Democracia en descomposición. Claves para la regeneración política

urnas para votar en elecciones generales

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Democracia en descomposición. Claves para la regeneración política [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | España atraviesa un momento delicado, con un evidente desprestigio de una clase política ahogada por la corrupción, lo que produce un grave desgaste del modelo democrático. En un año lleno de citas electorales, destacados intelectuales reflexionan sobre la decadencia de la clase política y apuntan claves para la regeneración moral, como acaban de hacer también los obispos.

“No cabe duda de que nos enfrentamos a un verdadero año sísmico desde el punto de vista electoral. Es difícil anticipar lo que va a ocurrir y también qué tipo de configuración va a tener el poder político. Todo está muy abierto y la batalla electoral no ha hecho más que empezar –explica el catedrático de Ética de la Universidad Ramon Llull, Francesc Torralba–. Se barajan dos escenarios de futuro: fragmentación del arco parlamentario y, consiguientemente, la necesidad de pactos y de consensos para hacer posible la gobernabilidad. Sin embargo, algunas fuerzas apuntan a unos horizontes de máximos que harán muy difícil esta labor”.

Los resultados de las elecciones andaluzas del pasado marzo y las complicaciones para formar gobierno son solo una muestra de lo que queda aún por andar. Al intenso panorama electoral de este 2015 –tras las andaluzas, siguen las municipales y autonómicas, las catalanas y, finalmente, las generales– se une la identificación entre desprestigio moral y clase política, que ha alcanzado, justamente, en la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), niveles de preocupación ciudadana nunca vistos.

En España –no solo en España, en cualquier caso–, la “decadencia” de la clase política, en expresión del juez Santiago Pedraz, no es solo una opinión, sino una evidencia, según el último barómetro del CIS, realizado entre el 2 y 11 de febrero. El 75,9% de los españoles piensan que “la situación política general de España” es “mala” (32,4%) o “muy mala” (43,5%) frente al 2,9% que cree que es “buena” (2,5%) o “muy buena” (0,4%). El 18,3% afirma que es “regular”. La respuesta a la pregunta sobre “¿cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?”, ofrece también datos evidente del desprestigio social de la clase política.

En total, las preocupaciones de los ciudadanos son: el paro (78,6%), la corrupción y el fraude (48,5%), los problemas de índole económica (24,9%), los políticos en general, los partidos y la política (20,1%) y la sanidad (12,1%).

Respuestas evidentes ante un escenario que hace afirmar al periodista y ensayista Vicente Verdú: “En mi parecer, la democracia parlamentaria ha muerto o agoniza insoportablemente. Esta crisis tan patente en lo económico es equivalente al desplome de la estructura política y el modelo social”.

Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre, políticas del Partido Popular

Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre, candidatas del PP en Madrid

El filósofo José Antonio Marina escribió ya hace más de una década, precisamente, sobre ello. “Me parece dramático el desprestigio de la clase política en todo nuestro ámbito cultural –recuerda ahora–. Una de las causas es, precisamente, haber olvidado su función pedagógica y ejemplar. Se ha perdido la excelencia, aunque se llamen excelentísimos”. Si en algún momento la clase política tuvo prestigio –lo tuvieron, es evidente que sí, al menos en la Transición–, ha perdido toda referencia como guías sociales y morales.

Desde la irrupción de la crisis económica, especialmente, el “desengaño ciudadano ante las instituciones” y el incesante goteo de noticias sobre la malversación de fondos públicos han provocado un galopante desgaste y desprestigio de los políticos y de la acción política. La demanda que intelectuales como Javier Gomá han hecho de una necesaria “ejemplaridad pública” es hoy aún más acuciante. “El ciudadano ha comprendido que el Estado de Derecho moderno no es suficiente –según Gomá–. No basta para que haya una sociedad armónica con que los políticos cumplan las leyes; no es suficiente. Se requiere un plus de responsabilidad moral. Al ciudadano y al político se les exige un plus que va más allá de las leyes. Aunque no exista un castigo penal por determinados comportamientos, sí hay un reproche social. En segundo lugar, hay un principio moderno que ha estructurado a las democracias contemporáneas, que es la distinción entre vida pública y privada, que no es controlable porque está confiada al arbitrio de la persona”.

