“Algo nuevo, necesariamente”

Por MARTÍN DE SALTERAIN

“Me niego a pensar que mi cultura no tiene nada que aportarle a la otra y que la otra no tiene nada que aportarle a la mía”. De esta manera define su aprendizaje Nicolás Iglesias, un uruguayo de 27 años, luego de trabajar como voluntario en Haití. Animarse a realizar una experiencia de este tiempo implica asumir cierto grado de responsabilidad que todos, como habitantes del mundo, tenemos.

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“Había gente que pensaba que me iba a morir, y gente que pensaba que iba a cambiar el mundo. No había puntos medios”: así es como Nicolás Iglesias, un joven uruguayo de 27 años licenciado en Educación Inicial, recuerda que reaccionó su entorno cuando anunció que se iría como voluntario por un año a Haití. Luego de un año y medio no se murió, ni tampoco salvó al mundo, pero con su trabajo contribuyó en la construcción de un continente un poco más justo y fraterno.

“Yo buscaba estar donde Dios me quisiera”, explica. Esa era la motivación de fondo. “Todavía lo busco”, agrega pensativo. Fue en una experiencia de Ejercicios Espirituales Ignacianos que terminó de discernir este llamado y se resolvió a embarcarse en este proyecto. Aunque a su vez reconoció cómo esto era parte de una búsqueda que había atravesado toda su vida.

Ya desde la escuela de nivel secundario comenzó a involucrarse en distintos voluntariados, de carácter todavía algo genéricos. Luego fue avanzando hacia otros servicios más concretos y de mayor compromiso, pero aún sentía que no era suficiente. Debía implicar también sus opciones laborales y profesionales: “En cierto sentido, volcar mi vida a los que más lo necesitan, al mismo tiempo que ellos me transforman a mí”, intenta explicar.

Con ese trasfondo decidió formarse como Educador Inicial para enfocar su trabajo en la primera infancia. Así se convirtió en el primer varón egresado de esta licenciatura en la Universidad Católica del Uruguay, al adentrarse en una profesión fuertemente marcada por un estereotipo de género.

Logró de este modo vincular sus inquietudes sociales con lo laboral, trabajando en lo que en Uruguay se denominan Centros de Atención para la Infancia y la Familia (CAIF), que forman parte de un programa estatal, muchas veces gestionados en convenio con asociaciones civiles.

Pero esto tampoco le resultaba suficiente, por la brecha que aún existía entre su trabajo y el resto de su vida. En el fondo era una búsqueda de mayor coherencia: “No sé si la encontré –acota entre risas–, pero era lo que yo buscaba, lo que más quería”, afirma.

Por eso explica que lo entusiasmó el estilo específico de voluntariado de la ONG América Solidaria, que proponía “una experiencia de vida, un estilo de vida”. Esto implicaba, por ejemplo, determinado nivel de austeridad cotidiano y de cercanía con las personas del lugar. Cuando “no viene la luz”, por ejemplo, y eso a su vez impide que llegue el agua corriente a las casas, es un problema que los voluntarios comparten a la par de los locales, explica. De todos modos, no titubea en afirmar que ese estilo de vida que él podía entender como austero seguía siendo muy superior al del haitiano promedio.

Otro aspecto que remarca entre las cosas que lo atrajeron de esta propuesta es que no fue él quien eligió su destino, sino que la organización evaluó que allí era donde sería más útil. Además, sentía que comulgaba fuertemente con el propósito de América Solidaria: unirse en el continente para construir entre todos una forma de superación de la pobreza.

“¿Pero por qué no podés dedicarte a eso en tu propio país?, ¿por qué tenés que irte?”, fueron algunos de los cuestionamientos a los que se tuvo que enfrentar Iglesias cuando tomó esta decisión. “Me niego a pensar que mi cultura no tiene nada que aportarle a la otra y que la otra no tiene nada que aportarle a la mía”, responde hoy, convencido. Porque en ese encuentro “creamos algo nuevo, necesariamente”, y además se va construyendo algo a mayor escala, argumenta. Por ello considera necesario que logremos desarrollar “una conciencia más de humanidad”: “no solo Uruguay es mi casa”, asegura.

 

Prejuicios

Hablar con un voluntario de este tipo siempre es una buena oportunidad para derribar mitos. Iglesias identifica, primero, una serie de prejuicios hacia las personas que viven en extrema pobreza que deben ser superados.“Está la idea de que son todas personas peligrosas, hay como una sensación de peligro que genera que la gente ni se anime a pasar por zonas de pobreza”, señala. Además, agrega el preconcepto de que son personas “que no tienen ninguna habilidad propia para salir adelante”, o también que conforman comunidades “cerradas, que no son receptivas a lo que pueda venir de afuera”. Pero opina que la peor actitud que se puede tomar es la de concebirlas desde la etiqueta de “pobrecitos”, desde la lástima, porque eso inhabilita al otro en sus capacidades para salir adelante.

