El Papa conmemora los 25 años del ‘Tratado de Paz y Amistad’

Firmado por Argentina y Chile en 1984, es “un ejemplo del espíritu humano frente a la sinrazón de la violencia”

Fdez,-Bdcto-y-Bachellet(Antonio Pelayo– Roma) En toda su historia moderna, la Iglesia sólo ha aceptado en una ocasión el papel de mediadora entre dos Estados. A finales de 1978, Chile y Argentina –a cuyo frente estaban, respectivamente, el general Augusto Pinochet y el general Jorge Videla, ambos de triste memoria– habían llegado a una situación prebélica por el contencioso que les enfrentaba a propósito de la soberanía de la zona austral y más en concreto del canal de Beagle, paso estratégico entre los océanos Atlántico y Pacífico. De las declaraciones agresivas y los gestos de mutua amenaza, se había pasado ya a una auténtica movilización militar, signo inequívoco de que la guerra podía comenzar de un momento a otro. Las consecuencias hubieran sido desastrosas y el número de víctimas humanas muy alto, porque ambos países estaban dotados de un moderno armamento y de un ejército adiestrado.

Ante esa trágica perspectiva, surgió la iniciativa de pedir una intervención de la Santa Sede para evitar la explosión de la guerra. Al frente de la Secretaría de Estado figuraba el cardenal francés Jean Villot (que fallecería pocos meses después), y Agostino Casaroli era, desde hacía algunos años, secretario del que entonces se llamaba Consejo para Asuntos Públicos de la Iglesia. En la Nunciatura de Santiago de Chile estaba desde los primeros meses de 1978 Angelo Sodano, y en la de Buenos Aires, monseñor Pio Laghi (recientemente fallecido); mientras la nación chilena estaba representada ante la Santa Sede por el embajador Héctor Riesle, en la argentina el embajador era Rubén Blanco.

Juan Pablo II, mediador

Los episcopados de Argentina y de Chile, así como numerosas personalidades políticas de ambos países, se dirigieron a Juan Pablo II –que había sido elegido dos meses antes– para pedirle su intervención y detener la inminente catástrofe. Después de una madura reflexión, Karol Wojtyla pensó que no podía ignorar ese clamor y, a finales de diciembre de 1978, envió a ambas capitales latinoamericanas en misión exploratoria al cardenal Antonio Samoré, un diplomático de la mejor escuela vaticana que en tiempos de Pablo VI había sido secretario de la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, al que acompañaba un joven auditor de Nunciatura, el español Faustino Sainz Muñoz (hoy nuncio apostólico en Gran Bretaña). Al final de su misión y sopesadas todas las circunstancias, la Santa Sede aceptó oficialmente el papel de mediadora, y así lo hizo público en un comunicado del 23 de enero de 1979. No nos compete entrar aquí en la minuciosa crónica de las complejas negociaciones y de las delicadas filigranas que tuvieron que realizar durante cinco años los diplomáticos vaticanos para conseguir sus objetivos.

El 18 de octubre de 1984, en la Casina Pío IV de la Ciudad del Vaticano, se les entregó a los representantes de las repúblicas de Argentina y Chile el texto del tratado que ponía fin al llamado “diferendo austral”, y el 29 de noviembre del mismo año, en la Sala Reggia del Palacio Apostólico, se procedió a la solemne firma del Tratado de Paz y Amistad, que ponía punto final a la controversia entre ambos países y que comenzaba con estas solemnes palabras: “En el nombre de Dios Todopoderoso”.

Bachelet-y-Fdez-2Veinticinco años después y para celebrar tan feliz aniversario, han acudido a Roma la presidenta de la República Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y la de la República de Chile, Michelle Bachelet. Ambas, y las numerosas delegaciones que las acompañaban, fueron recibidas el 28 de noviembre, en audiencias separadas, por Benedicto XVI, que al filo del mediodía se reunió con todos en la Sala Clementina.

“A veinticinco años de distancia –afirmó el Santo Padre en su discurso, pronunciado en español–, podemos constatar con satisfacción cómo aquel histórico evento ha contribuido benéficamente a reforzar en ambos países los ­sentimientos de fraternidad, así como una más decidida cooperación e integración, concretada en numerosos proyectos económicos, intercambios culturales e importantes obras de infraestructura, superando de este modo prejuicios, sospechas y reticencias del pasado. En realidad, Chile y Argentina no son sólo dos Naciones vecinas, sino mucho más: son dos Pueblos hermanos con una vocación común de fraternidad, de respeto y de amistad que es fruto, en gran parte, de la tradición católica que está en la base de su historia y de su rico patrimonio cultural y espiritual”. (Sin citarlo, estas frases se referían al reciente Tratado de Maipú, firmado por ambos países el pasado 30 de octubre.)

