La justicia y el reloj de la existencia

¿Qué le aporta la justicia a la paz? ¿Una vez sucedidos los hechos deplorables, para qué seguir fijando atención en los victimarios, para qué pedir condena, cárcel, castigo?

Los muertos, muertos seguirán. Los desplazados no recuperarán los años en que fueron amputados de sus tierras. Los desaparecidos difícilmente verán la luz de sus destinos tronchados.

La justicia no remedia el daño físico ni económico. Para eso está la reparación, que es instancia diferente. Tampoco la justicia dilucida las intenciones de los depredadores ni su modus operandi. Es la verdad la que lo hace. Y la verdad proviene de los bárbaros, de los perpetradores cuando se sinceran.

La justicia, entonces, se manifiesta como una pacificación frente al orden del cosmos. Para comprenderlo, es bueno escrutar la naturaleza del crimen, indagar en la devastación que provoca en las víctimas.

Los sobrevivientes, los amputados, los huérfanos, los enloquecidos a causa de la sangre, experimentan el derrumbamiento del cielo sobre sus cabezas. La lógica de la existencia colapsa cuando la desgracia los golpea.

Luego de haber sido traídos al mundo por padres ardorosos, luego de extasiarse de niños bajo las estrellas que no se abalanzan sobre la tierra, hombres y mujeres ven de repente cortados los lazos que los hacen uno con el entorno.

¿Quién los protege ahora? ¿En qué confiar de ahora en adelante? ¿Conserva algún sentido la respiración en este lugar despiadado? Que respondan las potencias que fabricaron la realidad.

Lo justo, lo conveniente, lo bello, lo verdadero, han quedado heridos de credibilidad. La maldad arrebata una certeza que hasta ese momento luctuoso reposaba en el cerebro y el corazón como tesoro gratuito.

La interioridad de la víctima queda descuadernada. Duerme sin los dos ojos, camina esquivando grietas que lo devoran, cualquier transeúnte es un lobo. El día a día asume tinte de fatalidad. La vida se convierte en una rebelión radical.

Alguien ha de componer el engranaje del reloj de la existencia. Si las tormentas del hado fulminaron el sentido, otros arbitrios tienen que alumbrar de nuevo la pequeña llama que vivifique el buen juicio.

¿Juicio? Exactamente. De esta palabra proviene la justicia. La justicia propicia el retorno del juicio, del buen juicio. Reinstaura en la psiquis atropellada la significación de la armonía.

En lo que respecta a las condiciones adecuadas a la convivencia, la sociedad es la encargada de suministrar justicia. Para eso se dota de órganos, códigos y peritos.

Para eso determina que justicia no equivale a venganza ni a perdón. En efecto, el perdón es de resorte individual, generosidad que se da gratis. En tanto que la venganza es ojo por ojo, diente por diente. Y sangre no lava sangre.

La justicia, entonces, es el mecanismo inventado para destrabar el caos público instaurado por los asesinos. Los jueces procuran poner en su sitio el estropicio generado, recoger los pedazos del cristal y reconstruir hasta donde se pueda la transparencia original.

Sus sentencias serán un remedo de la simetría universal. Quizá retribuyan a los ofendidos la imagen de cómo deben de ser las cosas. De esta manera les permitirán continuar la vida sobre pasos menos endebles.

La justicia es la reivindicación de los valores fundamentales. Es la muestra endeble de que alguien escuchó el reclamo de los humillados y trató de hacer patente la probabilidad de lo sagrado.

Arturo Guerrero

Periodista Y Escritor

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