Mucha gente “se tapa los ojos” y prefiere no saber lo que pasa. Para muchos, incluso, la pobreza resulta algo “inestético”, que genera cierto grado de repulsión, ya sea porque no puede lidiar con ella, o porque no puede asumir su cierto grado de responsabilidad que todos tenemos, sentencia.

Cuando “no viene la luz, y el agua corriente no llega a las casas, es un problema que los voluntarios comparten a la par de los locales.

Subraya también que para embarcarse en un proyecto solidario es necesario tener claras cuáles son las motivaciones de fondo. “Es un error muy grave hacerlo porque uno se siente culpable de lo que tiene”, enfatiza. “Hacerlo para subsanar una herida propia genera procesos que se tratan de uno mismo y no de los demás”, fundamenta. “El centro está en el otro… o más bien en el intercambio, en la interacción”, precisa.

Sobre Haití también hay “muchos prejuicios”. “Yo siempre le digo a mis amigos, ‘miren que en Haití se puede ir a comer sushi’”, comenta entre risas, pero buscando contrarrestar con el ejemplo la imagen excesivamente apocalíptica que la gente tiene del lugar. Sí es un país con muchísima desigualdad y donde sigue habiendo opresión, con una historia de grandes dictaduras, “de una colonia francesa que parece que nunca se fue, aunque haya sido el primer país en independizarse” y de su fuerte raíz africana, cuenta. Se puede ver en el idioma, ejemplifica, ya que todos hablan creole, porque es su idioma materno, pero el idioma “que los va a ayudar a sobrevivir y a salir adelante es el francés”, que hablan todas las organizaciones, el gobierno y la clase alta.

Pero, a la vez, contrarresta, “es un país con mucha esperanza”. Son gente muy trabajadora, que trabajando doce horas por día sale adelante y sobrevive, y lo hace con alegría, remarca. Aunque la gran mayoría no puede ni pensar en salir a manifestarse en contra de las injusticias que vive: “la historia les ha enseñado que ellos se dedican a sobrevivir, que no tienen ningún tipo de injerencia sobre su propio país”.

 

Maneras

Antes de partir, Iglesias tenía claro que “no quería ir a imponer nada”, sino a “construir algo en conjunto”, potenciando lo bueno de cada uno. No le gustaba la idea de un modelo de cooperación internacional donde una organización llega a dictaminar cómo deben realizarse las cosas bajo el argumento de “es mi dinero”.

Por eso considera que haber aprendido a hablar creole fue fundamental. Para contextualizar, explica que el tema del color de piel es muy fuerte en Haití. Al principio le sorprendió que en la calle se dirigieran a él como “blank” para llamarlo. “El blanco es un símbolo de poder, de alguien que tiene mucha plata, que no se involucra. Es, históricamente, la raza del opresor, y eso genera muchas fronteras”, relata. Además afirma que gran parte de la cooperación internacional se ha encargado de seguir reproduciendo eso, trabajando desde un modelo que critica todo lo que hacen los haitianos y pretende siempre comenzar de cero.

“En Haití, el blanco es un símbolo de poder, de alguien que tiene mucha plata, que no se involucra. Es, históricamente, la raza del opresor”

Por eso, hablar el idioma “te abre la confianza de la gente, permitiéndote trabajar de otra manera y generar procesos de verdadero impacto”, cuenta. Así ubica entre sus mayores logros que las profesoras de la escuela se sentaran con él a hablar de sus vidas y sus problemas, o que alguien se acercara a hacerle un chiste, o incluso que pudieran decirle cuando consideraban que estaba haciendo algo errado. “Uno no lo entiende bien hasta que no está ahí, los procesos de confianza son difíciles”, explica.

El proyecto en el que trabaja busca visibilizar la primera infancia y sensibilizar sobre su importancia en las escuelas de Fe y Alegría Haití (tres ubicadas en Puerto Príncipe y dos en Jacmel). Para ello se genera un plan de trabajo construido por los propios docentes locales, mediante una metodología que llaman “comunidades de aprendizaje”.

Igualmente, admite que –contra lo que pensaba en un principio– su experiencia en Haití le ha hecho entender que en situaciones de extrema pobreza hay una parte que tiene que ser más asistencialista. “En lugares donde no hay salud, tiene que venir alguien y poner un sistema de salud, porque la gente no puede seguir viviendo así”, afirma. Por eso uno no se tiene que “casar definitivamente” con un modelo, sino saber cuándo es viable y cuándo se necesitan tomar otras acciones.