Esta asociación entre la vida pública y privada es hoy una exigencia unánime ante la clase política y las instituciones de todo tipo, desde judiciales a la Monarquía. “La ejemplaridad no admite una parcelación en la biografía entre los planos de lo privado o lo público –artificio válido en Derecho, no en la realidad–, porque denota aquello que Cicerón denominó uniformidad de vida, una rectitud genérica que involucra todas las esferas de la personalidad. Ejemplar es un concepto que responde a la pregunta de cómo es, en general, alguien, y si parece o no digno de confianza”, ha escrito Gomá.

Marina insiste en la necesidad esencial de una clase política ejemplar: “Aristóteles consideraba que la gran ética era la política, porque se ocupaba del bien común. La felicidad política es el marco de la felicidad personal. La primera función pedagógica es explicar, convencer, dejarse convencer, bajar al lugar donde está el alumno o el ciudadano. Tener paciencia y argumentar con claridad. En la sociedad del aprendizaje en la que vivimos, cuando solo van a sobrevivir los pueblos bien educados, la tarea pedagógica nos incumbe a todos: profesores, padres, políticos, medios de comunicación, profesionales de la sanidad o el derecho, policías…, a todos los ciudadanos en suma”.

Pedro Sánchez, secretario general del PSOE

Pedro Sánchez, en un acto del PSOE

Teoría del desgaste

La política española, desde la Transición, ha vivido estancada en múltiples paradojas. Los profesores Carlos F. Barbudo y Pedro Abellán Artacho han suscrito una teoría del desgaste democrático a partir de una contradicción singular: “La cultura política española, desde 1978, siempre se ha caracterizado por valorar muy positivamente a la democracia como ideal de gobierno, y muy negativamente a las instituciones en las que se plasma este ideal en nuestro sistema político”.

La hipótesis del desgaste democrático o descrédito moral la plantean resumidamente: “A raíz de la crisis de 2008 –que se extiende ya mucho más allá de lo financiero–, esta tensión podría estar alcanzando una nueva dimensión, pues crecen las voces que cuestionan principios básicos del modelo democrático actual. En consecuencia, hoy más que nunca nos urge dar herramientas sólidas, tanto conceptuales como empíricas, para lograr un debate público que esté a la altura de las circunstancias”.

Esta opinión parte del análisis no solo de la realidad, sino también de la interpretación de dos obras de pensadores y politólogos contemporáneos: por un lado, Fernando Vallespín, y por otro, Antonio Robles Egea y Ramón Vargas-Machuca. El desprestigio moral de la política en España es, según el ensayo La mentira os hará libres. Realidad y ficción en la democracia (Galaxia Gutenberg), que ahora reedita Vallespín, “lo que queda, lo que permanece flotando en el ambiente y en las conciencias de los ciudadanos; la sospecha, la desconfianza hacia lo que se nos dice y se nos escenifica en el espacio público”.

El catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid afirma que la clase política española “ha adquirido auténtica maestría en el arte del enmascaramiento detrás de marcos, narrativas u otros instrumentos dirigidos a manipular la percepción del mundo”. Sobre todo, como añade, “en unos momentos en los que necesitan encubrir su impotencia frente a los dictados de la economía detrás de todo tipo de estratagemas. Su objetivo es convencernos de que son algo más que meros gestores de un sistema económico sobre el que han perdido toda capacidad de iniciativa, impedir que veamos que la democracia ha devenido ya casi en un mero simulacro, y reafirmarnos en la idea de que ellos ‘importan’. La consecuencia es, según interpretan Carlos F. Barbudo y Pedro Abellán Artacho, “una ciudadanía perpleja y hastiada por la mentira constante en la que se desenvuelve la política mediática”. Y no solo mediática.

