Ocho horas con el Papa

Miles de personas salieron al encuentro de Benedicto XVI, que les correspondió con muchos gestos de afecto

(Fran Otero – Enviado especial a Santiago) Santiago de Compostela recibió, a pesar de la niebla y del frío, con calidez a Benedicto XVI. Con la misma con la que acoge cada día a los caminantes que recorren sus calles y que recomienda desde el siglo XII esa suerte de guía del peregrino llamada Códice Calixtino. “Todo el mundo debe recibir con caridad y respeto a los peregrinos, ricos o pobres, que vuelven o se dirigen al solar de Santiago”, reza el escrito atribuido al papa Calixto II. Si bien las previsiones de asistencia y un posible colapso de la ciudad invitaron a muchos gallegos a quedarse en casa para seguirlo a través de la televisión, se contaron por millares los que acudieron al encuentro del Papa peregrino. Cuando pisó tierras gallegas, la Plaza del Obradoiro ya estaba completa, al igual que la colindante Plaza de la Quintana. También había gente en el trayecto que el Pontífice recorrería hasta la Catedral desde el aeropuerto de Lavacolla.

Allí, a pocos metros de la senda por la que discurren diariamente los peregrinos, Ratzinger comenzó a devolver las muestras de cariño. Tras los saludos protocolarios a las autoridades, llegó el primer gesto: besó y bendijo a tres bebés. Después partió rumbo al casco histórico de Santiago, en una ruta que coincide en algunos puntos con el Camino Francés, y en la que fieles de diferentes parroquias de Galicia daban la bienvenida con globos, cánticos y banderas.

El peregrino Abelardo Gómez

El Papa pudo conocer un pedazo de la Galicia rural, la de las casas de piedra y de pequeñas parcelas, la de los tractores… hasta que llegó a la Puerta de Europa en el barrio de San Lázaro, donde la Real Banda de Gaitas de Ourense interpretó una pieza musical titulada Deus Fratesque Gallaecia (Dios bendiga a Galicia) compuesta para la ocasión, y que apenas pudo escuchar por la velocidad de la comitiva. Parece ser que tendrán compensación con una actuación en el aula Pablo VI del Vaticano próximamente.

Fueron dos segundos, visto y no visto. Y a pesar de que las gaitas siguieron sonando y los allí presentes les aplaudían, no se podía ocultar una ligera decepción por la fugacidad del momento. Ya había pasado, ahora tocaba acercarse a una de las numerosas pantallas gigantes que poblaban la ciudad para seguir la visita.

Dormir al raso

En la Plaza del Obradoiro le pudieron ver dos veces, por la mañana y por la tarde. Algunos de ellos pasaron la noche a la intemperie para asegurarse el lugar privilegiado. Fue el caso de Abelardo Gómez, uno de los primeros en entrar. Había llegado a Compostela con sus más de 70 años a cuestas desde su casa en Valdestillas, un pequeño pueblo de Valladolid. Aunque ya había completado el Camino de Santiago en dos ocasiones, se había prometido hacerlo desde la puerta de su hogar. Y qué mejor ocasión que coincidiendo con la visita papal. “Llegar aquí era un reto y ver al Papa es una satisfacción. Además, no tengo ni tendré muchas oportunidades de verle”, confesó mientras soportaba con humor el frío.

A su lado estaba Pedro, de 37 años, que había caminado 52 kilómetros para “acompañar al Papa y dar testimonio de fe y alegría”. Tan sólo durmió tres horas para poder estar en la plaza y, aunque ya ha podido ver a Benedicto XVI en Fátima el pasado mes de mayo, dijo estar “ilusionado y emocionado”.

Tanto Abelardo como Pedro, al igual que varios religiosos del Monasterio de Samos (Lugo), fueron de los primeros en entrar en la emblemática plaza compostelana, que tardó en llenarse más de lo previsto. El acceso se abrió a las ocho de la mañana y a las diez todavía quedaban huecos. A esa hora, varios obispos se acercaron hasta lo que iba a ser el centro del mundo horas después para palpar el ambiente. Entre ellos, el arzobispo, obispo de Urgell y copríncipe de Andorra, Joan Enric Vives, quien confesó a Vida Nueva su deseo de que la visita papal renueve la fe e impulse los valores cristianos en la familia, en la juventud y también en la economía.

Precisamente, dijo, el Pontífice trae algo muy necesario en tiempos de crisis: la esperanza. La misma que se ve en la gente cuando espera para verle y escuchar sus palabras “por más que haya habido grupos contrarios”. En ese momento, a pocos metros de la Catedral no más de cien personas se concentraban para protestar contra la visita con disfraces y atudendos poco respetuosos, pero el foco mediático estaba en otra parte.