 

Retorno

Iglesias ya está cerca de terminar su estadía en la isla, pero vendrán otros voluntarios, ya que recién concluye el primero de un proyecto de seis años.

Empezando a vislumbrar la vuelta, Iglesias se imagina qué cosas habrán cambiado en él luego de esta experiencia. “Creo que la vida se torna un poco más simple”, anticipa. También piensa que vuelve con más capacidad de empatía y una mayor “conciencia de comunidad”: “No importa que el otro esté del otro lado del continente, es mi hermano igual. Y si el otro está mal, hay que estar. No nos puede dar igual”, concluye, con esa particular mezcla de convicción e indignación que muchas veces caracteriza a los voluntarios.

 


 

logoAS.jpgAtendiendo urgencias, pero con alegría

América Solidaria lleva más de diez años trabajando para ampliar miradas, derribar fronteras y lograr la justicia continental. Su objetivo es la erradicación de la pobreza infantil en todo el territorio, mediante proyectos de salud, educación y desarrollo productivo liderados por profesionales voluntarios.

La fundación nace en Chile, pero hoy es una organización internacional presente también en Uruguay, Colombia, Perú y Estados Unidos. Además desarrolla proyectos en Haití, República Dominicana, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Guatemala.

En cada país el trabajo se hace en asociación con una organización local que ya tenga experiencia en el territorio. Así evitan el riesgo de pretender importar soluciones ajenas a las realidades de los contextos donde se trabaja. Es en conjunto con estas organizaciones que se identifican y definen los principales problemas a enfrentar en cada lugar.

Luego se integran voluntarios internacionales, buscando a la vez una gran calidad humana y técnica. Así se busca “globalizar la solidaridad”, generando redes de cooperación donde los países reciben y a la vez envían voluntarios desde y hacia distintas partes del continente. “Esta experiencia de servicio y la convivencia con la comunidad promueve relaciones interpersonales y se generan lazos de amistad que trascienden en un aprendizaje mutuo y un intercambio cultural y experiencial que enriquece sus vidas”, se afirma desde la organización.

En su sitio web (www.americasolidaria.org) se presentan los cinco valores que orientan el accionar de la organización. El primero es la justicia, que se refleja en el trabajo “para que todas las personas del continente sean respetadas en su dignidad y diversidad”. Lo sigue la fraternidad, en la construcción de “lazos de cercanía y confianza entra las personas y los países”. Luego se remarca la urgencia, sentenciando que “el dolor de las personas que viven en pobreza nos exige ponernos en acción hoy” y también la “excelencia”, motivada por la idea de que “para hacer el bien, hay que hacerlo bien”. Por último, se señala la alegría: “Vemos en las personas infinitas riquezas y, alegremente, buscamos potenciarlas”, se puede leer como fundamentación.

Desde esta perspectiva, a la fundación también le preocupa incidir en los discursos y en las concepciones que existen sobre América. “Creemos que el continente tiene riquezas que no se conocen. Y estamos convencidos de que debemos visibilizarlas con una mirada optimista, acercando la realidad de otros rincones del continente a quienes no tienen la posibilidad de conocerla directamente. Por eso, generamos mensajes de reflexión y conciencia sobre las riquezas y necesidades de América, a través de discursos e imágenes alegres, y críticas conscientes y conectadas con las diferentes realidades, que se plantean desde el respeto y la responsabilidad”, se afirma desde la organización.

Otra información disponible en el sitio web, es el detalle de cómo obtienen sus recursos y cómo distribuyen su financiamiento. De las alianzas con empresas privadas surge 28 por ciento de los ingresos, el 31 proviene de fondos otorgados por organizaciones no gubernamentales, el 29 de aportes solidarios de socios y padrinos y el 12 de fondos concursables públicos y de organismos internacionales.

Así expresó su visión el presidente ejecutivo y fundador de la organización, el chileno Benito Baranda, en una columna sobre el voluntariado y la cooperación como fuente de justicia social: “Desde América Solidaria nos dolemos con las injusticias, la amarga pobreza que sufre hoy cerca del 30 por ciento de la población del Continente en medio de grandes riquezas y comunidades con altísimos ingresos y oportunidades. Es una profunda contradicción y llaga social, (…)en nuestros países hay comunidades, familias, personas y recursos suficientes para transformar esta realidad y esto será posible en la medida en que nosotros nos transformemos, nos movilicemos.

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