“Los ciudadanos tenemos una negativa percepción del funcionamiento de nuestra democracia en España”. Es lo que concluyen, por su parte, el catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Granada, Antonio Robles Egea, y el catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Cádiz, Ramón Vargas-Machuca, coeditores de La buena democracia. Claves de su calidad (Universidad de Granada), después de repasar el “no nos representan” y la crisis de los partidos, la corrupción, la falta de responsabilidad política y los deseos de mayor participación ciudadana, la judicialización de la política, la justicia partidista o la “sublimación de la política por la economía”, entre otros muchos conceptos.

Francesc Torralba observa, en consecuencia, que el ejercicio de la democracia y el prestigio de las instituciones que la representan está en serio riesgo. “Desde la democracia de Pericles a las democracias representativas actuales, se ha evolucionado significativamente. El sufragio universal es, probablemente, el hecho diferencial más significativo, pero la democracia actual sufre un proceso de deslegitimación y de pérdida de credibilidad que exige reformas muy serias –afirma a Vida Nueva–. Es esencial combatir la demagogia, la partitocracia, la financiación irregular de las formaciones políticas, el abstencionismo ciudadano, la corrupción estructural e imaginar nuevas y ágiles formas de participación de la ciudadanía. Sin participación del demos no hay democracia posible. También las instituciones públicas sufren una grave crisis de confianza, y ello exige una profunda transformación de las mismas, que pasa por la implementación del valor de la transparencia y la rendición de cuentas”.

Como subraya Fernando Vallespín, que también es director académico del Instituto Universitario de la Investigación Ortega y Gasset: “Una de las tesis de mi libro consiste en denunciar el tipo de cultura cívica en el que estamos inmersos y la necesidad de prestar más atención a lo público de lo que habitualmente hacemos”.

Eso, precisamente, es lo que ha movido a Josep Maria Vallès, catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Autónoma, a coordinar el ensayo Política para apolíticos. Contra la dimisión de los ciudadanos (Ariel), donde una decena de politólogos pasa revista a “la fatiga y censura ciudadana a la política”, como afirma Vallès. “La política democrática recibe hoy de los ciudadanos una acogida que combina el desinterés con el rechazo –escribe–. Suele haber un amplio consenso para referirse en términos negativos a la política y a quienes se ocupan de ella, ya sea en calidad de políticos electivos, ya sea como empleados públicos”.

Vallès recoge en Política para apolíticos esos “términos negativos que van desde una desencantada insatisfacción hasta la censura más indignada: desinterés, indiferencia, desengaño, superfluidad, incompetencia, farsa, despilfarro, mentira, corrupción”. Más allá de estas “dudosas compañías asociadas a la política”, insiste en que la solución pasa por “estimular el compromiso político de los ciudadanos”. Así lo afirma en el prólogo del libro: “El compromiso activo del mayor número posible es condición para corregir carencias y avanzar en la construcción de un sistema más satisfactorio. Es condición mucho más efectiva que cualquier fórmula magistral proporcionada por los expertos o que la infrecuente inspiración reformista de algunas élites”.

Para Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, la “regeneración democrática” es, precisamente, el más prioritario de los deberes de la clase política española y, de hecho, debería ser el gran tema de las múltiples campañas electorales que se van a vivir este año, sobre todo de las generales.

“Creo que lo que debe hacer el ciudadano –afirma– es ser coherente con sus quejas y votar a quien esté más limpio de corrupción y presente un programa que directamente aborde los tres grandes frentes sobre los que hay que actuar: regeneración democrática, ocupación laboral y reforma del Estado de las autonomías, pensando especialmente en el malestar de Cataluña”.

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos

Aún así, Camps no admite que existan “peligros” en esta asociación de política y desprestigio moral, más allá de una baja participación en las múltiples citas electorales.

