Jesús, según el Museo del Prado

Un libro recoge las treinta obras maestras de la pinacoteca madrileña que mejor ilustran los evangelios

'La coronación de espinas', de Van Dyck

'La coronación de espinas', de Van Dyck

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | En el seno del Museo del Prado es posible trasegar el testimonio de Cristo y los distintos episodios de su vida, muerte y resurrección a través de la Historia del Arte. Alicia Pérez Tripiana y Mª Ángeles Sobrino López, profesoras del Gabinete Didáctico de la Fundación de Amigos del Museo del Prado y colaboradoras de Radio María, la recorren en el reciente Jesús en el Museo del Prado (PPC).

Treinta obras, desde Fra Angélico a Matthias Stomer, que, desde el Renacimiento italiano al Barroco holandés, ilustran los evangelios. En ellas, las autoras no sólo desmenuzan la maestría del trazo y composición, sino también –y ésa es una de las grandes aportaciones de la publicación– claves bíblicas que encierran y que la inspiran, en las que ha colaborado el escritor y biblista Pedro Barrado.

Jesus en el Museo del Prado - libro PPC

Portada de 'Jesús en el Museo del Prado'

Pérez Tripiana y Sobrino López ponen, por tanto, cada obra en su contexto artístico, pero también religioso. “La elaboración de este libro ha supuesto un reto, ya que se ha trabajado en comprender y mostrar cada una de las obras en su totalidad”, explican sus autoras. “Para ello, ha sido necesaria una aproximación visual y conceptual que ha ido más allá de la importancia plástica de cada cuadro para profundizar en su contenido simbólico y artístico”.

Así que al punto de vista de la historia del arte han unido el iconográfico, centrándolo en el Jesús de los evangelios. “La historia del arte estudia las obras desde un punto de vista de la forma, en el sentido amplio del término, que incluye todo lo que se refiere a la composición, al dibujo y al color. La iconografía sólo se preocupa del contenido o, si se prefiere, del tema. Aunar ambos fines es el objetivo de este libro, para ofrecer una visión global de la obra”, afirman.

‘Nacimiento de Jesús’, de Hans Memling

‘Nacimiento de Jesús’, de Hans Memling

El “apasionante recorrido” por la presencia de Jesucristo en el Museo del Prado tiene en cuenta, por tanto, que la iconografía cristiana “refleja como un espejo fiel todos los progresos del pensamiento y todos los matices de la sensibilidad humana”.

El atractivo de este libro-guía es no sólo el relato pictórico de los varios capítulos de la vida de Cristo, sino que también transcribe su significado en la época en la que fueron pintados, desde el Pantocrator o Cristo en majestad, del Románico español del primer cuarto del siglo XII, hasta el Expresionismo de Goya en El prendimiento de Cristo (1798).

La disposición de las obras es cronológica, siguiendo el relato bíblico. Y el inicio es, lógicamente, La anunciación, de Fra Angélico, obra clave de la historia de la pintura. “Vemos por un lado el espiritualismo gótico de la escuela sienesa en las figuras de la Virgen y del ángel Gabriel, apareciendo estas figuras góticas enmarcadas ya en una arquitectura plenamente renacentista. A su izquierda, las figuras de Adán y Eva, que abandonan el Edén, responden a una figuración humana plenamente naturalista”, según la descripción de las profesoras. La intención del autor, a veces oculta, es destacar “el papel fundamental de la Virgen María en la historia de la salvación al asociar la anunciación con la encarnación, y ésta con la redención”.

Episodios infantiles

Le siguen La visitación, de Rafael, donde María visita a su prima Isabel (Lc 1,39-56), y el Nacimiento de Jesús, de Hans Memling, elegido entre otros existentes –como los de Baricci, Juan de Borgoña, Senzio, Berretini da Cartona o el propio Velázquez–, que precede a La adoración de los pastores, de Juan Bautista Maíno –de cuya muerte en Roma se celebra este año el 400º aniversario–.

