Periodismo evangelizador

El periodismo, si es objetivo, si tiene substancia, si construye opinión pública, si es un ejercicio libre, si orienta y educa, es una necesidad, es un servicio vital, es una profesión nobilísima con enormes responsabilidades éticas y sociales. Es una respuesta a la sed de verdad sobre el diario acontecer, el accionar de los gobiernos, las religiones y las sociedades.

La más crucial misión del periodista es buscar la verdad de lo que sucede y darla a conocer. La mejor noticia, la noticia buena es y será siempre la verdad, y en tiempos de crisis institucional, política y económica; de deshumanización, de confusión e incertidumbre; cuando y donde hay feria de conciencias, el respeto a la Carta Política se ha perdido totalmente y los victimarios se convierten en víctimas; cuando para la administración de justicia ya no hay inocentes y culpables sino ricos y pobres, la verdad es sentida como una necesidad vital, como un derecho fundamental, como un imperativo ético sin el cual no puede haber democracia ni vida en sociedad.

Desinformar, desorientar, mentir, callar verdades, distorsionar la realidad política y económica, hacerle el juego al populismo oficial, renunciar a su misión de poner a los gobernantes y a la clase dirigente ante el espejo de sus propias incoherencias y contradicciones, y hasta de sus carencias intelectuales, constituye la más vergonzosa negación de una misión sagrada.

La verdad nunca puede ser disimulada, escondida, desfigurada y menos prohibida; ninguna autoridad humana puede hacerlo. Encarcelar o desterrar un periodista es un abuso de autoridad inútil porque desde la lejanía o desde el más oscuro calabozo, la verdad puede ser proclamada y la injusticia denunciada.

Todo esto hay que decirlo, hay que gritarlo desde las terrazas en un país como el nuestro, máxime si está en juego el tema religioso y la vida cristiana de un pueblo.

Si el pluriculturalismo, de la mano del progresismo, se propone acabar con la ética y la moral, si la nueva izquierda o nuevo marxismo buscan sagazmente destruir la familia, si los Herodes con corbata se empeñan en enmendarle la plana al mismo Dios, y la sociedad se muestra apática e indolente en la confesión y en la defensa de su fe religiosa, el anuncio de la Buena Nueva tiene que ir mucho más allá de la homilía dominical y de la hojita parroquial.

Si la Iglesia quiere multiplicar sus formas o instrumentos de evangelización y de denuncia en el hoy de la historia patria, el periodismo constituye sin duda alguna un medio o recurso valioso en la difusión de la visión cristiana del mundo de la política, de la economía, de la vida en sociedad.

Estoy pensando en un periodismo evangélico, cargado de valor civil, que sepa evitar la confrontación inútil, que construya y presente un sólido pensamiento crítico sobre la cruda realidad de la corrupción, sobre los acuerdos con las FARC y su implementación, sobre los desafíos que desde una perspectiva teológica y pastoral plantea la ideología de género, sobre la violencia intrafamiliar y la trata de personas, la dignidad y el valor de la persona humana, sus derechos y sus deberes. Qué falta nos está haciendo. 

Compartir