Homilía del cardenal Sistach – Apertura Sínodo 2014

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Homilía del cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, durante la oración de la Hora Tercia en la inauguración de la I Congregación General del Sínodo extraordinario sobre la Familia:

logoVaticanoEstamos reunidos en el nombre del Señor para servir al Pueblo de Dios con la celebración de esta Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos. El Papa Francisco nos ha convocado para una labor eclesial, y la iniciamos alabando al Señor con la oración de los Salmos.

Esta mañana, el apóstol Pablo, en el pasaje de la Segunda Carta a los Corintios que hemos escuchado, nos hace unas recomendaciones que transmiten el espíritu y muestran el estilo que han de inspirar nuestra labor durante estos días de asamblea sinodal.

En su despedida de la Segunda Carta a los Corintios, el Apóstol vuelca una vez más todo su corazón sobre los fieles de aquella Iglesia, exhortándolos a que vivan entre sí la fraternidad propia de los cristianos, con la consiguiente paz y unidad en medio de ellos (cf. 1 Cor 1, 10-17). Y San Juan Crisóstomo predice cuál será el resultado de esto: «Vivid en la unidad y en la paz, y Dios estará ciertamente con vosotros, porque Dios es un Dios de amor y un Dios de paz, y pone ahí sus delicias. Su amor producirá vuestra paz, y todo mal quedará desterrado de vuestra Iglesia» (Homilía sobre II Corintios, n. 30).

Nuestra labor sinodal es un servicio eclesial, y ha de ser plenamente evangelizadora, porque, como nos recordaba Pablo VI, la Iglesia existe para evangelizar. Compartimos la alegría del Evangelio y la alegría de evangelizar, como expone el Papa Francisco en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Es la alegría que nos desea el Apóstol: estad alegres. Jesús nos ha dado a conocer todo lo que ha oído a su Padre (Jn 15, 15), y esta es la razón más profunda de nuestra alegría. Así nos dice el Señor mismo: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15, 11). Y es también la alegría de comunicar lo que Jesús nos ha dicho, para que la alegría de los demás llegue a plenitud. El Papa afirma que es «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (Evangelii gaudium, n. 9).

La alegría es característica esencial de una vida auténticamente cristiana; la alegría que brota de la fe en que Dios nos ha perdonado y está siempre dispuesto a perdonarnos si nosotros no nos cansamos de refugiarnos en su misericordia y de pedirle perdón por nuestros pecados, debilidades y omisiones.

Recobremos y acrecentemos el fervor en la evangelización «incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […]. Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo» (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 75, citado en Evangelii gaudium, n. 10).

El Papa nos ha convocado para reflexionar, dialogar y debatir sobre los desafíos de la familia en el contexto de la evangelización. Para llevar a cabo esta tarea, el apóstol Pablo nos pide que imploremos al Espíritu que nos ilumine en el trabajo sinodal por el bien de las parejas y de las familias, porque, como nos dice el Concilio Vaticano II, «el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (Gaudium et spes, n. 47).

Pablo nos recomienda que en las aportaciones y en el diálogo mantengamos los mismos sentimientos, las mismas convicciones gozosas y gratas de ser miembros de la Iglesia una y única de Jesucristo, extendida de Oriente a Occidente. Que podamos tener los sentimientos del Buen Pastor, que cuida de las noventa y nueve ovejas y sale en busca de la oveja perdida, conscientes del hecho de que hoy, en varias latitudes de la Iglesia, el número se está invirtiendo; y que podamos tener también los sentimientos del Buen Samaritano que ve al herido, se le acerca y lo ayuda, ofreciéndole lo que en aquel momento le sirve para recobrar la salud.

El consejo del apóstol Pablo de que «vivamos en paz» siempre resulta útil. Hablaremos de la belleza de la familia, que Dios creó y que Cristo elevó a sacramento, y tendremos presentes a las familias que no han logrado vivir la belleza de la comunidad íntima de vida y de amor en su matrimonio. Y como buenos pastores y buenos samaritanos lo haremos todo siguiendo esa recomendación paulina de que el Dios del amor y de la paz esté con nosotros y bendiga nuestra labor sinodal, con vistas a poder ofrecer al Papa Francisco nuestros consejos de amor y de paz para que lo ayuden en su ministerio de Sucesor de Pedro por el bien de toda la Iglesia de Jesucristo.

Cardenal Martínez Sistach
El Vaticano, Roma
6 de octubre de 2014

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