La política del desencanto y el desencanto de la política

FAUSTINO CATALINA | El descrédito de los políticos sigue en aumento. Los españoles los consideran ya como uno de sus principales problemas, lo que no es una buena noticia para la democracia. ¿Ha llegado el momento de la regeneración de la vida política? ¿Cómo pueden ayudar los católicos? [Siga aquí si no es suscriptor]

En vísperas de las elecciones municipales y autonómicas para renovar los cargos en 8.000 ayuntamientos y 13 comunidades autónomas, y a un año de las generales, la imagen y el aprecio por la política y los políticos pasan por su peor momento en los últimos años. A la sensación de la pésima y tardía gestión de la crisis económica se han unido los numerosos casos de corrupción, las dudas sobre la independencia del Poder Judicial o el interés de muchos dirigentes que han convertido la política en una profesión y que solo buscan continuar en la poltrona a toda costa. Con este panorama se enfrentan muchos ciudadanos al dilema de votar o no votar, de decidir a quién votar o de qué forma ejercer al menos su derecho a la protesta.

No son estos signos de que la joven democracia española viva sus momentos más saludables, pero sí de la preocupación en una ciudadanía que ha caído, en muchos casos, en la desesperanza, sobre todo si sufre en sus carnes la asfixia de la crisis o de la falta de trabajo. Para el filósofo José Antonio Marina, no obstante, “no hay ninguna razón para pensar que hemos tocado fondo”, porque “a la corrupción hay que sumar el sistema electoral que aleja a los candidatos de la ciudadanía y da un protagonismo excesivo a las ejecutivas de los partidos, junto a la pasividad de la ciudadanía, que sigue aún con un inconsciente franquista y espera de los políticos que arreglen todos los problemas”.

Según el último barómetro del CIS del mes de abril, 2 de cada 3 españoles (66%) consideran que la situación política es “mala” o “muy mala” y que dentro de un año la situación estará igual o peor. Las cifras son contundentes: la clase política y los partidos políticos son la tercera preocupación para los españoles (21,5%), solo superada por los problemas de índole económica (47,3%) y el paro (82,8%). Otros estudios confirman estos datos: la política y los políticos inspiran desconfianza a una mayoría de españoles, solo superados por los sindicatos o las empresas multinacionales.

Este problema de fondo de la baja calidad de nuestra cultura política es, según el profesor de Sociología y director del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas, Fernando Vidal, fruto de la calidad de nuestros ciudadanos y de una sociedad civil “muy débil y excesivamente estatalizada, en la cual la mayor parte de organizaciones sociales dependen de las subvenciones o acuerdos de financiación con el Estado. Solo una sociedad civil densa y libre es capaz de crear una cultura política de calidad”.

Para la secretaria general de Justicia y Paz, Isabel Cuenca, se están perdiendo los aspectos positivos de la acción política mientras caminamos hacia un desencanto de los ciudadanos para votar porque creen “que todos los políticos son corruptos o que solo trabajan en favor de su propio interés o los de su partido, y el hecho de votar se convierte en una ‘obligación’ molesta y rutinaria. Los partidos políticos tienen parte de responsabilidad en esta degeneración de la vida política y, al final, el ciudadano se queda con la sensación de que ninguna opción política merece la pena y que las promesas en las campañas son irrealizables”.

El profesor de la Facultad de Teología de Comillas, Luis González-Carvajal, va más allá al recordar que en un Estado donde vivimos algo más de 46 millones de personas, con diferentes formas de entender la vida, es inevitable que haya antagonismos, y “la razón de ser de la política es conciliar esos antagonismos en una síntesis coherente que resulte viable para que no resulten destructivos. En consecuencia, el pecado original de la política es no actuar como el Gobierno de todos los españoles, sino de un grupo particular. Y se ha caído en ese pecado”.

“Los fenómenos sociales tienen una causalidad múltiple y circular”, recuerda José Antonio Marina: “Nosotros hacemos la cultura y la cultura nos hace a nosotros. Cada uno de nosotros configuramos las modas, pero las modas nos configuran. Alguien tiene que romper este círculo infernal, y yo confío más en la ciudadanía y en la educación que en el estamento político. Por eso insisto tanto en una movilización educativa de la sociedad que es, en último término, una movilización ética y política”.

En este sentido, el barómetro del CIS es también un espejo de la pasividad ciudadana a pesar del paro, la crisis y los políticos. Así, más de la mitad de los encuestados (52,7%) nunca ha participado en una petición o recogida de firmas, en una huelga (61,23%), una manifestación (54,6%) o un mitin político (75,7%). Para Fernando Vidal, “el problema es que la calidad participativa de los partidos políticos es tan baja, y la sociedad civil tiene tan poca incidencia en ellos, que la gente se deja vencer por la impotencia. Vivimos en una sociedad en la que la política es presa de los grandes señores de los distintos sectores, lo cual es reflejo de la estatalización de nuestra sociedad”.

Mientras tanto, el filósofo y teólogo Francesc Torralba, director de la Cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull, piensa que hay “un ciudadano molesto, pero también cansado, que se siente incapaz para cambiar el curso de los acontecimientos. Sufrimos lo que Edmund Husserl anticipó en 1935 en Viena: ‘El peor peligro de Europa es la fatiga’”. A lo que Isabel Cuenca añade que, “cuando las personas perciben que la política es solo crispación, falta de honestidad, incumplimiento de promesas y, además, estas personas viven en una sociedad cada vez más individualista e insolidaria, es lógico que no encuentren motivos para implicarse corresponsablemente”.

¿Camino de la regeneración?

La valoración de los políticos es de permanente suspenso para los españoles, que califican de mala o muy mala la gestión del Gobierno (58%), mientras un 54% piensa que también lo hace mal o muy mal la oposición. Datos y más datos, pero ¿ha llegado ya la hora de la protesta, de la movilización social, como propone Stephane Hessel a los jóvenes del siglo XXI en su libro ¡Indignaos!?

Para Torralba, “la regeneración política es necesaria, debe ser transversal y afecta a todos los actores que están implicados en la gestión de la cosa pública. No basta con garantizar que los militantes de un partido asuman su correspondiente código deontológico. Es necesario formar a las nuevas generaciones de políticos en valores fundamentales, como la honestidad, la transparencia, la veracidad, la responsabilidad, el servicio y el respeto a los bienes públicos. Se deben democratizar las estructuras internas de los partidos políticos, presentar listas abiertas a la ciudadanía y acortar la distancia que separa el mundo de los políticos profesionales del mundo de los ciudadanos. La regeneración solo es posible si, además, los medios de comunicación de masas muestran a la ciudadanía ejemplos de buena praxis, de servicio y de lealtad al bien común”.

Para José Antonio Marina existen, efectivamente, síntomas de malestar, aunque califica fenómenos como el Indigne-vous de Hessel de “hervores de chocolatera”. “Tienen arranque de potro y parada de mula. Los cambios de cultura son lentos y difíciles. El problema es que nos hemos acostumbrado a vivir en esta situación, e incluso nos resulta cómoda porque genera un sistema de excusas interminable. ¿Por qué voy a trabajar yo si nadie trabaja?¿Por qué voy a ser yo cuidadoso con los bienes públicos si no lo son los políticos, que tienen que administrarlos? En España provoca sarpullidos sociales la mención de la excelencia porque todo el mundo se siente amenazado por ella. ¡Qué pesadez, tener que ser excelente!”.

Según Fernando Vidal, para salir de este preocupante momento es necesario “un modelo distinto de formación de los jóvenes de los partidos políticos; que el voluntariado social genere una mayor reflexión sobre la responsabilidad política; y que la pastoral de la Iglesia incorpore una ‘pastoral del compromiso en partidos políticos’, que realmente sea plural y efectiva, y que genere bases para la creación de una red futura de católicos comprometidos en los distintos partidos”.

El papel de los católicos

La no beligerancia de la Iglesia, su no identificación con ningún partido, no debe confundirse con la indiferencia, recordaban los obispos españoles en La verdad os hará libres (1990), donde apuntaban la necesidad del “liderazgo moral de quienes han sabido integrar lo que son y lo que representan, lo que proponen, lo que piensan, y lo que dicen y hacen” para superar el desencanto de los ciudadanos. En el documento Los católicos en la vida pública (1986), los obispos ya advertían de los riesgos de que un partido político con mayoría caiga en la tentación de remodelar la sociedad según sus modelos de vida y criterios éticos.

Para Francesc Torralba, “los cristianos debemos comprometernos en la construcción de la sociedad, lo que significa optar decididamente por el compromiso y por la implicación personal en las distintas formas de expresión social, política y educativa, pues ningún ideario político expresa y contiene la fuerza liberadora y edificante del Evangelio”. “Frente a los profetas de calamidades –añade el filósofo–, frente al cinismo emergente, frente al nihilismo práctico y a la pasividad de la ciudadanía, el cristiano debe ser voz profética en su tiempo y tiene que ser especialmente receptivo a los grupos más vulnerables de la sociedad para defender sus derechos y su dignidad.

Quien fuera presidente de los obispos españoles, Elías Yanes, reconoce a Vida Nueva que es de suma importancia promover y difundir la reflexión sobre la ética natural y los fundamentos de los derechos humanos, pues “una renovación de la conciencia ética requiere una apertura interior, espiritual, hacia la búsqueda honesta del bien, de la verdad y de la justicia, frente a la dictadura del relativismo”.

González-Carvajal, experto en moral social, apunta, por su parte, que “lo primero es tener verdaderos católicos, personas que han hecho suyos los valores evangélicos y no tengan complejos para manifestarse como tales, y que, hoy por hoy, son una minoría. Y en segundo lugar, que no reduzcan el compromiso cristiano al compromiso intraeclesial, y para ello es fundamental que la educación de la fe incluya una formación seria en la Doctrina Social de la Iglesia y ofrecer cauces de preparación y acompañamiento a quienes, movidos por la fe, se impliquen en estos campos”.

En el número 2.753 de Vida Nueva.

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