Respuestas a la corrupción en clave cristiana

chico protesta contra la corrupción política

grupo de personas se manifiestan protestas contra corrupción política

Respuestas a la corrupción en clave cristiana [extracto]

FRAN OTERO | La proliferación de casos de corrupción en los partidos y en muchas instituciones, provocando así el hartazgo de la ciudadanía, exige una profunda reflexión. Vida Nueva ofrece algunas luces desde la propia política, la ética o la sociología, y expone la aportación de la Iglesia.

Basta poner oídos cuando uno se toma un café, o cuando sube al autobús camino del trabajo, o en la cola del supermercado para darse cuenta de la indignación, incluso resignación, de muchos ciudadanos ante la corrupción en la clase política, siempre censurable y condenable, aunque más dolorosa en tiempos de crisis económica.

En el nuevo ágora que es Internet tampoco se habla de otra cosa. En redes sociales como Twitter o Facebook se puede comprobar una y otra vez la preocupación. Dos ejemplos: “Lo han recortado todo menos la corrupción”, decía un periodista; “nuestra crisis no es solo económica, es de valores”, apuntaba otro.

Y es que en los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a la palabra corrupción, a los casos Gürtel, Campeón, Pallerols o Palau. A EREs falsos en Andalucía o una trama de ITVs en Cataluña. A nombres como Luis Bárcenas, Carlos Mulas y su ficticia Amy Martin, Jordi Pujol Ferrusola y tantos más.

Son muchos, quizá demasiados, y la sombra de la sospecha se cierne sobre la clase política, bajo mínimos por una gestión de la crisis económica cuyos resultados positivos no se ven por ninguna parte. Corrupción a la que se ha vinculado al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy –que lo ha negado tajantemente– y a la ministra de Sanidad, Ana Mato, y que también afecta a instituciones tan importantes como la Casa Real, en concreto, al Duque de Palma, Iñaki Urdangarín, investigado por el caso Nóos.
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Tal es la situación que, según revela el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en su último estudio, los ciudadanos colocan a la clase política y a los partidos políticos (29,8%) y la corrupción y el fraude (17,1%) como principales problemas en España, solo por detrás del paro y de problemas de índole económica.ciudadanos protestan contra la corrupción política y carteles de dimisión

Ante esta realidad, son muchas las preguntas que la ciudadanía se hace y ninguna la respuesta que encuentra en los políticos, a los que ve más preocupados por seguir manteniendo sus privilegios que por sacar al país de la crisis. Y es que la coctelera tiene ingredientes peligrosos –corrupción, crisis económica, distanciamiento de los dirigentes de los ciudadanos…– y la paciencia comienza a agotarse: no se ve solución, y lo que es peor, ni voluntad de buscarla.

Es cierto que es difícil mantener la calma y la serenidad, y proponer una reflexión sosegada cuando todos los días salen casos y casos mientras al ciudadano de a pie le suben los impuestos, le recortan el sueldo y le quitan pagas. Pero lo cierto es que es necesario pensar en los orígenes, las implicaciones éticas y sociológicas de esta situación, así como en la palabra que la Iglesia tiene que ofrecer.

Busquemos entonces respuesta a una primera pregunta, sobre el origen de la corrupción. Pablo de Benavides, asociado en Consultoría Estratégica Sector Financiero de KPMG, cree que el problema radica en el sistema actual, “creado por y para los partidos políticos, donde poco a poco los límites al poder han ido desapareciendo o nunca han llegado a ponerse en práctica”.

“El funcionamiento democrático de los partidos nunca ha existido. Los órganos de control (CNMV, Banco de España…) han sido instrumentos al servicio de los partidos. El poder judicial está sometido al poder político desde hace ya más de 25 años y, como los jueces dependen de los partidos para hacer carrera, su firmeza frente a la corrupción es escasa. Dentro de los partidos, todo el mundo le debe el puesto al de arriba, por lo que nadie condena y enfrenta la corrupción existente. La banca tiene intereses cruzados con las formaciones políticas y los grandes medios de comunicación. Como resultado, no existe nadie que limite el poder de los partidos, y esto es lo que, en última instancia, explica la corrupción generalizada a todos los niveles del Estado”, explica.

“No existe nadie que limite
el poder de los partidos,
y esto es lo que, en última instancia,
explica la corrupción generalizada
a todos los niveles del Estado”.

