Santos del balcón de al lado contra el coronavirus

Balcones. Santos de al lado

Mientras el coronavirus sigue golpeando con fuerza a la sociedad española, la más afectada por la pandemia mundial tras la italiana, la Iglesia no frena su entrega. Aunque se hayan clausurado los templos, la caridad no ha cerrado por cuarentena. Lo mismo en una residencia que en un piso de acogida, la entrega de los católicos a los últimos vence al virus de la indiferencia.



Hogar Santa Bárbara: una casa que desborda vida

Que hay esperanza ante el coronavirus lo saben muy bien las siete mujeres con sus hijos pequeños que ahora viven en el Hogar Santa Bárbara, en un piso del madrileño barrio de Malasaña.

Se trata de un proyecto impulsado por Cáritas Madrid en el que ofrecen un ámbito de protección para mujeres embarazadas que no cuentan con ninguna red familiar o un mínimo apoyo, siendo muchas de ellas internas a las que echan al quedarse embarazadas o víctimas de la violencia de género o un desahucio.

Entran a vivir aquí y, una vez que dan a luz, pasan en la casa los primeros seis meses de vida del bebé, hasta que su situación se ha estabilizado y ya pueden valerse por sí mismas.

Como explica Eva Contreras, responsable del Área de Mujer en Riesgo de Cáritas Madrid y coordinadora del proyecto, “este nació en 2011 y por él han pasado unas 200 mujeres, teniendo la casa capacidad para 12 madres y nueve bebés”.

La superiora de la comunidad, la religiosa dominicana Francisca Sánchez, cuenta cómo es el día a día en el hogar, extremando los cuidados con los dos nuevos bebés: “Tratamos de dar lo máximo de nosotras mismas. Y notamos cómo ese apoyo repercute positivamente en las mujeres de la casa, que están afrontando esta crisis con mucha madurez, conscientes del peligro pero sin caer en la desesperación”.

Eloy Castelo: “Las personas con discapacidad nos están dando una lección”

Aceptar el confinamiento cuesta a algunos. A veces es en los más vulnerables donde vemos el mayor sentido de civismo, aun cuando no terminan de comprender por qué su rutina ha cambiado. “Al principio vivimos esto como algo lejano, que a nosotros no nos iba a tocar”, dice Eloy Castelo, director del Sanatorio Marítimo de la Orden de San Juan de Dios.

Pero “cuando hubo que empezar a tomar medidas… realmente no sabíamos lo que iba a implicar”, indica. Aunque el coronavirus no ha llegado a este centro de Gijón dedicado a las personas con discapacidad intelectual, y que está dividido en tres áreas: un colegio para niños desde los 6 hasta los 21 años; el Centro de Apoyo a la Integración (CAI), que funciona como centro de día; y la residencia.

“No tenemos ningún contagio del virus por el momento, y una de nuestras angustias es que si hay algún caso es porque alguno de nosotros o el personal, que salimos y entramos, lo hemos traído”, explica. “Tenemos gente muy dependiente y, realmente, si el virus entrara aquí sabemos que algunos no lo iban a poder superar”, agrega.

Miguel Ángel Millán: “Hay muchos enfermeros dispuestos a morir curando”

Los trabajadores se están ofreciendo a quedarse dentro de las residencias para no dejar desatendidos a los mayores. Que haya gente con familia y su propia realidad que se ofrezca a esto y asumiendo los riesgos, es lo más camiliano que se puede hace”, explica el religioso Miguel Ángel Millán, director de la Fundación Hospital Residencia San Camilo, que ofrece una respuesta intercongregacional al cuidado de los religiosos mayores.

De cualquier modo, la vida religiosa está acostumbrada a hacer de la necesidad virtud. Pese a la avanzada edad, las religiosas no se jubilan, y en varias enfermerías, aún con más de 90 años, se han puesto manos a la obra para coser mascarillas de tela. Tanto ha sido el ímpetu que las enfermeras han tenido que llamar a la calma.

“Estamos sacando las telas de sábanas e incluso hay enfermeras que nos han entregado sus ajuares para seguir la labor”, relata Miguel Ángel, sabedor de que no es la opción ideal, pero en mitad de una crisis, y esta lo es, “no queda más remedio”.

“Las religiosas están viviendo estos momentos con bastante serenidad y desde la oración y confianza”, apunta. Los trabajadores, por su parte, desde “una entrega total”. En todas las residencias, un total de 21 trabajadores están de baja al presentar síntomas. No obstante, también al quite.

Ana Bosch: “Tiene que facilitarse la salida de los migrantes de los CIE”

Los más vulnerables en esta crisis provocada por el coronavirus no son solo aquellos que por condiciones físicas o por su edad entran dentro de los llamados “grupos de riesgo”. Lo son también aquellos a quienes la sociedad ha olvidado. Aquellos cuyas vidas no parecen valer lo suficiente como para que se les informe, ni siquiera, de las medidas de seguridad que deben tomar para evitar el contagio.

Es el caso de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) que, tal como han denunciado distintas organizaciones de Iglesia, continuan recluyendo a personas en unas condiciones que distan mucho de lo que se ha pedido al resto de ciudadanos.

Así lo reconoce Ana Bosch, coordinadora del Equipo de Visitas a los CIE de Pueblos Unidos en Madrid, cuya actividad se ha visto paralizada por la cuarentena, no solo en Madrid sino en todas las ciudades en las que está presente el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), ambas organizaciones de la Compañía de Jesús.

Los internos en este contexto no suelen tener toda la información, no solo sobre sus derechos, sino de lo que está ocurriendo y de las medidas de seguridad y salud”, explica. Por este motivo, el servicio continúa estando activo por teléfono.

“Normalmente los internos están en celdas compartidas con un número elevado de personas, y los comedores son espacios amplios para albergar a mucha gente, por lo que no se respeta la distancia de seguridad”, afirma, así como tampoco todos “permiten que se tenga un acceso continuado a los baños para lavarse las manos”. Medidas de higiene pedidas a toda la ciudadanía, menos a ellos…

Paco Álamos: “Es un pentecostés civil, pero la precariedad se agudiza”

El ‘sálvese quien pueda’ no es una opción. Palabra de Papa. Mensaje a los empresarios en medio de la pandemia del coronavirus. Bálsamo para quienes son voz de denuncia en el mundo del trabajo desde la Iglesia. La Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) mira de frente al Covid-19. Lo primero, la vida. Pero más pronto que tarde llegará el día D. El primer día de nuestra nueva vida.

En medio del estado de alarma, Paco Álamos, responsable de Compromiso del movimiento especializado de la Acción Católica, ve el actual marco laboral desde la realidad. Con nombres propios. Son Manoli, Paqui, Lucas y Eugenio. Cuatro militantes de su diócesis (Huelva). Cuatro trabajadores que han visto cómo su vida profesional se queda en standby.

Somos una sociedad tecnológicamente desarrollada a la que un virus ha trastocado su día a día. Nos creemos que todo depende de nosotros y la realidad es que no. Aunque esta crisis nos coge con el pie cambiado, puede ser una oportunidad, dentro de la gran desgracia que estamos viviendo, para recobrar ese sentimiento de humanidad que se va diluyendo poco a poco. Somos de olvidar pronto pero ojalá cambie el rumbo de nuestro mundo”, sentencia Paco en un primer análisis.

Pese a que los efectos de esta crisis se notan ya con los repetidos ERTE, la realidad es que en el mundo obrero oír hablar de precariedad no es nuevo y esta situación “va a agudizar el problema”, sostiene Paco, que, con datos en la mano, recuerda que el 13% de los trabajadores son pobres.

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