Francisco a los cristianos de Irak: “Ayuden a Dios a cumplir sus promesas de paz”

  • El Papa ha centrado la homilía de su primera misa en el país en la sabiduría, el testimonio y las promesas
  • “Quien ama responde al mal con el bien”, ha dicho durante su sermón en la Catedral Caldea de San José

El papa Francisco, en su primera misa en Irak

“Doy gracias porque aquí, donde en tiempos remotos surgió la sabiduría, en los tiempos actuales han aparecido muchos testigos, que las crónicas a menudo pasan por alto y que, sin embargo, son preciosos a los ojos de Dios; testigos que, viviendo las bienaventuranzas, ayudan a Dios a cumplir sus promesas de paz”. Con estas palabras completaba el papa Francisco su homilía en la primera misa de su viaje a Irak, que ha tenido lugar en la Catedral Caldea de San José, en Bagdad, y que ha centrado en tres claves: sabiduría, testimonio y promesas.



“Pasamos por pruebas, caemos a menudo, pero no debemos olvidar que, con Jesús, somos bienaventurados. Todo lo que el mundo nos quita no es nada comparado con el amor tierno y paciente con que el Señor cumple sus promesas”, ha continuado, para luego rematar: “Tal vez miras tus manos y te parecen vacías, y no te sientes recompensado. Si te sientes así, no temas; las bienaventuranzas son para ti, para ti que estás afligido, hambriento y sediento de justicia, perseguido. El Señor te promete que tu nombre está escrito en su corazón, en el cielo”.

El Papa pasará a la historia también por ser el primero en celebrar una misa por el rito caldeo. Una celebración a la que, por sorpresa, se ha querido unir el primer ministro de Irak, Barham Saliha, musulmán kurdo. Una muestra más de la buena sintonía entre la Santa Sede e Irak, que puede ser un impulso para que los cristianos en el país no sean vistos como ciudadanos de segunda.

Durante su homilía, el Papa ha recordado que, “a lo largo de la historia, el hombre ha seguido traicionando la alianza con Él, cayendo en los pecados de siempre y el Señor, en lugar de cansarse y marcharse, siempre ha permanecido fiel, ha perdonado, ha comenzado de nuevo”. Porque “la paciencia para comenzar de nuevo es la primera característica del amor, porque el amor no se indigna, sino que siempre vuelve a empezar. No se entristece, sino que da nuevas fuerzas; no se desanima, sino que sigue siendo creativo”, ha agregado.

Y ha dicho con rotundidad en medio de esta misa caldea con una liturgia de enorme belleza: “Quien ama no se encierra en sí mismo cuando las cosas van mal, sino que responde al mal con el bien, recordando la sabiduría victoriosa de la cruz. El testigo de Dios actúa así, no es pasivo, ni fatalista, no vive a merced de las circunstancias, del instinto y del momento, sino que está siempre esperanzado”.

La sabiduría

Centrado en la sabiduría, Francisco ha insistido en que “a menudo quien posee más medios puede adquirir más conocimientos y tener más oportunidades, mientras que el que tiene menos queda relegado. Se trata de una desigualdad inaceptable, que hoy se ha ampliado. Para el mundo, quien posee poco es descartado y quien tiene más es privilegiado. Pero para Dios, no; quien tiene más poder es sometido a un examen riguroso, mientras que los últimos son los privilegiados de Dios”.

Jesús, al que ha denominado como “la Sabiduría en persona”, recuerda que los más pequeños son los preferidos del Señor en el Evangelio. Y no lo hace en cualquier momento, no, sino al principio del primer discurso, con las Bienaventuranzas.

“Los pobres, los que lloran, los perseguidos son llamados bienaventurados. ¿Cómo? Bienaventurados para el mundo son los poderosos. Pero no para Dios. Para Él no es más grande el que tiene más, sino el que es pobre de espíritu; no el que domina a los demás, sino el que es manso con todos; no el que es aclamado, sino el que es misericordioso con su hermano. A este punto nos puede venir la duda: si vivo como Jesús, ¿qué gano? ¿No corro el riesgo de que me pisoteen? ¿Vale la pena la propuesta de Jesús? ¿O es un perdedor? No es perdedor sino sabio”.

