracia de Dios, hizo y está haciendo mucho por anunciar la maravillosa sabiduría de la cruz propagando la misericordia y el perdón de Cristo, especialmente a los más necesitados. También en medio de una gran pobreza y dificultad, muchos de ustedes han ofrecido generosamente una ayuda concreta y solidaridad a los pobres y a los que sufren. Este es uno de los motivos que me han impulsado a venir como peregrino entre ustedes, a agradecerles y confirmarlos en la fe y en el testimonio”, ha subrayado durante su alocución.

En su sermón en el improvisado altar, Jorge Mario Bergoglio ha recordado a los fieles que “el Resucitado nos hace instrumentos de la paz de Dios y de su misericordia, artesanos pacientes y valientes de un nuevo orden social”. Y ha añadido: “Comunidades cristianas formadas por gente humilde y sencilla se convierten en signo del Reino que llega, Reino de amor, de justicia y de paz”.

“Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios”

Centrándose en las palabras de San Pablo, que recuerda que “Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24), ha destacado que “Jesús reveló esta fuerza y esta sabiduría sobre todo con la misericordia y el perdón. No quiso hacerlo con demostraciones de fuerza o imponiendo su voz desde lo alto, ni con largos discursos o exhibiciones de una ciencia incomparable. Lo hizo dando su vida en la cruz. Reveló la sabiduría y la fuerza divina mostrándonos, hasta el final, la fidelidad del amor del Padre”.

En este sentido, ha señalado lo fácil que es “caer en la trampa de pensar que debemos demostrar a los demás que somos fuertes, que somos sabios… En realidad, es lo contrario, todos necesitamos la fuerza y la sabiduría de Dios revelada por Jesús en la cruz”.

Y ha agregado: “Aquí en Irak, cuántos de vuestros hermanos y hermanas, amigos y conciudadanos llevan las heridas de la guerra y de la violencia, heridas visibles e invisibles. La tentación es responder a estos y a otros hechos dolorosos con una fuerza humana, con una sabiduría humana. En cambio, Jesús nos muestra el camino de Dios, el que Él recorrió y en el que nos llama a seguirlo”.

“Jesús desea que nuestro corazón no sea un lugar de agitación”

Jorge Mario Bergoglio ha insistido a los fieles iraquíes que “Jesús desea que nuestro corazón no sea un lugar de agitación, desorden y confusión”. “El corazón se limpia, se ordena, se purifica. ¿De qué? De las falsedades que lo ensucian, de la doblez de la hipocresía; todos las tenemos. Son enfermedades que lastiman el corazón, que enturbian la vida, la hacen doble. Necesitamos ser limpiados de nuestras falsas seguridades, que regatean la fe en Dios con cosas que pasan, con las conveniencias del momento”, ha continuado.

Al mismo respecto, ha apuntado que “necesitamos eliminar de nuestro corazón y de la Iglesia las nefastas sugestiones del poder y del dinero. Para limpiar el corazón necesitamos ensuciarnos las manos, sentirnos responsables y no quedarnos de brazos cruzados mientras el hermano y la hermana sufren. Pero, ¿cómo purificar el corazón? Solos no somos capaces, necesitamos a Jesús. Él tiene el poder de vencer nuestros males, de curar nuestras enfermedades, de restaurar el templo de nuestro corazón”.

Según sus palabras, “Jesucristo, solo Él, puede purificarnos de las obras del mal, Él que murió y resucitó, Él que es el Señor”. “Dios no nos deja morir en nuestro pecado. Incluso cuando le damos la espalda, no nos abandona a nuestra propia suerte. Nos busca, nos sigue, para llamarnos al arrepentimiento y para purificarnos. El Señor quiere que nos salvemos y que seamos templos vivos de su amor, en la fraternidad, en el servicio y en la misericordia”, ha puntualizado.

“El Evangelio tiene el poder de cambiar la vida”

Como ha destacado el Pontífice, “Jesús no solo nos purifica de nuestros pecados, sino que nos hace partícipes de su misma fuerza y sabiduría. Nos libera de un modo de entender la fe, la familia, la comunidad que divide, que contrapone, que excluye, para que podamos construir una Iglesia y una sociedad abiertas a todos y solícitas hacia nuestros hermanos y hermanas más necesitados”.

Al mismo tiempo, “nos fortalece, para que sepamos resistir a la tentación de buscar venganza, que nos hunde en una espiral de represalias sin fin”. Y, “con la fuerza del Espíritu Santo, nos envía, no a hacer proselitismo, sino como sus discípulos misioneros, hombres y mujeres llamados a testimoniar que el Evangelio tiene el poder de cambiar la vida”. 

Antes de concluir, Francisco ha subrayado que “el Señor nos promete que, con la fuerza de su Resurrección, puede hacernos resurgir a nosotros y a nuestras comunidades de los destrozos provocados por la injusticia, la división y el odio. Es la promesa que celebramos en esta Eucaristía. Con los ojos de la fe, reconocemos la presencia del Señor crucificado y resucitado en medio de nosotros, aprendemos a acoger su sabiduría liberadora, a descansar en sus llagas y a encontrar sanación y fuerza para servir a su Reino que viene a nuestro mundo”.

Así, ha rematado: “Por sus llagas hemos sido curados (cf. 1 P 2,24); en sus heridas, encontramos el bálsamo de su amor misericordioso; porque Él, Buen Samaritano de la humanidad, desea ungir cada herida, curar cada recuerdo doloroso e inspirar un futuro de paz y de fraternidad en esta tierra”.

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