Volvieron las imágenes

La escena se ha vuelto bastante cotidiana. Se acercan al sacerdote, al final de las eucaristías, personas con bolsas en las cuales llevan toda clase de imágenes religiosas para ser bendecidas. Lo que se ve en el fondo de la misma es hasta curioso: una infaltable imagen de la virgen María, otra del arcángel Miguel, de vez en cuando José Gregorio, un enredo de rosarios y escapularios y aplastándolo todo una botella de agua de marca. A esto se le pueden añadir los aceites, las figuras de ángeles, las tallas de Jesús o al menos de su cabeza, los rayos de la misericordia, etc. Han irrumpido con mucha fuerza, de nuevo, las imágenes en el diario vivir de muchos católicos.

La lucha entre las imágenes y una fe religiosa que no se aferre a estas construcciones del ingenio humano es tan vieja como la aspiración de trascendencia del ser humano. No es sino repasar la historia sagrada para encontrarnos al viejo Moisés perdiendo los estribos por la fantasía escultórica de su pueblo o a cualquiera de los profetas bramando ante los ídolos que en cada colina levantan los israelitas. Y el mismo Jesús mira con escepticismo las bellezas del templo de Jerusalén  y predice aquel día en que no quedaría piedra sobre piedra. Y a lo largo de la historia de la Iglesia ha habido épocas en que las imágenes colmaron no solo las paredes de los recintos sagrados, sino, sobre todo, la mente de los creyentes. Al lado de cada época abundante en iconografía y escultura religiosa, siempre  se ha presentado una reacción en contrario, inclusive generadora de grandes divisiones y críticas a esa manifestación de la piedad de todas las culturas. Las imágenes llamadas sagradas, y sus devotos, están dando muestras de estar gozando de cabal salud, al menos en amplios sectores del catolicismo.
No deja de ser curioso que no obstante la austeridad que caracteriza hoy la liturgia de la Iglesia, la más bien limpia presentación de las paredes de los templos católicos, la poca difusión que el clero da hoy en general a la imaginería religiosa, esta se sostenga y multiplique en manos de los fieles. Es como si triunfara la necesidad de poder tocar y de poder ver. “No basta”, parecen insinuar los fieles, con repetir oraciones ni tampoco con mirar la presencia real de Cristo en la eucaristía. No son suficientemente satisfactorios los sermones pintorescos ni los sacramentos con su simbología clara y distinta. No. Necesitamos dirigir la mirada a un cuadro, a una imagen, a unas pepitas ensartadas sucesivamente. Necesitamos saborear un agua llamada bendita que se meta hasta lo profundo del cuerpo y del ser. Tenemos necesidad de tocar para apropiarnos algo del poder de la santidad que las imágenes representan y por tanto contendrían. “Es nuestra manera de creer, de expresar nuestra fe, de hacer patente que nuestra religión sí nos toca y compromete de algún modo”, dirán los más adictos a la imaginería religiosa.
¿Se perdió la batalla que buscaba el triunfo de la espiritualidad interior? Es el escenario tan viejo como la humanidad misma donde interactúan el esquivo mundo espiritual invisible, el carácter místico, el racionalismo, a un lado del tablado, mientras en el otro se afirma invencible la materia visible, se mueven incesantes los sentimientos y las emociones, reclaman espacio amplio los sentidos y la imaginación. ¿En verdad podría ser de otra forma? Dudoso. Lo que sucede es que cuando alguna de las partes exagera su protagonismo, en seguida, la otra se hace sentir con más fuerza y carácter. Y, entonces, (¡qué problema con la lógica!) nos abocamos a la cuestión de si este pulular de las imágenes en estos tiempos racionales y tecnológicos no es más que una queja ante un cristianismo saturado de discursos, documentos, frías austeridades, poco festivo y más bien formal. Es como si los hombres y las  mujeres de todos los tiempos se negaran a que les salvaran solo el alma y pidieran se incluya en el paquete su imaginación, sus sentidos, en especial la vista y el tacto, sus altares privados, sus rezos secretos y todo lo que hay en la buhardilla. Tiempo para iconoclastas. VNC
Texto: Rafael de Brigard Merchán, Pbro
Fotos : Archivo SM

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