Hacia un tráfico más humano. El Apostolado de la Carretera, compromiso de la Iglesia

Peatones y conductores debemos reflexionar sobre cómo contribuir a la convivencia

portada Pliego Apostolado de la Carretera 2994 junio 2016

JUAN ANTONIO RODRÍGUEZ BELTRÁN, párroco de Navas del Rey (Madrid) y delegado de Pastoral de la Carretera de la Diócesis de Getafe | Año tras año, el primer domingo de julio, la Pastoral de la Carretera aprovecha la festividad de san Cristóbal para sumarse a la campaña en favor de la responsabilidad en el tráfico, queriendo así colaborar con tantas personas y organismos que se esfuerzan por mejorar el clima de buena convivencia entre los usuarios de nuestras carreteras. La Comisión Episcopal de Migraciones, consciente de las dimensiones que el problema del tráfico había adquirido en nuestra sociedad, creó, en octubre de 1967, la Dirección Nacional del Apostolado de la Carretera. Este organismo nace de la necesidad explícita de evangelizar en un campo concreto, en este caso, el mundo del tráfico.

Expresa y alienta la preocupación de la Iglesia ante esta realidad humana. Y parte de la convicción de que el anuncio y la acogida honesta del Evangelio son fuente de procesos que humanizan. Es una realidad dinámica, y nunca mejor dicho, pues el tráfico plantea nuevos retos para la evangelización.

Todos, peatones y conductores, deberíamos aprovechar esta jornada para reflexionar sobre los problemas del tráfico y sus consecuencias, y aceptar nuestra parte de responsabilidad, tomando las medidas convenientes para evitar riesgos y contribuir a una convivencia más humana.

I. El hecho social del tráfico

II. La dura realidad

III. La Palabra de Dios, luz en la carretera

La Iglesia encuentra en la Palabra de Dios y en el Magisterio la principal fuente y sentido de su misión pastoral. La Iglesia está presente en esta tarea, moviéndose, por supuesto, en los estrictos espacios humanos, éticos y religiosos que le son propios; junto a otras legítimas opciones éticas que actúan en nuestra sociedad democrática y plural. No tenemos exactamente los mismos objetivos que las administraciones civiles, aunque sí compartimos bastantes de ellos; ni tampoco compartimos las mismas motivaciones a la hora de actuar. Nuestro campo es muchísimo más amplio e inclusivo.

La Iglesia se siente obligada a contribuir positivamente con cuanto tiene: de una parte, con su riqueza para quienes la consideren como tal dentro de su especial cosmovisión. Y, por otra, con la cooperación de sus cuadros organizados en todas las instancias a su alcance.

El planteamiento humano y cristiano va mucho más allá de evitar los accidentes en la carretera, cosa ya de por sí muy importante. Se trata, en positivo, de prestar un servicio a la noble causa de la vida y a la de humanizar nuestras vías al estilo de Jesús, que “pasó haciendo el bien”. Supone conseguir una conjunción entre “conducir y conducirse”. Y esto, no lo dudamos, sí es abrir horizontes ilusionantes.

Como apunta muy bien el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes en sus Orientaciones para la Pastoral de la Carretera-Calle (agosto de 2007), documento en el que baso esta exposición, “está comprobado que una de las raíces de muchos problemas inherentes al tráfico es de orden espiritual” (n. 20).

De hecho, el propio texto recuerda antes que “la Sagrada Escritura presenta, en líneas generales, la realidad de la movilidad humana, con sus peligros, sus satisfacciones y sus penas, y afirma su correspondencia con el designio salvífico de Dios. Podemos, así, comprender el viaje, no solo como un desplazamiento físico de un lugar a otro, sino en su dimensión espiritual, porque el viaje relaciona a las personas, contribuyendo a la realización del designio de amor a Dios” (n. 17).

He aquí algunas ideas del documento pontificio en las que puede observarse cómo la fe debe asumir y trascender las legítimas motivaciones puramente materiales propias de los gobiernos y autoridades civiles:

  • La espiritualidad cristiana debe ser “luz capaz de dar significado a toda la vida” (n. 10).
  • El término “camino” se utiliza como “metáfora para indicar los comportamientos humanos” (n. 13).
  • La carretera (el camino) ofrece un magnífico escenario para hacer el bien (n. 14): “Jesús recorría ciudades y aldeas para proclamar el Evangelio y curar ‘todas las enfermedades y dolencias’” (Mt 9, 35).

Por todo ello, el automovilista cristiano –o sea, conocedor de Jesucristo–:

  • Es prudente en la carretera.
  • No piensa solo en sí mismo y no está siempre apremiado por la prisa en llegar.
  • Se fija en las personas que lo ‘acompañan’ por el camino, cada una con su propia vida, el deseo de llegar y sus propios problemas” (n 19).

IV. La carretera, lugar teológico

V. Realidad pastoral española

 

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