“No veo peligros –sostiene también Vicente Verdú–. La sociedad política se acomoda y su evolución es la salsa de la Historia. En consecuencia, no veo pertinente hablar de soluciones. ¿Qué código sería el solucionador? ¿Qué modelo sería el de la conveniencia absoluta y el de la rectitud?”. Verdú defiende que el escenario político tal como lo hemos conocido hasta hoy es ya historia: “La clase política que conocemos es un mostrenco. La clase política que tenga clase y sepa difundirla es un ideal. Ningún consejo para la buena conducta de los presentes; el futuro los va haciendo fenecer”.

Torralba cree, en cambio, que “el gran peligro es el populismo retórico, pues puede conducir a la decepción posmesiánica. En la democracia de la hipermodernidad, el voto se juega en el plano emocional, y ello tiene graves consecuencias a la hora de tomar decisiones y hace muy difícil la tarea de deliberar racionalmente. Los proyectos utópicos de tipo social y político son necesarios para crear ilusión colectiva, pero cuando chocan con la realidad, generan frustración y entonces se plantea el gran reto de cómo gestionar inteligentemente esa frustración colectiva para evitar males mayores”.

Nuevos partidos

La irrupción de nuevas fuerzas políticas mayoritarias plantea, al menos, la duda de si bastará para poner en marcha la necesaria regeneración democrática. Torralba es escéptico y expone su visión gráficamente: “Es muy posible que emerjan nuevos actores políticos. Puede ser una posibilidad para introducir cambios en la organización de la democracia y para activar la regeneración moral de las instituciones públicas. Sin embargo, no me parece adecuado el esquema maniqueo que tan habitualmente se emplea: lo nuevo es lo bello y lo puro, mientras que lo antiguo es lo putrefacto e lo impuro. No creo en la virginidad moral de ninguna fuerza política, aunque lucho con ahínco contra mi escepticismo metodológico, pero el debate binario y simplista de signo maniqueo no expresa la complejidad de la condición humana y su difícil relación con el poder”.

Camps, en cambio, asume que podría bastar. “De momento, sí. Me parece muy conveniente la irrupción de nuevas fuerzas, incluso que se rompa el bipartidismo, aun cuando sea a costa de una gobernabilidad que tiene poco en cuenta las opiniones contrarias. Obligar a pactar es muy sano. Otra cosa es que las nuevas fuerzas consigan generar confianza. De momento, no lo veo muy claro, sobre todo en el caso de Podemos. Ciudadanos, en cambio, creo que va por mejor camino proponiendo un programa económico, modulando la cuestión de posibles pactos y dando unos mensajes que no se ciñen solo a la confrontación y descalificación del o de los adversarios. Es una nueva forma de hacer política. Otra cosa es que estemos o no de acuerdo con lo que proponen”.

Para Vicente Verdú, la irrupción de estas nuevas fuerzas políticas mayoritarias ni mucho menos es suficiente: “Claro que no. Nos hallamos en la infancia de un nuevo sistema. De su madurez no conocemos nada. La única idea sensata es ir creciendo en la salud moral”.

Manuel Chaves, expresidente de la Junta de Andalucía con el PSOE

El socialista Manuel Chaves, imputado por el caso de los ERE en Andalucía

Código ético

Es indudable que estamos ante una “exigencia” de una mayor ética política. La pregunta es, entonces, ¿qué código de conducta habría que imponer a la clase política?

“Que presenten un programa verosímil y se ciñan a él –proclama Camps–. Que cesen en la política de la descalificación que no conduce a nada y no es el camino para regenerar la política”.

Francesc Torralba va mucho más allá: “No creo que un código de ética sea, por sí mismo, garantía de buenas prácticas en la vida política, como en ninguna profesión. La ética, o es transfiguración radical del ser humano, cambio profundo de su ser y de su obrar, o no es nada. Me repugna el uso de la ética como simple cosmética o limpieza de cutis institucional. En un código se indican los mínimos éticos exigibles a una profesión, pero no creo que la solución radique en una imposición a través de una hipotética sanción. Es fundamental una formación ética desde la infancia, lo cual afecta no solo a la escuela, sino también a la familia. En el sistema educativo vigente, la ética carece de estatuto, por ser considerada una optativa, como algo accidental en el proceso de formación integral de la persona. Así nos va”.