Benedicto XVI, tras saludar a la muchedumbre congregada en el Obradoiro, salía por la Puerta Real de la Catedral para cumplir sus obligaciones de peregrino. Vistió la tradicional esclavina y, antes de cruzar la Puerta Santa, ofreció su mano sin reticencias para que los fieles la apretasen, acitud que incluso le costó algún tirón. Lo mismo hizo en el interior del templo para gozo de los allí presentes. En ningún momento borró de su rostro esa pequeña sonrisa tan característica. Cumplido el rito, se retiró a comer al Palacio Arzobispal, hasta donde llegó cruzando una alfombra de flores de 140 metros cuadrados realizada durante la madrugada por vecinos del municipio pontevedrés de Ponteareas y en la que estaba representado junto a un peregrino. Ángeles Fernández, una de las 28 personas que trabajaron en su elaboración, mostró su ilusión por hacer nuevamente una obra floral para un Papa, pues ya lo habían hecho en las dos visitas anteriores de Juan Pablo II.

Tras el asueto y con algo de retraso comenzó el acto central de la visita de Benedicto XVI, la Eucaristía con motivo del Año Santo Compostelano. Poco antes, transitar por el caso histórico de la ciudad era muy difícil y entrar en el Obradoiro o en las plazas colindantes, imposible. Las medidas de seguridad fueron muy intensas, quizá excesivas, y provocaron lágrimas, como las de una niña portuguesa que se quedó sin poder ver al Papa. Tan difícil era moverse y acceder a las pantallas que algunos fieles optaron por seguir la ceremonia dentro de los bares, como se hace con un partido de fútbol pero con más recogimiento.

Emotiva Salve Marinera

A pocos metros de estos puntos de concentración, la cosa cambiaba por completo. Santiago parecía una ciudad fantasma: tiendas vacías, bares desiertos, dos personas que charlan en una terraza ajenas a lo que sucede a pocos metros…  Los vacíos se iban combinando con las multitudes.

En la Plaza do Toural, más alejada de la Catedral, no cabía un alfiler. Los asistentes seguían atentos a la pantalla, de pie y en actitud de respeto. Se sucedían las partes de la Misa y se acercaba el final, uno de los momentos más emotivos.  Los cadetes de la Escuela Naval de Marín cantaron como despedida la Salve Marinera, la misma que resuena todos los 16 de julio en cualquiera de los más de mil de kilómetros de costa gallega. La piel abrigada y curtida por los años de Carmen se puso de gallina. Se emocionó; toda su vida ha estado ligada al mar.
Y el Papa abandonó la Plaza del Obradoiro requerido por los sacerdotes, a los que hubo que contener. Todos querían tocarle. Emocionado estaba un joven sacerdote coruñés, quien pudo verlo desde cerca.

Ya con Benedicto XVI camino del aeropuerto y levantado el dispositivo de seguridad, un grupo de religiosas de las Hermanitas de los Ancianos intentaban acceder al recinto antes vetado. Querían ver el altar construido por Iago Seara para la ocasión y seguir desde allí la despedida de Benedicto XVI tras más de ocho horas en la ciudad del Apóstol.

Más de ocho horas que comenzaron la noche anterior con una vigilia de oración presidida por el arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, y a la que asistieron cerca de millar y medio de personas, la mayoría jóvenes de la diócesis. Los obispos que asistieron, que fueron muchos, felicitaron al titular de la sede por la gran convocatoria.

Más de ocho horas que continuaron incluso cuando el Pontífice partió en primer lugar rumbo a Barcelona y, desde allí, a Roma con las valoraciones y balances del viaje. A Vida Nueva el coordinador general de la visita, Salvador Domato, confesó que el Pontífice se fue muy contento y que se quedó, sobre todo, maravillado con el Pórtico de la Gloria y con el sonido de las Chirimías. “La visita ha sido muy positiva: nos ha dado la oportunidad de palpar la comunión de la Iglesia y la belleza de lo cristiano”, apuntó.

Más de ocho horas en las que Benedicto XVI dejó huella en el corazón de los gallegos y de todos los españoles con su cercanía, su entrega y su mensaje sobre las raíces de un pueblo como el europeo. Acogiendo el cariño de los fieles, les hizo felices. Sólo falta saber si, como aseguraba algún periódico regional en su tira cómica, el Papa ya siente la morriña.

En el nº 2.729 de Vida Nueva.

Número Especial de Vida Nueva

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