Para Jorge Mario Bergoglio, “la propuesta de Jesús es sabia porque el amor, que es el corazón de las bienaventuranzas, aunque parezca débil a los ojos del mundo, en realidad vence. En la cruz demostró ser más fuerte que el pecado, en el sepulcro venció a la muerte. El amor es nuestra fuerza, la fuerza de tantos que aquí han sufrido ofensas, maltratos y persecuciones por el nombre de Jesús. Pero mientras el poder, la gloria y la vanidad del mundo pasan, el amor permanece. Vivir las bienaventuranzas, pues, es hacer eterno lo que pasa. Es traer el cielo a la tierra”.

El testimonio

En relación al testimonio, el Pontífice ha lanzado una pregunta al aire: “¿Cómo practicamos las bienaventuranzas?”. Y ha contestado: “Estas no nos piden que hagamos cosas extraordinarias, que realicemos acciones que están por encima de nuestras capacidades. Nos piden un testimonio cotidiano. Bienaventurado es el que vive con mansedumbre, el que practica la misericordia allí donde se encuentra, el que mantiene puro su corazón allí donde vive”.

En el mismo sentido, ha señalado: “Para convertirse en bienaventurado no es necesario ser un héroe de vez en cuando, sino un testigo todos los días. El testimonio es el camino para encarnar la sabiduría de Jesús. Así es como se cambia el mundo, no con el poder o con la fuerza, sino con las bienaventuranzas. Porque así lo hizo Jesús, viviendo hasta el final lo que había dicho al principio. Se trata de dar testimonio del amor de Jesús”.

Y ha vuelto a dejar una pregunta en alto: “¿Y yo cómo reacciono ante las situaciones que no van bien?”. “Ante la adversidad hay dos tentaciones. La primera: la huida. Escapar, dar la espalda. La segunda: reaccionar con rabia, con la fuerza. Es lo que les ocurrió a los discípulos en Getsemaní; en su desconcierto, muchos huyeron y Pedro tomó la espada. Pero ni la huida ni la espada resolvieron nada. Jesús cambió la historia con la humilde fuerza del amor, con su testimonio paciente. Esto es lo que estamos llamados a hacer; es así como Dios cumple sus promesas”.

Las promesas

Sobre las promesas, el Pontífice ha indicado que “la sabiduría de Jesús, que se encarna en las bienaventuranzas, exige el testimonio y ofrece la recompensa, contenida en las promesas divinas. De hecho, vemos que a cada bienaventuranza sigue una promesa. Las promesas de Dios garantizan una alegría sin igual y no defraudan. Pero, ¿cómo se cumplen? A través de nuestras debilidades. Dios hace bienaventurados a los que recorren el camino de su pobreza interior hasta el final. Este es el camino, no hay otro”.

En este sentido, ha recordado el testimonio del patriarca Abraham, a quien Dios le promete una gran descendencia, pero él y Sara son ancianos y no tienen hijos. “Es precisamente en su vejez paciente y confiada cuando Dios obra maravillas y les da un hijo”, ha resaltado. También ha recordado a Moisés, a quien Dios promete que liberará al pueblo de la esclavitud y por eso le pide que hable con el faraón. Moisés le dice que no es capaz de hablar, porque es tartamudo; sin embargo, “Dios cumplirá la promesa a través de sus palabras”.

No se ha olvidado tampoco de la Virgen, quien no puede tener hijos y es llamada a ser madre, o de Pedro, que niega al Señor y Jesús lo llama para que confirme a sus hermanos. “Queridos hermanos y hermanas, a veces podemos sentirnos incapaces, inútiles. Pero no hagamos caso, porque Dios quiere hacer maravillas precisamente a través de nuestras debilidades”, ha concluido.

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