Torralba participó activamente en la creación de un “código ético para políticos” en la Cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull, que él mismo dirigía, y que consta de un preámbulo y 26 artículos. “A lo largo de mi vida, he participado en la elaboración de muchos códigos de ética y guías de buenas prácticas para organizaciones muy distintas, tanto públicas como privadas, tanto empresas como organizaciones no gubernamentales. El Código de ética para políticos que elaboramos un nutrido equipo de profesores catalanes de distintas opciones políticas y nacionales fue una experiencia muy fecunda, un verdadero ejercicio de consenso, que tuvo un gran eco en los medios de comunicación de masas. En el ámbito político, la respuesta fue muy marginal. Sin embargo, ese texto inspiró la Ley de Transparencia que aprobó el Parlament de Catalunya antes de Navidades”, valora el catedrático de Ética.

Sin embargo, este Código, que reivindica como principios básicos de la actividad política la honradez, la justicia, la profesionalidad, el respeto, la responsabilidad, el servicio y la transparencia, contiene una de las grandes paradojas de la historia política española: que su elaboración fuera auspiciada por el expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, convencido de que urgía recuperar la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes ante “el desprestigio moral de su oficio”, según se publicó en 2012. Antes, por tanto, de que se conocieran las acusaciones de evasión fiscal y que admitiera que ha estado defraudando al fisco durante 34 años.

“La decepción es unánime –dice ahora Torralba–. Es difícil anticipar qué consecuencias de tipo electoral va a tener tal confesión en el partido político que fundó, pero es evidente que en el seno de la sociedad catalana ha caído un referente político y moral, una figura que representaba para muchos ciudadanos el nexo entre ética y política. La coherencia es el único camino para ser creíble. De todo se aprende en la vida”.

Victoria Camps, autora de Breve historia de la ética (RBA, Premio Nacional de Ensayo 2012), ha llegado a hablar de la incompatibilidad entre ética y política. “No creo haber hablado de una incompatibilidad ‘absoluta’. Sí de la inevitable no complacencia con el curso de la política si lo juzgamos solo desde los valores éticos –explica a Vida Nueva–. La condición humana no es perfecta, ni los conflictos podrán resolverse nunca sin hacer concesiones y limitar objetivos plenamente éticos. Nunca estaremos satisfechos con las mejoras, si las hay, en materia de equidad. Ello no significa que no haya que proponerse una mejora moral de la política. Ni que el esfuerzo por hacerlo no se note cuando existe”.

Ninguna solución, en cualquier caso, pasa por el uso únicamente del perdón, como denuncia el filósofo Reyes Mate: “Cuando un político pide perdón por la corrupción en su partido, da a entender que quiere reparar el mal que ha hecho a sus votantes o a sus gobernados. Y su voluntad de reparación se expresa en términos como dimisión, colaboración con los tribunales, reparación material o disposición a colaborar gratuitamente con la sociedad. Englobamos el conjunto de estas reacciones, que materializan la solicitud del perdón, bajo el rótulo ‘Asumir responsabilidades’. Lo grotesco de nuestra vida política es oír cantar a alguien ‘asumo mis responsabilidades’ y que no pase nada fuera de la pronunciación de esas tres palabras”.

Por eso, el también creador del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) insiste en que “pedir perdón en la vida política obliga a mucho. De entrada, a reconocerse moralmente culpable, independientemente de lo que digan los tribunales”. Sostiene, en este sentido, y así lo ha escrito, que “podríamos alcanzar nuevas marcas de hipocresía si nos habituamos a pedir perdón sin que pase nada. Si sigue ocurriendo, habrá que pensar que el político no pide perdón porque se sienta culpable, sino porque lo han pillado. Y eso sería un miserable abuso del noble lenguaje moral del perdón en provecho del cinismo político. Sería menos dañino entonces que el corrupto, en vez de pedir perdón, siguiera proclamando su inocencia”.

