Editorial

Fraternidad de tú a tú ante el coronavirus

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Cada noche, los españoles se asoman a las ventanas de su casa para aplaudir al personal sanitario que lucha para frenar el coronavirus. Una convocatoria inédita de solidaridad colectiva a través de un sencillo gesto, tan extraordinario en la historia de nuestro país como la excepcionalidad del confinamiento provocado por esta pandemia.



En medio del dolor y la incertidumbre generada por una espiral creciente de enfermos y muertos por el COVID-19, ese minuto compartido en los balcones es no solo un respiro en la cautividad, sino un ejercicio de terapia colectiva.

En una sociedad individualista como la occidental, impregnada por la globalización de la indiferencia, ha emergido de nuevo la conciencia de comunidad, un valor que está en la base del humanismo cristiano y que parecía tambalearse.

Este gesto cotidiano viene a concentrar todos esos otros detalles que en este día a día tan inusual están emergiendo de unos con otros, una cultura del cuidado que se manifiesta lo mismo en una llamada de teléfono para acompañar al que está solo, que en llevar la compra o los medicamentos al que tiene dificultades de movilidad.

Reconocer a los vecinos

Este redescubrimiento en los barrios y pedanías reivindica esos encuentros puerta con puerta y en la escalera que se habían visto reducidos paulatinamente  por un literal y simbólico aislamiento del ascensor y de los chalés unifamiliares de las nuevas urbanizaciones.

Los ciudadanos se vuelven a reconocer como vecinos y la Iglesia recupera también esa categoría de vecina del santo pueblo fiel de Dios. No en vano, cuenta con el entramado asistencial y de promoción social más capilar de cuantos existen, amén de su labor pastoral.

Así se está poniendo de manifiesto en esta coyuntura, tanto en el refuerzo de las obras ya existentes, sostenidas con un esfuerzo encomiable durante esta cuarentena, como con otras tantas iniciativas que se han puesto en marcha para salir al rescate de los últimos.

Tender la mano al prójimo

Eso, sin contar con la cesión de seminarios, casas de espiritualidad y otros espacios a las autoridades gubernamentales para que dispongan de ellos según consideren. Pero, sobre todo, tendiendo la mano al más próximo, al prójimo. Esa caridad que no está en ningún plan estratégico y que emana con naturalidad del Evangelio del samaritano.

Sin caer en el juego político ni en alocuciones populistas, y desde el respeto a la gestión de los poderes públicos ante esta crisis sin precedentes, en estos días la Iglesia está llamada también a ser voz de denuncia ante la vulneración de los derechos fundamentales que se están poniendo en juego.

Para garantizar que los profesionales sanitarios y aquellos que cuidan de nuestros mayores puedan combatir al COVID-19 con unas mínimas garantías. Pero también para alzar la voz por quienes están en la cuneta porque han sido despedidos de sus empleos, por esos migrantes que se ven más ninguneados todavía en su dignidad.

Apostar siempre por el ser humano

Y, por supuesto, para defender la dignidad de la vida humana de los mayores, para evitar que la falta de recursos médicos desemboque en un “descarte” de los ancianos. Esa Iglesia que nunca ha abandonado al ser humano cuando arrecia la tormenta, y no lo va a hacer ahora.

Como hacen los buenos vecinos, los de toda la vida, que se convierten en auténtica familia por su cercanía, con una entrega en la adversidad que supera cualquier grado de consanguinidad.

Además, solo la Iglesia cuenta con la red universal más efectiva para combatir toda desesperanza. Como la oración, que auspicia el Papa con sus convocatorias globales para mostrar “la victoria de Cristo resucitado” frente al coronavirus.

Solidaridad

Solidaridad como término civil, que es fraternidad en lenguaje eclesial en oración y acción. Sentir al otro como hermano, corresponsables de sus necesidades, de su angustia y de su dolor.

Santos de la puerta de al lado, esa heroicidad de clase media que Francisco reivindica en ‘Gaudete et exultate’, y que justo es tiempo de ejercitar desde la radicalidad que exigirá perseverar en este acompañamiento en lo pequeño, ahora que se amplía el estado de alarma y se recrudece el dolor por el número de fallecidos.

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