La imaginación moral

CULTURA-APERTURA

 

El arte y el alma de construir la paz

La imaginación moral. El arte y el alma de construir la paz (2008) es el nombre con el que John Paul Lederach, experto en construcción de paz, tituló uno de sus ensayos,  cuya tesis responde a la pregunta: “¿cómo trascendemos los ciclos de violencia que oprimen a nuestra comunidad humana cuando aún estamos viviendo en ellos?”. Lederach, investigador de la fundación Humanity United, académico distinguido en el programa de Transformación de Conflictos de la Eastern Mennonite University y profesor de construcción internacional de la paz en el Instituto de Estudios Internacionales de la Paz Joan B. Kroc de la Universidad de Notre Dame, ha desarrollado trabajos en terreno en transformación de conflictos en Nicaragua, Somalia, Irlanda del Norte, Tayikistán y Filipinas e impulsado iniciativas de paz en Colombia. Su formación en temas de paz proviene inicialmente de los valores que aprendió de la comunidad menonita, a la cual pertenece. Recuerda que en su juventud, ante la idea del reclutamiento obligatorio en el ejército norteamericano para ir a la guerra de Vietnam, ejerció su derecho a la objeción de conciencia (acto que en otro tiempo llevó a sus abuelos a la cárcel), porque aprendió en su iglesia que existían formas no violentas y prácticas de resolver los conflictos en la sociedad.

¿Qué es la imaginación moral?

La obra de John Paul Lederach contiene, entre otros,  elementos de la imaginación sociológica de C. Wright Mills, de la imaginación profética del teólogo Walter Brueggemann y de los relatos bíblicos; no obstante, se aleja de dogmas, jerarquías y lugares comunes, para centrarse en las experiencias cotidianas que, en medio de su sencillez, conectan la realidad con lo trascendente y permiten que la potencialidad de la creatividad humana abra la posibilidad de pensar, incluso, que nuestro propio bienestar está atado al propio bienestar de quienes hemos llamado enemigos. Lederach sostiene que para librarse de las cadenas de la violencia una sociedad requiere desarrollar una imaginación moral. Esto es la conjunción de “la capacidad de imaginarnos en una red de relaciones que incluya a nuestros enemigos; la habilidad de aumentar nuestra curiosidad (…); una firme creencia; la búsqueda del acto creativo y la aceptación del riesgo inherente a avanzar hacia lo desconocido que está más allá del conocido paisaje de la violencia”. Además de desarrollar el concepto de la imaginación moral, la obra de Lederach aborda temas difíciles en el proceso de construcción de paz como la complejidad histórica, el pesimismo, el tiempo y el riesgo y los pone en diálogo con cuatro casos en los que se constata el vigor de la creatividad humana ante conflictos que parecían infranqueables. En consonancia con Mons. Luis Augusto Castro, lector de Lederach, a quien ha llamado apóstol de la paz: “la imaginación lleva a actuar, a diseñar lo posible y hasta lo imposible para hacerlo realidad. Cuando la imaginación se deja inundar por la esperanza, se torna aún más fértil, más creativa, más optimista”.