El “descrédito de la política”, según el sociólogo Ignacio Sotelo, tiene su fundamento “en un sistema de selección y promoción que no favorece a los mejores, aunque algunos de primera hayan sabido acoplarse a las condiciones impuestas, conscientes de que no se puede navegar contra viento y marea. A estos les favorecería un cambio en las reglas de juego, pero la más pequeña innovación que promoviese una mayor competitividad interna no parece viable, al oponerse con gran tesón la cúspide de los partidos”.

De ahí que Vicente Verdú insista en que “cuanto antes cambiemos de superestructura, mejor para la salud”. Aunque el autor de Capitalismo funeral (Anagrama) y, sobre todo, de Apocalipsis now (Península) –en el que reinterpreta el Apocalipsis de san Juan a la luz de la actualidad–, envía un mensaje de que aún nos queda esperanza. Aún queda, asegura, sentimiento humano e “ilusión por la democracia”. “La ilusión a la que me refiero –afirma en conversación con Vida Nueva– es la ilusión por un mundo con proyecto humano. La democracia es el mayor bien que conocemos, pero aún no hemos disfrutado de su realización”.

 

Los obispos alertan de la “grave deformación del sistema político”

Numerosas han sido las ocasiones en las que los obispos españoles, bien a través de cartas pastorales o en documentos conjuntos, han abordado el tema de la crisis de valores que afecta a nuestra sociedad. La última, en la Asamblea Plenaria del pasado abril, en cuyo discurso inaugural, el presidente del Episcopado, Ricardo Blázquez, se refirió al “complejo panorama político y social” que está viviendo España, y cuyas claves, señaló, no son solo económicas, sino que “hay otras que proceden de la falta de valores éticos y del sentido trascendente de la persona”. En el fondo, abundó, “una crisis antropológica, ética y religiosa en la que ha incidido, en no pequeña medida, el secularismo y el materialismo economicista”.

De esa misma Plenaria salió aprobada la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres, en donde, en varios puntos, se aborda el tema de la corrupción y la necesaria regeneración moral:

  • “Los procesos de corrupción que se han hecho públicos (…) provocan alarma social y despiertan gran preocupación entre los ciudadanos. (…) Es una conducta éticamente reprobable y un grave pecado”.
  • “Es de justicia reconocer que la mayoría de nuestros políticos ejerce con dedicación y honradez sus funciones públicas; por eso resulta urgente tomar las medidas adecuadas para poner fin a esas prácticas lesivas de la armonía social. La falta de energía en su erradicación puede abrir las puertas a indeseadas perturbaciones sociales”.
  • “Consideramos esta situación como una grave deformación del sistema político. Es necesario que se produzca una verdadera regeneración moral a nivel personal y social y, como consecuencia, un mayor aprecio por el bien común, que sea verdadero soporte para la solidaridad con los más pobres y favorezca la auténtica cohesión social. Dicha regeneración nace de las virtudes morales y sociales, se fortalece con la fe en Dios y la vid trascendente de la existencia, y conduce a un irrenunciable compromiso social por amor al prójimo”.
Pablo Iglesias, líder de Podemos

Pablo Iglesias, líder de Podemos

 

Álvaro Pombo, Podemos y el “franciscanismo político”

En la nueva edición, veinte años después, de su Vida de San Francisco de Asís (Ariel), Álvaro Pombo ha incluido “un prólogo político”, según lo describe en el propio título. En el mismo, confiesa, trata de “reflexionar acerca de las raíces políticas del franciscanismo” e, incluso, de sus consecuencias contemporáneas: “el honestismo”, que atribuye al argentino Tomás Aguerre.

