Alirio Cáceres Aguirre

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“Las riberas del Magdalena saben mucho de mis ancestros y en los alcázares españoles hay muchas de mis raíces…”. Así comienza su relato Alirio Cáceres Aguirre. A los pocos días de nacer en Guayaquil (Ecuador), hace 50 años, sus padres regresaron a Colombia: “me trajeron en una canastica, en el avión, y me registraron como nacido en Bogotá”. Casi un año después fue bautizado en la parroquia La Capuchina, el 15 de agosto de 1964.

Como estudiante del colegio Santo Tomás de Aquino se destacó académicamente. En 1981 recibió la medalla “Andrés Bello” que se otorga a los mejores bachilleres. Después estudió ingeniería química, “fascinado por la magia de los átomos y de las moléculas”.

En su memoria conserva el recuerdo de los campamentos-misión y de las pascuas juveniles dominicanas. Entre los muchos lugares que recorrió en sus vivencias de pastoral juvenil, la vereda Chinatá, entre Paipa (Boyacá) y Gámbita (Santander), marcó su sensibilidad ecológica: “los hermosos paisajes naturales de la cordillera, el agua transparente danzando entre las piedras, las noches decoradas con millones de estrellas y la bondad de las familias campesinas, le dieron un giro a mi vida”, comenta. Fray Leonardo Gómez Serna, O.P., –hoy obispo emérito de Magangué– y la hermana Beatriz Charria, dominica de la presentación, fueron su “puerta de encuentro” con Cristo joven.

Ecología y fe

Más adelante, en la Universidad de América, conoció un grupo interdisciplinario de profesores y estudiantes preocupados por las “tecnologías apropiadas”. Entonces emergió su inquietud por la ecología como puente para conectar la ingeniería con la fe, y para darle a la química y a las industrias un rostro humano. “Un día, visitando la librería Diálogo, di con un libro de Leonardo Boff y desde entonces soy un aprendiz de ecoteología”. “Además, agrega, encontré en el Colegio Verde de Villa de Leyva, ENDA A.L., y la Fundación Alma, unos espacios con personas muy sabias tanto en asuntos técnicos como en conciencia social y creatividad, entre ellas el ingeniero chileno Mario Opazo Gutiérrez, dedicado al saneamiento ambiental, quien se convirtió en mi punto de referencia”.

Sus búsquedas ecoteológicas hallaron resonancias en el Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz que escribió el beato Juan Pablo II a comienzos de 1990: Paz con Dios Creador, paz con toda la creación, y en la Obra Kolping Internacional (una asociación católica de laicos inspirada en el apostolado social del beato Adolfo Kolping). Allí conoció a Andrea, su esposa, “una mujer sensible, espiritual y humana”, y tuvo una grata experiencia en la Casa de la Juventud. “Con Alejandro Londoño, S.J., y otras personas que son como mis hermanos y hermanas, intentamos hacer una lectura ecológica de la Biblia e impulsar actividades de educación ambiental con sentido evangelizador”. En esta época nació “Oikos: el mimo ecológico”, uno de sus personajes más queridos.

Diácono permanente

1998 fue un año clave. “Comienzo a trabajar en la Javeriana, nace nuestro primer hijo e inicio estudios en la Escuela del Diaconado Permanente de la Arquidiócesis de Bogotá”, animado por fray José Gabriel Mesa, el padre Jairo Nicolás Díaz, y con el aval de los padres salvatorianos. Cuatro años después, el cardenal Pedro Rubiano lo ordenó junto a otros 12 diáconos.

Como diácono ha asumido diversos servicios pastorales en la Arquidiócesis de Bogotá. Ha colaborado en el comité técnico del “Plan E”, y desde este año es animador arquidiocesano de la pastoral ecológica, “una tarea evangelizadora a partir del cuidado de la creación para trabajar por una Bogotá justa, misericordiosa, reconciliada, solidaria y sustentable”.

Como docente de la facultad de teología de la Pontificia Universidad Javeriana, es uno de los fundadores del equipo de investigación ECOTEOLOGÍA, que ya completó 11 años. En el 2008 se graduó magister en teología y ECOTEOLOGÍA e inició la Mesa Ecoteológica Interreligiosa de Bogotá con la Secretaría Distrital del Ambiente, para promover el cuidado de algunas especies durante las festividades de Domingo de Ramos, Cruz de Mayo y Navidad. “Nuestro sueño es que cada templo, cada parroquia, cada centro de culto, sea un aula ambiental, y que el ambiente sea comprendido como escenario sagrado”.

Desde el presente, valora el camino transitado y reconoce que su formación ha sido “una mezcla de Taizé en la contemplación y de Teología de la Liberación en la predicación”. Con el apoyo de su esposa y de sus tres “sonrisitas de Dios” (Daniel Esteban, David Felipe y Laura María), procura ser un servidor del Creador cuidando su creación. “Considero que mi vida se ubica siempre en los perímetros: soy del clero pero vivo como laico, estudié ingeniería pero la abordo desde el humanismo, entre ambientalistas hablo de lo sagrado, entre teólogos planteo la crisis ecológica”, concluye. Justamente por su rol en el diálogo interreligioso e intercultural, a partir de la cuestión ecológica, la Secretaría Distrital del Ambiente le acaba de conceder la condecoración “Augusto Ángel Maya”. Sin duda, además de ser un aficionado al buen futbol y un admirador de Piero, Alirio es un ciudadano ecoteólogo y un “diácono Oikos”, como él mismo dice.

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