En pie contra la guerra sucia en Colombia

La Corporación Claretiana Norman Pérez recibe amenazas por denunciar matanzas de campesinos e indígenas

entierro de un líder juvenil indígena en Colombia guerra sucia

Entierro de un líder juvenil asesinado el 6 de marzo de 2016 en Soacha

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | En un baile de apariencias en el que a veces lo que se presenta como cierto no es sino representación, puede ocurrir lo que ha sucedido en Colombia durante años: “Llegan soldados o paramilitares a una región donde viven campesinos e indígenas, y matan a varios de ellos. Luego cogen los cadáveres y los visten con uniformes de guerrilleros a los que en teoría dicen enfrentarse. El resto de la población huye asustada y malvende sus tierras. Estas acaban en manos de personas poderosas con intereses cercanos a los de esos soldados o paramilitares”.

La cara cada vez menos oculta de la llamada “guerra contra el terrorismo” deja cifras como estas: diez millones de hectáreas usurpadas a sus legítimos dueños, ocho millones de desplazados, 70.000 desaparecidos, la existencia de fosas comunes con hasta cien cadáveres o más de 6.000 inocentes asesinados por la policía, el ejército y los paramilitares (la Fiscalía colombiana reconoce la existencia de 3.000).

De paso por Madrid para participar en la Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas (este 12 de febrero se celebra su Jornada Nacional), institución que apoya sus proyectos con las etnias indígenas waüpijiwi y yamaleros en el extremo oriental de Casanare, en la Amazonía colombiana, el laico claretiano Jaime Absalón León abandona por unos días su rutina de lucha bajo las amenazas. En conversación con Vida Nueva, cuenta cómo impulsó en 1996, junto a varios compañeros, lo que hoy es la Corporación Claretiana Norman Pérez, en la que laicos y religiosos acompañan a indígenas y campesinos, tanto en el impulso de sus comunidades como en la defensa de sus derechos frente a quienes tratan de usurparles su tierra.

“Entonces –recuerda– éramos diez y yo era seminarista. En un momento de grandes matanzas y de desplazamientos masivos, íbamos en grupos a las misiones rurales marcadas por el conflicto para estar con la gente. En 2003 pudimos crear una casa de acogida para atender a los desplazados, hasta entonces atendidos en los seminarios”. Como le gusta decir, la de este movimiento social siempre ha sido “una evangelización en clave de derechos humanos, no formal”. (…)

Publicado en el número 3.022 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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