Pombo no está completamente de acuerdo en la exigencia del “despojo de todo tipo de bienes materiales” para acceder a la política: “No parece sensato –puntualiza– pensar que el ejercicio político activo no requiera de una formación profesional tan afinada, como la profesión de médico o abogado. En nuestros tiempos, no es concebible una dedicación completa a una actividad sin una cierta clase de remuneración ponderada, ni la complejidad del mundo actual permitiría que ejercieran la política solo los aficionados bienintencionados”.

El escritor, académico de la RAE y exdiputado de UPyD reivindica, sin embargo, un mayor “honestismo” de la política española actual: “Dicho esto, queda sin embargo a salvo la idea de una cierta especial honradez que se requeriría para ejercer la política, una deontología específica, que tendría directamente que ver con el dinero, por una parte, pero, por otra, con el uso del poder”. Más adelante, Pombo llega a identificar el “franciscanismo político” con Podemos.

Afirma exactamente: “Hay una cierta ‘locura’ franciscana que me parece que procede del propio san Francisco, el nuevo loco, como le llamaban. Y que yo veo este último año reflejada en Podemos. Es cierto que, a diferencia de los primeros hermanos franciscanos –que eran asamblearios–, Podemos ha abandonado pronto el procedimiento asambleario para organizarse en un partido político con pretensiones de alcanzar el poder”.

Y añade: “Hay, sin embargo, en la intuición inicial de Podemos, una estructura circular, de grupos relativamente heterogéneos entre sí, pero contagiados de una misma voluntad de regeneración política, que recuerda el regeneracionismo franciscano”.

 

El martirio de la política, según el papa Francisco

ANTONIO PELAYO (ROMA) | Que los cristianos no puedan actuar en política es una idea tan peregrina que solo se le puede ocurrir a quien desee confinar a la Iglesia en la esfera de lo estrictamente privado, a las simbólicas sacristías. Vamos, que no es de recibo.

Lo acaba de repetir el papa Francisco en un vivaz encuentro con un grupo de jóvenes italianos, exalumnos de los jesuitas, en el que dio de lado su discurso y prefirió responder a algunas preguntas de sus interlocutores. Gianni, miembro de una Comunidad de Vida Cristiana de la ciudad de L’Aquila, le preguntó sobre el compromiso de los cristianos en la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Bergoglio reafirmó que un católico no solo “puede” hacer política, sino que “debe” hacerla y comprometerse, porque –dijo, citando al beato Pablo VI– “la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común”.

Poco antes, sin embargo, había descartado de forma muy tajante la idea de crear un partido político cristiano: “La Iglesia es la comunidad de cristianos (…). No es un partido político. (…) No, no digamos partido, sino un partido solo de católicos. No sirve, no tendría capacidad de implicar a todos, porque hará aquello para lo que no ha sido llamado”.

En su explicación posterior, el Santo Padre llegó a decir que hacer política es una forma “martirial”. “Sí, es una especie de martirio, un martirio cotidiano: buscar el bien común sin dejarte corromper. (…) Hacer política es importante: la gran y la pequeña política. En la Iglesia ha habido tantos católicos que han hecho una política no sucia, buena; han favorecido la paz entre las naciones”. Y citó, como ejemplos, al italiano Alcide de Gasperi y al francés Robert Schumann, cuyo proceso de beatificación está en marcha.

Más adelante, exhortó a sus jóvenes oyentes a dar un paso al frente: “¿Yo, católico, puedo mirar desde el balcón? ¡No se puede mirar desde el balcón! Mójate. Da lo mejor de ti mismo. Si el Señor te llama a esa vocación, haz política. Te hará sufrir, tal vez te hará pecar, pero el Señor está contigo. Pide perdón y sigue adelante”.

Si alguien encuentra extravagantes estas afirmaciones papales, no tiene más que abrir las páginas del Concilio Vaticano II, concretamente las de su constitución Gaudium et Spes (n. 76), y encontrará expuesta límpidamente la doctrina sobre la comunidad política y la Iglesia. Esta, escribieron los padres conciliares, “no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno”. Bergoglio no se ha inventado nada nuevo.

En el nº 2.940 de Vida Nueva

 

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