Colombia firma la paz, pero ¿y ahora qué?

Paz en Colombia

Tras el desarme definitivo acordado en La Habana, el presidente llama a construirla entre todos

Firma del acuerdo en La Habana

El presidente colombiano, Juan Manuel Santos (izquierda) estrecha la mano del líder de las FARC, ‘Timochenko’, en presencia de Raúl Castro, durante la firma del acuerdo de desarme en La Habana

Colombia firma la paz, pero ¿y ahora qué? [extracto]

JAVIER DARÍO RESTREPO (BOGOTÁ) | Ya comenzaron a hacer cuentas los que ven el posconflicto en Colombia como una oportunidad para la economía. Según sus cálculos alegres, el ingreso personal de cada ciudadano se incrementaría un 50% y se generarían 200.000 empleos. El ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, sonríe al prever que el ingreso per cápita crecerá desde los 6.000 dólares a los 13.000. Más cauteloso estuvo el presidente, Juan Manuel Santos, durante su discurso en La Habana, después de la firma entre el Gobierno y las FARC del acuerdo de desarme definitivo y bilateral: “La paz se hizo posible, ahora vamos a construirla”, dijo entre aplausos.

En efecto, el “ahora” que comienza para Colombia es distinto para los que hacen cuentas, del que contemplan los que miran la proyección de esos acuerdos hacia el futuro inmediato y dentro del marco amplio de la larga historia en donde pueden verse las raíces del conflicto.

Tiene carácter de símbolo, por ejemplo, la noticia que se ha desplegado junto con la información de los acuerdos: 5.000 militares, acompañados de guerrilleros, están trabajando en el desminado. Se calcula que las minas sembradas por los frentes de las FARC en los campos han dejado 10.189 víctimas; en el “ahora” de los acuerdos figuran las azarosas áreas de desminado asumidas, como trabajo conjunto, por los que antes se buscaban para matarse.

Un país enfermo

Hay otras tareas de desminado: las que tendrán que hacerse en las conciencias de las personas. Entre 1995 y 2016 se han adelantado cuatro encuestas de salud mental en las que se encontraron, como minas sin explotar, las huellas dejadas por más de medio siglo de violencia. La conclusión de la encuesta de 1995 asombró a los investigadores: el 61% de la población presentaba una alta posibilidad de sufrir trastornos mentales; esto equivale a 26 millones de colombianos afectados de alguna manera por una amenaza de muerte, una desaparición, un secuestro, algún homicidio, el suicidio de alguien o el incendio y destrucción de su finca y sus sembrados. Había rabia, desilusión y amargura en los encuestados, y esos sentimientos deterioraban su salud mental y física.

Las tres siguientes encuestas –la última de este año– coinciden en la descripción de las huellas dejadas por la violencia, y agregan datos: cuatro de cada diez colombianos han tenido trastornos mentales, de modo que Colombia es el segundo país del mundo con el mayor número de trastornos mentales, comprobación hecha a comienzos de siglo. La última encuesta agregó la abrumadora evidencia de que el 50% de la población infantil ha estado expuesta a alguna forma de violencia; por tanto, medio millón de niños entre los 7 y los 11 años padece de estrés postraumático.

Son investigaciones que no dejan duda: Colombia es un país enfermo. Ahora sigue, en consecuencia, un período de sanación en el que tendrán poder terapéutico acciones como estas: la reparación a las víctimas y la acogida a los reinsertados.

Las víctimas

Paz en ColombiaLas víctimas impiden que el discurso de paz se vuelva teoría o promesa de político y, con su presencia y reclamos –sobre todo, con su historia–, hacen evidentes las fallas de una democracia que no les garantizó sus derechos y que tiene la obligación de reparar.

Son ocho millones de personas las que el conflicto ha dejado a lo largo de los más de cincuenta años de duración; la acción de los victimarios –guerrilleros del M 19, del ELN, del EPL, de las FARC, de las Autodefensas o militares de las Fuerzas Armadas– ha hecho de Colombia un país de víctimas. El mayor número son los desplazados, campesinos que, presionados por los armados, tuvieron que abandonar cuanto tenían para salvar sus vidas y las de sus familiares, en las ciudades.

Por cierto, ya han comenzado las acciones de reparación, de devolución de tierras, de justicia y las garantías de no repetición, pero es la tarea que debe continuar y que hace parte de la respuesta al ¿ahora qué?

El reclamo de verdad de lo sucedido, que es su primera exigencia, ya les está permitiendo acceder a la realidad de la violencia padecida, y es la tarea que se cumplirá con mayor amplitud en el período que seguirá a la firma de los acuerdos. Durante la etapa final de las conversaciones en La Habana, las comisiones de víctimas –con sus reclamos de verdad, justicia y garantías de no repetición– posibilitaron el contacto más contundente entre los negociadores y la realidad cruda del conflicto. Son las víctimas, por cierto, las que mantendrán viva la conciencia de que la paz y la justicia se necesitan.

Los reinsertados

Aunque ya han avanzado los programas para reinsertados –entre 2002 y 2010 fueron atendidos 54.317 por la Agencia de Reintegración, que ahora, mensualmente, recibe a 32.000–, y hay entre ellos exguerrilleros y antiguos miembros de las Autodefensas, la formalización del fin de la guerrilla ha multiplicado el número de combatientes de vuelta a casa y a la sociedad. De la acogida que los colombianos les ofrezcan, dependerá la consistencia de la paz.

Sin embargo, para un sector mayoritario de los colombianos es impensable esa acogida a los que hasta ayer miraron como enemigos de la sociedad. Las encuestas registran un rechazo a la idea de tenerlos como vecinos en los edificios de apartamentos, o como novios/novias de sus hijos, o de darles trabajo, o de tenerlos como compañeros de estudios de sus hijos… Esta es una actitud que, de mantenerse, perpetuaría el conflicto y el enfrentamiento entre los colombianos.

Las actitudes ante la acogida y la reintegración que hoy día existen tendrán que cambiar e intensificarse, junto con el trabajo de crear el ambiente propicio para el perdón y la acogida.

Esta acogida tendrá que ser especialmente generosa en el caso de los niños exguerrilleros y exparamilitares. Una estadística difundida por los investigadores indica que el 50% de los guerrilleros de las FARC ingresó a sus filas cuando tenían entre 10 y 15 años; son colombianos que no tuvieron infancia ni oportunidades. Más del 40% de ellos, analfabetos y sin más potencialidades desarrolladas que las que les permitieron desempeñarse y sobrevivir en las tareas de la guerra. Y son hoy los que con mayor ilusión contemplan la posibilidad de regresar a casa. Comienza ahora, pues, la gran operación de recibirlos y prepararlos para la vida laboral y para asumir sus deberes y derechos como ciudadanos.

Era de reconstrucción

El verbo construir, que el presidente Santos utilizó al referirse al compromiso del país con la paz, corresponde a la visión más realista del momento: ahora comienza una era de reconstrucción, algo así como un nuevo nacimiento, presumiblemente bajo condiciones más favorables que el primer nacimiento de la República. Lo que siguió entonces fue una sucesión de guerras, de modo que la historia solo registra un período de paz que comenzó en 1903, al finalizar la guerra de los mil días, hasta 1930, en que, con el fin de la hegemonía conservadora y el triunfo electoral del liberalismo, regresaron las armas y la violencia.

Al preguntarnos, después del anuncio de desarme, ¿y ahora qué?, se contempla la decisión de construir una nueva sociedad y escribir una historia sin armas, que es como estrenar el alma. Ese es el desafío.

En el nº 2.995 de Vida Nueva


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