Cuatro historias

culturaUn elemento fundamental en este ensayo son las cuatro historias reales que ilustran las condiciones excepcionales que han creado un punto de inflexión en conflictos violentos prolongados y que han surgido en un espacio que está más allá del poder político local, de las presiones de la comunidad internacional o de una tradición religiosa en particular. En el caso de Ghana en 1995, dos grupos enemigos desde tiempos de la colonia, los konkombas y los dagombas, encontraron la inspiración para el fin del odio a través de la actitud de humildad y la palabra justa de un joven, quien en respuesta a un cacique del bando contrario, que acababa de expresar su desprecio hacia el pueblo enemigo por no tener líderes, lo llama ‘padre’. Este sencillo pero inesperado acto discursivo, explica Lederach, detuvo lo que pudo haber sido una guerra civil. En Wajir (Kenia), un puñado de mujeres movidas por el deseo de que sus hijas tuvieran un espacio donde la guerra no tuviera potestad crearon un lugar neutral, una zona de paz en el mercado. Allí analizaron su incidencia en la solución del conflicto y la relevancia que tenían en ello los ancianos de la comunidad, por lo que conformaron el Consejo de Ancianos para la Paz. Luego involucraron a los jóvenes y constituyeron Juventudes por la Paz. Finalmente, lo que empezó como un espacio femenino neutral llegó a ser el Comité por la Paz de Wajir, que a día de hoy sigue promoviendo la cooperación entre los pueblos que fueron enemigos. En el 2002 en Tayikistan, un país del Asia Central, la audacia de un mediador de conflictos le permitió llegar al corazón de uno de los comandantes, que incluso había matado a un amigo suyo, al poner en juego su propia seguridad en el caso de que fuera necesario, para que el comandante entrara a la negociación que el Gobierno proponía. Como respuesta a un gesto fraterno inesperado las armas se depusieron. En Colombia, en la región del Magdalena Medio, hacia 1987 un grupo de campesinos, ante las presiones de los grupos armados para que entraran en uno u otro bando del conflicto, optaron por la resistencia civil sin armas y formaron la Asociación de Trabajadores Campesinos de Carare (ATCC) que tuvo como motor la contundente frase “nos moriremos antes que matar”. Estos campesinos declararon sus pueblos territorios de paz y se organizaron mediante principios como la transparencia y la solidaridad.  En 1990 la Asociación ganó el Premio Nobel de Paz Alternativo y en 1992 la ONU le otorgó el premio Nosotros los Pueblos. Aunque la ATCC tuvo resultados eficaces en la región, varios de sus líderes fueron asesinados, con todo, esta experiencia, como atestigua Alejandro García, profesor de historia y estudioso del tema, “introdujo un sentido de incertidumbre en la lógica de la guerra, rompió el ciclo convencional de una guerra en espiral y desarrolló, mediante una demostración en vivo, la idea de que eran posibles las soluciones sin violencia”.

Intuición poética

En el capítulo titulado Sobre la estética, Lederach plantea que la construcción del cambio social requiere actos creativos, que responden al arte más que a la técnica de la resolución de conflictos. Para ilustrar esta idea se refiere al haiku (composición poética japonesa de tres líneas). Por el acercamiento que el autor ha tenido con este tipo de estructuras poéticas, ha podido constatar que en el haiku convergen la sencillez y la complejidad del universo. Tal capacidad de abarcar lo complejo en lo sencillo es según Lederach, una práctica primordial en la construcción de paz, porque además de permitirle al ser humano captar la esencia de las cosas, va generando en él una actitud de humildad y sinceridad frente a la realidad y le permite, por tanto, usar sus sentidos para articular la intuición, la observación y la experiencia. Los conflictos bélicos suelen arrinconar a las comunidades en el sinsentido, hacerles olvidar su capacidad creadora; por tanto, la respuesta más efectiva es “el cambio social que tiene tras él la intuición del artista (…) y que mueve a sociedades enteras” a sobrepasar los ciclos de violencia, a “palpar el alma de las cosas”, a “imaginar el lienzo del cambio social” y construir nuevas relaciones.

Un código contra la guerra

En Carare (Santander), la comunidad campesina creó su propio código para romper el ciclo convencional de la guerra. Ante el individualismo: solidaridad. Ante la ley del silencio y el secreto: hacer todo públicamente, hablar en alto y no ocultar nunca nada. Ante el miedo: sinceridad y disposición al diálogo. Tenemos que entender a quienes no nos comprenden. Ante la violencia: hablar y negociar con todo el mundo. No tenemos enemigos. Ante la exclusión: encontrar apoyo en los demás. Individualmente somos débiles, pero unidos somos fuertes. Ante la necesidad de tener una estrategia: transparencia.

Biviana García

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