Los obispos del Reino Unido rechazan una ley que permite crear embriones híbridos

(M. Gómez) La opinión pública del Reino Unido asiste desde hace algunos meses a un intenso debate acerca del sorprendente proyecto de Ley sobre Fertilización Humana y Embriología. Se trata de una propuesta del Gobierno laborista de Gordon Brown para ampliar los límites de la actual regulación de la fertilización in vitro, pero que no cuenta con todo el apoyo que Brown querría.

Ante las presiones de tres ministros católicos y varios parlamentarios de su propio grupo, que amenazaron con dimitir si eran obligados a someterse a la disciplina de partido, el primer ministro inglés autorizaba, el 26 de marzo, el voto libre de los diputados (tras su aprobación en la Cámara de los Lores, el proyecto espera, sin fecha, la aprobación de la Cámara de los Comunes).

El presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, cardenal Cormac Murphy-O’Connor, emitió un comunicado asegurando que “el voto libre será bienvenido por las personas de todos los credos o ninguno, que están preocupadas por las implicaciones de esta ley, que va al corazón de lo que significa ser humano”. Y es que el proyecto aborda cuestiones tan controvertidas como la experimentación científica con embriones humanos, la modificación genética de los embriones (lo que incluye la creación de los llamados ‘bebés-medicamento’), la posibilidad de crear embriones híbridos de humano y animal para la investigación de enfermedades genéticas o la supresión de una cláusula actual que requiere tener en consideración, ante las peticiones de tratamientos de fertilización in vitro, la necesidad de que el niño tenga un padre.

“Francamente desconcertados”, los obispos se han manifestado muchas veces contrarios a este proyecto. Mario Conti, arzobispo de Glasgow y presidente de la Comisión Conjunta Católica de Bioética de Gran Bretaña e Irlanda, ha reclamado “sistemas éticos maduros”, frente a las opiniones médicas y científicas que hasta ahora han dominado el debate público. Afirman que la investigación científica es “bienvenida y necesaria” pero no se puede contemplar “la deliberada creación y destrucción de la vida humana”.

 

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