La ‘lectio divina’, encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente

Una práctica en diálogo con el Evangelio

portada Pliego Lectio divina abril 2015 2938

NURIA CALDUCH-BENAGES, Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) | El título que he escogido para este Pliego se inspira en unas palabras del Mensaje Final del Sínodo de la Palabra del 2008 que fueron retomadas por el papa Benedicto XVI en la exhortación apostólica Verbum Domini (cf. núm. 87). Y es que la lectio divina fue, junto con la homilía y la animación bíblica de la pastoral, uno de los temas estrella del Sínodo. Fue abordado en las relaciones sobre los cinco continentes, en las intervenciones de trece padres sinodales e incluso en una sesión especial fuera de programa.

Mucho se ha hablado y se sigue hablando sobre esta práctica religiosa, que se remonta a los primeros siglos del cristianismo y que alcanzó su máximo apogeo en la época patrística y en el seno del monacato primitivo. Y mucho se ha publicado y se sigue publicando sobre la lectio divina. Ahora bien, lo importante es que se siga practicando, que cada vez sean más numerosas las personas que dediquen un tiempo de su agenda a la Palabra de Dios, a leerla, escucharla, meditarla (ya sea de forma individual o en grupo) y a respirar su aire fresco y renovador.

Antes de presentar concretamente la práctica de la lectio divina, tratando de responder a las siguientes preguntas: ¿cómo se hace?, ¿qué pasos hay que seguir?, ¿qué condiciones se requieren?, vale la pena ahondar en su misma naturaleza: ¿cómo se podría definir?, ¿cuáles son sus rasgos esenciales? A ello dedicamos la primera sección del Pliego.

¿En qué consiste la ‘lectio divina’?

Orígenes (185-254 d.C.) fue el primero en mencionar la lectio divina en sus escritos. En una carta dirigida a su discípulo Gregorio (más tarde padre de la Iglesia conocido como Gregorio el Taumaturgo), utiliza la expresión griega theia anagnosis, que equivale a decir lectura que tiene por objeto la Sagrada Escritura; por eso se la considera divina. Aunque en esta epístola Orígenes no pretende establecer la metodología de la lectio divina, lo cierto es que de manera informal indicó sus rasgos fundamentales: dedicación a la Biblia, estudio del texto, intimidad con Cristo y actitud orante.

A estos rasgos cabría añadir el carácter sacramental, pues “la lectura privada de la Escritura ha de considerarse como una preparación o prolongación de la lectura litúrgica, y por esto participa de la eficacia sacramental que la Palabra de Dios tiene cuando se lee solemnemente en una celebración sagrada”.

Así se expresa Hilari Raguer, monje benedictino del monasterio de Montserrat, quien continúa su reflexión diciendo: “Independientemente de los pensamientos y afectos que te hayan podido venir durante la lectio, aunque el fragmento leído sea árido y no te haya suscitado ningún sentimiento o afecto fervoroso, tienes la certeza de que en aquellos momentos Dios te hablaba y estabas en contacto con él. Esto no lo da ninguna otra lectura”.

Por lo que me consta, en nuestra lengua se suele usar la expresión lectio divina. Sin embargo, de un tiempo a esta parte se prefiere hablar de lectura orante o creyente, de lectura rezada o meditada, quizás para evitar las connotaciones de carácter intelectual o académico que el término lectio lleva consigo.

Por supuesto, nada tiene que ver la lectio divina con las lecciones o clases que se imparten en las escuelas, institutos o universidades. Su ámbito no se sitúa en la academia, sino a nivel de fe.

La lectio divina tampoco es, como algunos creen, una simple reflexión o comentario en torno a la Palabra, un decir algo sobre el texto que hemos escogido para la lectura. Las personas que en ella participan no aspiran a grados o títulos ni tampoco pretenden incrementar sus conocimientos bíblicos. Lo que desean es obtener una mayor familiaridad con la Palabra, un diálogo vivo con Dios, un profundo conocimiento de Cristo y su Evangelio.En definitiva, quieren profundizar, crecer y comprometerse en la fe a nivel personal y comunitario.

Pliego publicado en el nº 2.938 de Vida Nueva. Del 25 de abril al 1 de mayo de 2015

 

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