Tribuna

Setién, la pastoral del teorema

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La muerte de José María Setién, acaecida el pasado 10 de julio, suscita interés en los medios de comunicación, fundamentalmente porque la actuación de quien fue obispo de San Sebastián (1979-2000) resultó polémica y suscitó rechazo y apoyo no solo en su diócesis, sino en España en general. No soy especialista en su labor pastoral, pero le traté desde niño y me piden alguna reflexión desde este punto de vista.
Mi experiencia personal me hace pensar que era un hombre muy frío, en el que los afectos, aparentemente, influían poco. Recuerdo una ocasión en la que le informé de que su hermano Isidro, casado con una prima carnal mía y con cinco hijos, sufría una enfermedad incurable y con rápido desenlace. Me consta que se encontraban muy unidos, pero disimuló imperturbable cualquier reacción. Tengo la sensación que esta frialdad marcó su vida pastoral y sus relaciones humanas con sus familiares y feligreses.
Era hombre de derecho, de principios abstractos, teoremas y poco dado al encuentro interpersonal, a las relaciones afectuosas, al cariño para con quienes sufrían o se sentían solos o maltratados. Fue un clérigo solitario, no por el celibato, sino por carácter, y no aprovechó la cercanía de sus seis sobrinos ni de tantos otros diocesanos que le hubieran acercado a las innumerables periferias dolorosas que conformaban su diócesis. Era un buen intelectual y un buen sacerdote, pero desde joven le resultó difícil conectar con la gente.
Es conocida la grave carencia de seminaristas en su diócesis, pero rechazó inapelablemente alternativas, ciertamente no entusiasmantes, aunque tal vez hubieran sido capaces de aligerar la situación. Mantuvo un discurso más jurídico y político que pastoral, y pienso que esta fue la causa más polémica y más odiosa de su pontificado, su relación con los familiares de los asesinados por ETA, su política sobre los funerales, su aparente equidistancia. Tal vez todos sufrían, pero solo unos eran las víctimas de ese injusto sufrimiento. En cualquier caso, en temas de corazón y de conciencia, el juicio final y certero solo lo tiene Dios.
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