Cinco lecciones del cardenal Eduardo Pironio en el centenario de su nacimiento

Tal día como hoy, hace 100 años ya, el 3 de diciembre de 1920, nacía en la ciudad de Nueve de Julio en la provincia de Buenos Aires, Eduardo Francisco Pironio. Siendo el pequeño de 22 hermanos, a los 18 años ingresó en el seminario de La Plata. Ordenado sacerdote en la Basílica de Luján en 1943, destacó como formador en varios seminarios y fundó el Instituto Secular Misioneras de Jesucristo Sacerdote.



Perito en el Vaticano II, invitado por Juan XXIII, fue ordenado obispo auxiliar de La Plata en 1964. Sería obispo de varias diócesis y destacó por participación en la reunión del CELAM en Medellín en 1968 –volvería a Puebla y Santo Domingo–. El pensamiento de Pironio se incluyó entre la denominada “Teología de la Liberación desde la Praxis Pastoral”.

Crítico con la dictadura de Perón, en 1975 se trasladó a Roma. Su amigo Pablo VI –del que incluso sería confesor–, fue el prefecto de la recién renombrada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, auspiciando la reforma de las congregaciones desde 1975 hasta 1984. Con Juan Pablo II sería designado presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, entidad que puso en marcha las Jornadas Mundiales de la Juventud. Falleció en 1998.

Vida Nueva rescata en este día algunas de las reflexiones que dejó en su testamento espiritual este amigo el entonces sacerdote Jorge Mario Bergoglio.

1. La fuerza de la esperanza

“Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre. Gracias, Señor y Dios mío, Padre de las misericordias, porque me llamas y me esperas. Porque me abrazas en la alegría de tu perdón. No quiero que lloren mi partida”, escribe la inicio de su testamento espiritual.

“Si me amáis, os alegréis: porque me voy al Padre. Sólo le pido que me sigan acompañando con su cariño y oración y que recen mucho por mi alma”, ruega a quienes le han acompañado de cerca al despedirse.

2. Sacerdote que se ofrece

“Agradezco al Señor por mi sacerdocio. Me resentido extraordinariamente feliz de ser sacerdote y quisiera transmitir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy, como mi mejor testamento y herencia. El Señor fue bueno conmigo. Que las almas que hayan recibido la presencia de Jesús por mi ministerio sacerdotal, recen por mi eterno descanso”, implora.

“Pido perdón, por toda mi alma, por el bien que he dejado de hacer como sacerdote. Soy plenamente consciente de que ha habido muchos pecados de omisión en mi sacerdocio, por no haber sido yo generosamente lo que debiera frente al Señor. Quizás ahora, al morir, empiece a ser verdaderamente útil: Si el grano de trigo… cae en tierra y muere, entonces produce mucho fruto”. Mi vida sacerdotal estuvo siempre marcada por tres amores y presencias: el Padre, María Santísima, la Cruz”, confiesa alejándose de todo clericalismo.

3. Un obispo padre, hermano y amigo

“Doy gracias a Dios por mi ministerio de servicio en el Episcopado”, señala en un momento de su testamento. “He querido ser ‘padre, hermano y amigo’ de los sacerdotes, religiosos y religiosas, de todo el Pueblo de Dios”, apunta.

“He querido ser una simple presencia de ‘Cristo, Esperanza de la Gloria’. Lo he querido ser siempre, en los diversos servicios que Dios me ha pedido como obispo”, confiesa. “Me duele no haber sido más útil como Obispo, haber defraudado la esperanza de muchos y la confianza de mis queridísimos padres los papas Pablo VI y Juan Pablo II. Pero acepto con alegría mi pobreza. Quiero morir con un alma enteramente pobre”.

4. Al servicio de la Iglesia

Pironio subraya en especial su misión en “la animación de los fieles laicos”. Para el purpurado argentino “de ellos depende, inmediatamente, la construcción de la ‘civilización del amor’. Los quiero enormemente, los abrazo y los bendigo, y agradezco al Papa su confianza y su cariño”, señala. “Doy Gracias a Dios por haber podido gastar mis pobres fuerzas y talentos en la entrega a los queridísimos laicos, cuya amistad y testimonio me han enriquecido espiritualmente. He querido mucho a la Acción Católica. Si no hice más es porque no he sabido hacerlo”, dice en otro momento.

De su trabajo con la vida consagrada llega a decir sin titubeos: “¡Cómo ofrezco hoy con alegría mi vida por su fidelidad!”. “Doy gracias al Señor por haberme hecho comprender que el cardenalato es una vocación al martirio, un llamado al servicio pastoral y una forma más honda de paternidad espiritual. Me siento así feliz de ser mártir, de ser pastor, de ser padre”, señala.

5. Dolor que ilumina y fecunda

“Agradezco al Señor el privilegio de su Cruz. Me siento felicísimo de haber sufrido mucho. Sólo me duele no haber sufrido bien y no haber saboreado siempre en silencio mi cruz”, escribe Pironio en su particular Magníficat. “Deseo que, al menos ahora, mi cruz comience a ser luminosa y fecunda. Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque ha sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho. ¡Yo sí pido perdón, con toda mi alma, porque hice sufrir a tantos!”, añade.

“Quiero morir tranquilo y sereno: perdonado por la misericordia del Padre, la bondad maternal de la Iglesia y el cariño y comprensión de mis hermanos. No tengo ningún enemigo, gracias a Dios, no siento rencor ni envidia a nadie. A todos les pido me perdonen y recen por mí”, se despide –en sintonía con el papa Francisco– en este texto fechado el 11 de febrero de 1996.

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