Pablo de Benavides.

Pablo de Benavides coincide con el resto de los españoles en la gravedad de la corrupción y en sus consecuencias. A nivel político, afirma, “actúa como fuerza centrífuga que expulsa a los mejores, profesional y moralmente hablando”. Por esto, “la calidad de nuestros políticos es cada vez peor, con las consecuencias que hoy vemos claramente”.

Económicamente, señala que no solo significa “el robo al contribuyente, sino un lastre al desarrollo económico”. Y lo explica: “Las naciones más prósperas son las menos corruptas, porque los empresarios buscan ante todo agradar con sus productos y servicios al cliente, convirtiendo a la competencia en el catalizador del progreso material. En cambio, en países con elevado grado de corrupción, los empresarios buscan primero el favor político”.

En síntesis, reconoce, con esta situación, los servicios básicos, como sanidad y educación, “dependen de un tejido empresarial competitivo que la corrupción carcome, condenando a una reducción de los beneficios sociales de que disponemos”.

Pérdida de valores

Finalmente, a nivel ético, De Benavides subraya que la corrupción “cataliza la pérdida de valores, pues la clase política es espejo donde se mira la sociedad, y la pérdida de valores, como esta crisis ha demostrado una vez más, también tiene un valor económico”.

La pregunta es ahora si la corrupción es algo que afecta solo a los políticos, o son estos reflejo de lo que sucede en la sociedad. Para Pablo de Benavides, “un país donde los partidos amordazan a la sociedad civil no puede sino ser la clase política el espejo donde se mira la sociedad”.

“Los grandes medios de comunicación son parte del problema, ya que cuando viven de las subvenciones dejan de cumplir su función social, poniéndose al servicio de la mano que les da de comer. La banca, cuando tiene tantos intereses creados con los partidos y los medios, no deja de actuar al son que marcan los políticos para hacer sus negocios”.

Su conclusión es tan grave como asumida por la sociedad: “En España, los intereses de los partidos, de los jueces, de los grandes medios y de la banca son difíciles de separar, fomentando la impunidad del corrupto”.

La solución, continúa De Benavides, pasa por la regeneración de las instituciones, o lo que es lo mismo, recuperar la independencia de la Justicia e imponer el funcionamiento democrático dentro de los partidos.

“Los comportamientos incorrectos están muy extendidos;
esto hace que, al tiempo que se exige limpieza a los otros,
y especialmente a los responsables públicos,
cada uno ha de estar dispuesto a exigírsela a sí mismo”.

José María Olaizola.

“Para conseguir esto, todos los ciudadanos, pero especialmente los cristianos, debemos condenar la mentira y defender la verdad sin desfallecer ante el desaliento. El que se corrompe por dinero, por poder o por un ascenso lo hace dejando de lado la pregunta sobre el bien y el mal, sobre la verdad y la mentira. Si somos voces proféticas que buscan la verdad y condenan la mentira, no solo estaremos poniendo en jaque la corrupción: estaremos rearmando de valores a una sociedad sin rumbo, que expulsará del poder a los mediocres, dejando vía para que los mejores nos gobiernen, generando una espiral virtuosa que nos haga una nación más libre y más próspera”, concluye.chico protesta contra la corrupción política

Educar para la honestidad

Otra cuestión importante a analizar en esta situación es cómo queda la credibilidad de la clase política y la fortaleza de la democracia. José María Rodríguez Olaizola, jesuita y sociólogo, considera que la democracia está necesitada de cambios por la propia evolución de las instituciones, y también por la enfermedades que se han ido colando fruto del mal funcionamiento de los mecanismos de equilibro y control.

“La corrupción tiene mucho que ver con el excesivo peso de los partidos políticos que han ocupado buena parte del espectro institucional, extendiendo su influencia a instituciones, altos tribunales y medios de comunicación. La corrupción no es el problema, sino parte de él”, añade.

Al margen de que la picaresca, corruptelas, cambalaches y apaños sea algo más generalizado de lo deseable, Olaizola cree que de ahí a decir que la corrupción es responsabilidad de todos “hay un trecho muy largo, pues hay mucha gente muy honrada que vive con dignidad, sin trampas y con responsabilidad personal y cívica en lo que le toca y, por lo tanto, no se debe justificar o suavizar la crítica a los corruptos diciendo que es algo que todo el mundo hace”.

