Religiosas y voluntarios sostienen en México la Casa NIEV, donde atienden a 50 chicos excluidos
Madres que salen al rescate de la niñez [ver extracto]
LOURDES PAZ | Luis y Juan Carlos tienen ocho y diez años; son hermanos. Roberto solo tiene siete. Ellos tres y los otros 47 niños y jóvenes que viven en la Casa Hogar NIEV (Niños con Ilusión y Esperanza de Vivir), a su corta edad, ya padecieron muchas de las fatalidades que solo el ser humano puede originar e, inexplicablemente, de quien menos lo esperaban: de su propia familia.
Son niños y adolescentes de la calle que fueron rescatados por un grupo de jóvenes y adultos (que también vivieron en la calle durante su niñez) y, que, junto a varias mujeres voluntarias y con el apoyo esencial de las religiosas de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Saint-Jacut, ofrecen a estos chicos una segunda oportunidad.
Entre todos los que colaboran en la Casa, organizada en tres enclaves repartidos entre el Estado de México (en Valle de Chalco Solidaridad y en Nezahualcóyotl) y en el de Morelos (en Cuautla), seis miembros (que se van rotando) ejercen la figura de padrinos de los chavales.
Ellos nacieron sin esos derechos que describe la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN). En 54 artículos y dos protocolos facultativos, define los derechos humanos básicos que deben “disfrutar los niños y niñas en todas partes: el derecho a la supervivencia; al desarrollo pleno; a la protección contra influencias peligrosas, los malos tratos y la explotación; y a la plena participación en la vida familiar, cultural y social”. Sin embargo, los 50 niños y adolescentes de la calle que viven en NIEV no sabían qué era eso.
Explica Luis, quien solo quiere que lo escuche; se ríe, sin malicia, pero nervioso, pues sus manitas y bailoteo de ojos lo delatan: está ansioso, ríe cada dos palabras y él mismo no sabe el porqué de su ‘risa muletilla’:
Vivía con mi mamá y mis tres hermanos. Todos nos drogábamos. Mi mamá es alcohólica y nunca sabe dónde estamos o qué hacemos. Ya no voy a la escuela desde hace mucho, mis hermanos tampoco. Cuando mi padrastro nos descubrió con la mona, nos trajo aquí, porque somos ingobernables.
Luis y su hermano viven en la Casa desde hace seis meses. También hace dos años estuvieron sus otros dos hermanos, mayores que ellos, pero su mamá y su abuelo los recogieron hace tiempo; meses después, el padrino, Raúl, nuevamente habló con ellos (madre y abuelo), porque otros dos pequeños deambulaban por las calles drogándose, sin comer y en compañía de pandillas. “No hacen caso –dijo la madre al traerlos–, se salen a la calle y pasan días sin saber nada de ellos, tenemos cosas que hacer y yo tengo que trabajar. No los podemos estar vigilando, mejor que se vayan a la Casa”.
Dos veces a la semana, la religiosa Margarita Hernández Suárez practica la lectura y la retención con los más pequeños. Lo hace con la hoja de la misa dominical. Finalmente, combina tres de las cuatro obras de la congregación: la educación, la catequesis y el trabajo social en donde se requiera: atendiendo migrantes, o “lo que hacemos aquí, apoyando a este grupo de padrinos, primordialmente con el consuelo y el acompañamiento a nuestros niños”. La cuarta la desempeñan atendiendo a enfermos.
Seguimiento con los padres
Cada 15 días, en la Casa NIEV, los papás tienen reunión con sus hijos y con los padrinos. Algunos de los padres deciden llevarse a sus hijos; otros se quedan. Después de la visita, se habla con los padres para despertar conciencia sobre su responsabilidad.
“A unos les llega el mensaje, a otros no”, reconoce Guillermo, quien recuerda que él llegó a los nueve años, cuando su tío lo llevó después de estar tres años sumido en la drogadicción:
A los seis años me invitaron a drogarme. Mi mamá no lo sabía; solo mi hermana, pero ella no decía nada porque también se drogaba… Cuando llegué aquí se empezó a limpiar mi cuerpo y mi mente, como me recuerdan hoy los padrinos y las madres. Aquí ellas me prepararon para mi bautizo y ya estoy casi listo para la Primera Comunión. Aquí me quiero quedar, porque creo que, si me voy a mi casa, regresaré al vicio.
