Celebrar en tiempos irreligiosos

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Nadie negaría que hoy en día el ambiente totalmente secularizado y pagano se ha tragado por completo el ambiente religioso y espiritual que hasta hace unos años envolvía cualquiera de las fiestas y solemnidades de la fe cristiana. Días o periodos que las sociedades de espíritu cristiano reservaron en sus calendarios anuales para dar lugar a la liturgia religiosa han sido desmontados o colonizados por otros espíritus, sobre todo aquellos referidos al descanso, la fiesta pagana o ese nuevo gran vicio que es el viajar día y noche por el ancho mundo. Y, sin embargo, el cristiano que toma su fe en serio sabe que conviene detenerse de tanto en tanto para celebrar lo que cree y para alimentar su vida en los misterios sagrados. La pregunta es cómo hacerlo en estos tiempos irreligiosos.

Quizás lo primero que se debe hacer presente en la persona de fe actualmente es la necesidad explícita de reservar en su vida unos tiempos precisos para su encuentro litúrgico con Dios. No obstante el desmonte de la cristiandad, sigue siendo posible separar unos momentos importantes para el culto religioso pues esta sociedad de la diversión y el espectáculo, como la llama el peruano enamorado, se ha cuidado de no reservarse el tiempo de las fiestas para otros menesteres diferentes al trabajo. O sea, siguen existiendo días de ocio que el creyente puede santificar si así lo quiere. En las fiestas tradicionales de nuestra fe, tanto el clero como los fieles de fe viva deben preocuparse por ocupar hondamente los tiempos sagrados con actividad espiritual. No importa si muchas otras personas nadan, viajan, bailan, duermen. Problema de ellas.

Por otra parte, dos características serían deseables en las celebraciones religiosas de estos tiempos. La primera sería una adaptación de horarios a las posibilidades reales de las personas, pues muchas no pueden romper sus rutinas de trabajo o de estudio y, por tanto, se hace necesario ofrecerles posibilidades al terminar sus actividades. La segunda tiene que ver con la calidad de las celebraciones, de manera que sean realmente atractivas por lo que puedan aportar a la vida de las personas, y esto en varios sentidos: la calidad de la predicación, la solemnidad de los ritos, la belleza de la música, la claridad de los signos, el sentido de comunidad eclesial. Benedicto XVI insistió en varias ocasiones en que la liturgia es el mejor medio de evangelización en la Iglesia y está en lo cierto cuando ésta se lleva a cabo con todo el decoro y la riqueza que le son propios.

Y siguiendo las enseñanzas y amonestaciones del papa Francisco, conviene seguir a los fieles que hacen de los tiempos santos periodos de descanso y recreación, llevándoles la liturgia, también en una forma moderna, agradable, clara y atractiva. A los mismos sacerdotes nos hace mucho bien esta posibilidad de salir de nuestros templos, situarnos en escenarios diferentes y encontrar, porque siempre es así que nuestra gente realmente siente gusto por celebrar su fe dondequiera que se encuentre y que no tiene esas dicotomías que solemos crearnos los eclesiásticos entre descanso y fe o recreación y piedad, sino que las viven ambas sin enredarse los sesos. Es más: hoy pueden convertirse estos tiempos aparentemente irreligiosos en una oportunidad de oro para hacer presencia donde nunca se ha estado y dejar así que un viento fresco revitalice las celebraciones que la rutina a veces almidona y acartona.

Rafael de Brigard

Presbítero

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