“El Tratado de Paz y Amistad –añadió el Pontífice un poco más adelante– es un ejemplo luminoso de la fuerza del espíritu humano y de la voluntad de paz frente a la barbarie y la sinrazón de la violencia y la guerra como medio para resolver las diferencias”. Y en otro punto, indicó que la consecución de la paz “requiere la promoción de una auténtica cultura de la vida” y “también la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños”.

Finalizado el encuentro con el Pontífice, las dos presidentas y su séquito se dirigieron a la cripta de la Basílica de San Pedro para depositar dos coronas de flores ante la tumba de Juan Pablo II, y acto seguido se encaminaron hasta la Casina Pío IV para conmemorar los 25 años del Tratado. En un breve discurso, el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, insistió en que el histórico pacto se debió, sobre todo, “al tesoro común de fe y valores morales que constituye una fuente continua de inspiración para no dejarse vencer por los obstáculos ni permitir que las discordias, la rivalidad o la cerrazón tengan la última palabra, sino la perseverancia incansable en la búsqueda de la convivencia, el respeto y el entendimiento recíproco”.

Mensaje a Bartolomé I

El Papa con el presidente de Peru, Alan Garcia

El Papa con el presidente de Peru, Alan Garcia

Otro asunto relevante esta semana se refiere al ecumenismo. Hace ya años que Roma y Constantinopla se intercambian delegaciones de alto nivel con motivo de las festividades de los apóstoles Pedro (29 de junio) y Andrés (30 de noviembre). Continuando con dicha tradición, el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, viajó a Estambul acompañado por el secretario del citado organismo, monseñor Brian Farrell. Era portador de un mensaje personal de Benedicto XVI al patriarca Bartolomé I.

“En los últimos decenios –escribe el Papa– nuestras Iglesias se han comprometido con sinceridad a recorrer el camino que lleva al restablecimiento de la plena comunión, y aunque no hayamos conseguido aún nuestro objetivo, se han dado muchos pasos que nos han permitido profundizar en nuestras relaciones. Nuestra creciente amistad, nuestra voluntad de encontrarnos y de reconocernos los unos a los otros como hermanos en Cristo, no deberían ser obstaculizadas por quienes siguen atados al recuerdo de las diferencias históricas”.

Como prueba de este recíproco talante ecuménico, Joseph Ratzinger recuerda la reciente celebración en Chipre de la 11ª reunión de la Comisión Mixta Internacional para el diálogo teológico sobre el delicado tema del Primado (ver la noticia en VN, nº 2.681). “La Iglesia católica –afirma el Papa en su carta– entiende el ministerio petrino como un don de Dios a su Iglesia. Este ministerio no debe ser interpretado desde una perspectiva de poder, sino en el ámbito de una eclesiología de comunión como servicio a la unidad en la verdad y en la caridad”.

 

EL ‘NO’ A LOS MINARETES, “UN DURO GOLPE”


Protesta-referendum-SuizaEl resultado del referéndum suizo sobre los minaretes de las mezquitas, celebrado el domingo 29 de noviembre, por el que se prohíbe construir las torres desde las que los muecines invitan a sus fieles a la plegaria, ha sido acogido en la Santa Sede con desagrado y como una prueba de intolerancia religiosa. Así lo reflejaba en una amplia información el diario L’Osservatore Romano –en su edición del martes 1 de diciembre–, titulada “El ‘no’ suizo a los nuevos minaretes perjudica la libertad religiosa”. En ella se recogen amplios extractos de la declaración conjunta de los obispos de la Confederación Helvética, que consideran el resultado de la consulta como “un duro golpe a la libertad religiosa y a la integración”. En unas declaraciones a Radio Vaticano, el secretario de la Conferencia Episcopal Suiza, Felix Gmur, establecía el paralelismo entre los minaretes y los crucifijos: “Las dos realidades reflejan un hecho incontrovertible: la religión no puede ser un hecho privado”. Precisamente, en su alocución dominical a la hora del Angelus, Benedicto XVI recordó a los presentes en la Plaza de San Pedro (muchos de los cuales, miembros de la asociación Movimiento del Amor Familiar, llevaban en sus manos un crucifijo) “el valor religioso, histórico y cultural” del símbolo por excelencia del cristianismo.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.686 de Vida Nueva.

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