Miguel Ángel, Raúl Ledezma, Marco López y tres hombres más ejercen actualmente de padrinos en las tres casas con las que cuenta este proyecto. La del Valle de Chalco es la matriz, la de Nezahualcóyotl es de carácter campestre y en ella están los más pequeños, y la de Cuautla alberga a los adolescentes que ya están trabajando, pero que todavía no han terminado su proceso de rehabilitación con las drogas. Marco detalla cómo:
En las instalaciones de Valle de Chalco, contamos con talleres de oficios; ahí se les enseña herrería, carpintería, serigrafía… Una actividad que tienen en común las tres casas es el tejido de pulseras con nombres; es un estilo que viene del Tutelar de Menores, y es que varios de esos niños o jóvenes vienen de estos centros de rehabilitación o reclusorios, donde les transmiten el conocimiento en este campo.
En realidad, la red NIEV forma parte de un grupo llamado Misión Compartida, que fue creado por los padres claretianos y que, posteriormente, apoyaron las hermanas cordimarianas y las del Sagrado Corazón de Jesús de Saint Jacut, además de personas laicas de México, Estados Unidos y Alemania, siendo indispensable la figura de los padrinos.
La Casa Hogar NIEV fue prestada por los sacerdotes de la parroquia de San Hipólito. En su día fue una fábrica de veladoras de san Judas Tadeo, pero en 2008 sufrió un incendio. Entonces, fue adquirida por los curas y varios jóvenes de la parroquia, que la reconstruyeron. Desde ese día es el techo de 50 niños.
Apoyo pedagógico y de todo tipo
Marco, que también fue niño de la calle y ahora es uno de los seis padrinos, estudió la Secundaria y la Preparatoria gracias al apoyo que le brindaron las religiosas. Como padrino, se encarga del área médica: “Generalmente, llegan con gripe y vómito. Tenemos ya una póliza de servicio médico con un Centro de Salud en donde tenemos registrados a 40 chicos, teniendo ya los médicos el historial de los niños y adolescentes”.
Sergio tiene seis años y unos hondos ojos negros, que se fijan en la madre Josefina, que les enseña inglés los martes y jueves. Se acerca a ella y la abraza. Ella responde con emoción: “Siempre, como todo niño, busca el calor de una madre. Vive con puros varones, pues su madre murió y su abuela ya no pudo cuidarlo. Es el más pequeño, es mi niño”.
La Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Saint-Jacut es una realidad eclesial francesa que nació en 1816, llegando a México hace 33 años, en 1981. Su fundadora fue la hermana Angélique Le Sourd, que inició la obra de apoyar a los niños de la calle y originó una presencia que ya está en otros ocho países. Sin duda, las hermanas de la Casa Hogar NIEV son madres. Madres que salen al rescate de la niñez.
¿Derechos de los niños?
La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), adoptada de forma unánime por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989, es el primer instrumento internacional que establece que todas las niñas, niños y adolescentes, sin ninguna excepción, tienen derechos y que su cumplimiento es obligatorio para todos los países que la han firmado, incluido México, que la ratificó en septiembre de 1990.
Con la CDN, los niños y niñas dejan de ser simples beneficiarios de los servicios y de la protección del Estado, pasando a ser concebidos como sujetos de derecho. Al firmar la CDN, los países asumieron el compromiso de cumplir cabalmente con sus disposiciones, adecuar sus leyes a estos principios, colocar a la infancia en el centro de sus agendas a través del desarrollo de políticas públicas y destinar el mayor número de recursos posibles para la niñez y la adolescencia. Observando realidades como las que se viven en la Casa Hogar NIEV, cabe preguntarse si realmente se va por el buen camino…
En el nº 2.903 de Vida Nueva