“Dicho eso –añade el religioso–, es verdad que los comportamientos incorrectos están mucho más extendidos: dineros negros, pagos sin factura ni IVA, uso de material público o de la empresa para fines particulares, explotar a los trabajadores, buscar o proporcionar enchufes laborales o académicos, plagios, trampas… Esto hace necesario que, al tiempo que se exige limpieza a los otros, y especialmente a los responsables públicos, cada quien esté dispuesto a exigírsela a sí mismo”, añade.

Para revertir este problema, Olaizola apuesta por la “educación para la honestidad”, o lo que es lo mismo, “formación en valores que no se quede en la epidermis o en campañas bienintencionadas desvinculadas de la vida”. “Haría falta, de verdad, ese cacareado pacto de Estado sobre corrupción. Pero, sinceramente, me cuesta creer que quienes ahora están en el Gobierno o en la oposición vayan en serio. Probablemente, sería más necesario crear estructuras verdaderamente independientes que pudieran actuar al margen de los partidos con verdadera autoridad y capacidad de fiscalización de la actividad pública”.

“Es necesaria una conversión ética,
un rearme moral que devuelva
un clima de confianza en las personas
y entidades responsables de velar por el bien común””.

Alfonso Crespo.

En su opinión, el papel de la Iglesia en este sentido debe ser de “voz profética”, de “faro que ilumine, una y otra vez, las sombras de nuestra sociedad, al tiempo que señala sus capacidades, virtudes y motivos para la esperanza”. Y para hacerlo, continúa, “tiene una moral social más que sólida”.

Eso sí, echa en falta que en las declaraciones más oficiales haya la misma contundencia y exigencia para las cuestiones de moral social que las que hay para la moral individual.

Por su parte, Alfonso Crespo, sacerdote y profesor de Teología Moral y Ética, cree que lo dramático del momento es que “el pueblo asiste sorprendido al espectáculo de ver cómo su clase política y sus dirigentes financieros son noticia de primera página no por la eficacia de su servicio público, sino porque han sido cogidos in fraganti. Es un hecho deleznable lo del robo en su múltiples modalidades”.

En su opinión, esta situación tiene un claro tinte ético, porque, lamentablemente, la clase política “ha perdido de vista la dimensión ética y moral de su trabajo”. “Echamos de menos al político honrado que denuncia al que roba, que dimite porque esté en desacuerdo con las prácticas indecentes de su partido, que vierte sobre la opinión pública una imagen de honradez y fiabilidad que trasmite entusiasmo para afrontar los tiempo recios en que vivimos. El escándalo de tanta corrupción desalienta al pueblo. ¡Y esto es grave! La pérdida de confianza en instituciones básicas para la convivencia de un pueblo es muy dolorosa y un caldo de cultivo muy peligroso para reacciones extemporáneas”, explica.dinero incautado en operación de la Guardia Civil

La denuncia de la Iglesia

Para Crespo, la Iglesia es la que más ha denunciado la pérdida de valores en esta situación, la que más ha insistido “en esta quiebra ética de la sociedad”. “La crisis que vivimos no es solo una crisis económica: tiene más adjetivos y es fruto de más padres”, apunta, para decir que con la corrupción sucede lo mismo: “La corrupción no es solo haber cogido a alguien en la infracción de unas reglas, sino el fruto de algo que sale de dentro: un predominio del individualismo insolidario, de la cultura de la satisfacción y del consumo, de la pérdida de valores y virtudes como la responsabilidad, el compromiso y la honestidad”.

Por todo ello, cree que la salida de la crisis y la solución a la corrupción no solo dependen de medidas técnicas, sino que es necesaria “una conversión ética, un rearme moral que devuelva un clima de confianza en las personas y entidades responsables de velar por el bien común”.

Ante esta situación, cree que la labor de la Iglesia debe pasar por el ejercicio de su magisterio, “con declaraciones y denuncias a tiempo”. “La Iglesia tiene un tesoro escondido, su Doctrina Social, que hoy cobra una actualidad impresionante y necesita ser ‘predicada en los púlpitos y estudiada en seminarios y universidades’. En el ámbito de influencia de nuestras escuelas católicas, la Doctrina Social debería ser una materia esencial”, concluye.

En el nº 2.835 de Vida Nueva.

 

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