En el Barroco, el tema de la Adoración “resultaba idóneo para acercar la religión al pueblo”, sobre todo desde el lenguaje naturalista de Maíno, uno de los instrumentos más apropiados para difundir el nuevo espíritu del Concilio de Trento, que simplificaba el culto para hacerlo más comprensible. Intención que Rubens, poco después, lleva a su apogeo en La adoración de los Reyes Magos, en donde el pintor alemán muestra a través del dinamismo, de los numerosos contrapostos y de la tensión emocional, el “esperado encuentro con el Mesías, después de un largo tiempo de incertidumbre y búsqueda, en claro paralelismo con el propio camino del cristiano hacia su encuentro personal con Dios”.

Es el mismo que vive Simeón, quien le coge en brazos dentro del Templo poseído por una súbita inspiración en La presentación del Niño Jesús, de Luis de Morales, ‘El Divino’, episodio exclusivamente relatado por san Lucas. El descanso de la huida a Egipto, de Joachim Patinir, y La Sagrada Familia del pajarito, de Murillo, completan los episodios infantiles de Cristo.

‘La sagrada familia del pajarito’, de Murillo

‘La sagrada familia del pajarito’, de Murillo

La disputa de Jesús con los doctores del templo, de El Veronés, sirve de transición hacia el comienzo del ministerio público de Jesús, que comienza, según los evangelistas, con El bautismo, que en la versión de El Greco –la elegida por Pérez Tripiana y Sobrino– está llena de “intensa espiritualidad”.

Desde el Jordán vamos hacia el monte Tabor avanzando hacia el reflejo de la Gloria Divina que representa Giovan Francesco Penni, discípulo de Rafael, en La transfiguración del Señor. Mayor aún es la maestría de El Veronés en Jesús y el Centurión, en el que el pintor veneciano transmite en su monumental composición “un modelo de fe basado en aceptar sin reservas la palabra y el poder de Jesús como Hijo de Dios”.

Un poder que también domina la muerte y que Juan de Flandes expresa en La resurrección de Lázaro, en donde muestra la resurrección como uno de los pilares de la fe cristiana. Si Juan coloca al comienzo de la actividad pública de Jesús la escena de La expulsión de los mercaderes del templo, representada por Bassano El Joven; Mateo, Marcos y Lucas la sitúan al final de la vida de Jesús.

Y es ahí en donde se inserta en la narración del Prado, justo antes de El lavatorio, magistral composición de Tintoretto; La última cena de Juan de Juanes; y la originalísima visión de Tiziano de La oración en el huerto, en donde la presencia de los soldados que se aproximan en la oscuridad anuncian El prendimiento de Cristo, en el que Goya parece ajustarse al evangelio de san Juan, el único de los cuatro evangelistas que habla de la iluminación nocturna de la escena.

‘La Piedad’, de Fernando Gallego

‘La Piedad’, de Fernando Gallego

La Pasión concentra una amplia sucesión de obras extraordinarias entre la vasta colección del arte sacro del Museo del Prado, con una gran presencia flamenca: La coronación de espinas, de Van Dyck, y Cristo presentado al pueblo, de Quintin Metsys. El paréntesis fabuloso de La caída camino del calvario o El pasmo de Sicilia, de Rafael, y el Cristo crucificado” de Velázquez, enlaza de nuevo con el Descendimiento de la cruz, de Van der Weyden, y La piedad o la quinta angustia, de Fernando Gallego, uno de los grandes representantes del gótico hispano-flamenco del siglo XV.

El entierro de Cristo o Santo entierro, de Tiziano; El descenso de Cristo al limbo, de Sebastiano del Piombo, sirven de antesala a La resurrección, de El Greco, y a Noli me tangere, del gran maestro de la escuela de Parma, Antonio Allegri da Correggio, que da nombre al episodio de la aparición a María Magdalena. La incredulidad de Santo Tomás, de Stomer, concluye el relato de Pérez Tripiana y Sobrino López, que cierran, como epílogo, con una ilustración del Apocalipsis: la gloria del Hijo de Dios que se representa en el Pantocrátor o Cristo en majestad, de autor anónimo, e indudable factura castellana, visible en la cripta de la pinacoteca madrileña.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.678 de Vida Nueva.

 

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir