Olga Lucía Sierra

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“La idea de las religiones es darnos herramientas para ser mejores”

La niña de diez años entró por curiosidad a la casa abandonada y entre las ruinas se encontró un conjunto de objetos religiosos dejados al olvido. Con ellos hizo un altar, a escondidas, cuando más tarde se los llevó a su casa, para acompañarlos de flores, de velas y de agua, en el rincón de un baño que nadie usaba.

La bogotana Olga Lucía Sierra se ríe a carcajadas recordando el origen de sus búsquedas religiosas. “Mijita, como no cree en la Virgen…”, le decía su abuela materna cuando de pequeña se acercaba para aprender a su lado sobre algunas oraciones. Su papá era comunista y prefirió que estudiara en un colegio presbiteriano, pensando evitar, así, que la hija terminara de monja. Este fue el contexto en que Olga definió el perfil de su personalidad proclive a la reflexión.

Pasaron los años y, “huérfana” de religión, se decidió a ser católica. Durante la universidad tenía la costumbre se sentarse a hablar acerca de la Biblia con un amigo evangélico. Al terminar sus estudios de ingeniería química se confirmó en Tena (Cundinamarca). Recuerda que se tomó la cosa en serio, leyendo posteriormente a santa Teresa de Ávila, a Tomás de Kempis y a santo Tomás de Aquino

Buscaba respuestas acerca de cómo meditar y las encontró más tarde al conocer el budismo tibetano a través de Mauricio Roa, fundador del Centro de Meditación Yamantaka. Fue en 1994. 

Siempre en transición

Su interés por el budismo la llevó a que le dedicase cada vez mayor tiempo. En 1998 viajó a Costa Rica para un tiempo de formación que coincidió con la conmemoración del nacimiento, la muerte y la iluminación del Buda. A finales de ese mismo año visitó Colombia el Lama Zopa Rimpoche, director espiritual de la Fundación para Preservar la Tradición Mahayana (FPMT, por sus siglas en inglés). En 1999 fue enviado al país, como residente del Centro, un monje argentino, con quien Olga aprendió a hacer retiros espirituales por sí misma. Todo en su vida se fue conectando para que siguiera dando pasos en el camino de la sabiduría guelupa, uno de los cuatro linajes budistas y aquel al cual pertenece el Dalai Lama, representante del budismo en general.

En el año 2000, Olga viajó a la India con un grupo de diez personas pertenecientes a Yamantaka. En un principio, su idea era hacer un peregrinaje de un año, para luego viajar a España y adelantar en un Centro de Retiros las prácticas que el Lama Zopa Rimpoche le había recomendado meses atrás. Lo que inicialmente iba a ser un viaje de un año en la India terminó prolongándose hasta el 2006. Durante ese tiempo tuvo la oportunidad de recibir enseñanzas de un gran lama en McLeod Ganj, la sede en el exilio del gobierno religioso y político del Dalai Lama; entró en contacto con otros maestros y conoció la diversidad del budismo en diferentes partes de Oriente, profundizando, así, su experiencia.

El 31 de octubre de 2006 volvió a Colombia. Meses atrás el Dalia Lama había estado en Bogotá ofreciendo conferencias acerca de la paz y la transformación de la mente y el corazón. Con ocasión de esa visita, el Centro de Meditación Yamantaka oficializó su adhesión al budismo tibetano, siendo reconocido en Colombia como confesión religiosa vinculada a la Fundación para Preservar la Tradición Mahayana.

A mediados de 2007, el Lama Zopa Rimpoche nombró a Olga Lucía directora del Centro de Meditación (cargo que en la actualidad desempeña junto a Amparo Mejía y con el apoyo del Geshe Lobsang Kunchen, un maestro tibetano, residente en Yamantaka). Meses después, a petición del Centro de Estudios Teológicos y de las Religiones (CETRE), Olga comenzó a dar clases de introducción al budismo en la Universidad del Rosario, actividad que aún hoy lleva a cabo. Según ella, “la idea de las religiones es darnos herramientas para ser mejores”, de ahí su importancia en el contexto colombiano de cara a los procesos de paz que se vienen gestando. 

El aporte del budismo tibetano consiste en favorecer la transformación que inicia en el interior y que mueve a asumir actitudes más compasivas hacia todo ser sintiente. Tal es el mensaje sencillo y profundo que la codirectora del Centro de Meditación Yamantaka viene trasmitiendo en las diversas actividades que hoy por hoy se adelantan para visibilizar el papel de las religiones en procura de la paz.

Texto: Miguel Estupiñán

Foto: Archivo Particular

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