De Transmilenio a su propio grupo de música llanera, la historia de un migrante venezolano en Bogotá

La Iglesia universal celebró la Semana del Migrante desde el 14 hasta el 20 de septiembre. En Colombia, aún con los efectos de la emergencia sanitaria por el coronavirus a cuestas, la situación de migración y refugio apunta a un retorno paulatino de venezolanos, que a raíz del confinamiento tuvieron que regresar a su país.



Jesús Alejandro Pérez Ochoa, un joven padre de familia, de 34 años, decidió quedarse en Colombia “a pasar el aguacero” del Covid-19. Para él no hay obstáculo que valga, mientras “tengo a un Dios grande de mi parte”, ha dicho a Vida Nueva.

Una dura decisión

Su travesía hasta Bogotá fue tenaz. Una de las decisiones más duras de su vida la tomó en septiembre de 2018 cuando dejó su carrera como cantante profesional de música llanera en su natal Tinaquillo, en el llanero estado de Cojedes. Eso significaba empezar desde cero.

“No tenía pasaporte, ni permiso”, relata. Es así que con su mochila, instrumentos y sueños tuvo que atravesar las peligrosas trochas (caminos no oficiales) entre San Antonio (Venezuela) y Cúcuta (Colombia). “Pasé por un río que me llegaba a la nariz con mis maletas, con lágrimas en los ojos, recordar esto me quebranta la voz porque fue un momento que yo imploré a Dios fuerzas”, añade.

Lo demás fue un trayecto de altos y bajos hasta llegar a Bogotá. Allí se encontró con un colega y “nos fuimos caminando hasta un lugar donde un grupo de músicos se sentaban en una acera con arpa, cuatro y maracas por una colaboración”. De una empezó a conocer el duro mundo de los artistas de calle.

Llegué a vivir en el barrio Las Cruces y duré dos meses, pese a estar relacionado con su gremio “vendí tinto, trabajos de pintura, haciendo aseo para reunir dinero enviarle a mi esposa y para traerlas”. A los dos meses estaban con él su hija de cinco años y su esposa. Fue un momento crucial pues había “quedado desbancado y sin un lugar donde poder vivir”.

La suerte le sonríe

Son esos momentos cuando se pone a prueba el verdadero valor de un hombre indistintamente de su nacionalidad. Jesús Alejandro, con cuatro (instrumento de cuerdas) en mano y encomendado a Dios, se lanza a cantar en la red de buses de Transmilenio.

“Mi primer día en no fue fácil, pues al  principio sientes las miradas de la gente, o te ignoran, el desprecio y eso afecta psicológicamente, pero con el día a día y la necesidad de un sustento y techo para mi familia, eso bastaba”, cuenta.

Eran jornadas de 6 horas continuas de canto, poco a poco fue perdiendo el temor inicial. En ese ínterin “Dios puso ángeles en mi camino”, gente que le invitaba un desayuno, que lo contrataba para un cumpleaños, serenatas. Una cara de Bogotá distinta a la de la xenofobia y estigmatización de extranjeros.

Para Jesús Alejandro “Transmilenio fue un trampolín”, porque además conoció a un productor de música llanera que lo invitó a formar parte de una agrupación llamada Alma Llanera Show: “Es una de las organizaciones con muchos años de trabajo con serenatas llaneras, dirigida por Camilo Cabrejo, colombiano a quien conocí por medio de su hijo que me vio cantando en Transmilenio”.

En las buenas y en las malas

Otro de los momentos más significativos de Jesús y su familia fue el contacto que logró con Cáritas Colombia “por una paisana que me  conoció en Transmilenio y ella me recomendó”, recuerda.

Fue así como también, en esa etapa dura de la vida de migrante, pudo recibir auxilios y asesoría jurídica para integrarse totalmente. “Cáritas realizó una actividad en la conferencia episcopal para celebrar la semana del migrante en 2019” y “esta fue la primera ayuda que recibimos, estuvimos también en otras actividades, donde empecé a formar mi propio grupo de música llanera”.

Con un profundo sentimiento de gratitud por la primera agrupación que lo acogió, Jesús fue abriendo caminos incluso “enseñé a mi esposa a tocar maracas para integrarla” para fundar su propio conjunto: Serenata Llanera Bogotá y en todo este periodo “ha ido creciendo con paisanos que han llegado, dos de ellos viven conmigo en el barrio El Triunfo en el nororiente de la ciudad”.

Son dos años de altos y bajos, pero “con Dios nada es imposible” lo dice con una fe inquebrantable que ni la crisis del coronavirus pudo apagar. En medio de la apertura económica, Jesús y su conjunto salen a dar serenatas en las calles de Bogotá con arpa, cuatro y maracas como fieles testigos de la hermandad conjugada con los cuatro verbos del Papa (acoger, proteger, promover e integrar) de una Colombia y Venezuela que también se abrazan en las buenas y en las malas.

 

 

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