Francisco convoca un Jubileo para reavivar el Concilio

El Año Santo Extraordinario de la Misericordia conmemorará el 50º aniversario de su clausura

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Año Santo de la Misericordia: todo lo que hay que saber

ANTONIO PELAYO (ROMA) | Francisco es el Papa de las sorpresas. Cuando todos le suponían enfrascado en estudiar la reforma de la Curia o en cómo hacer frente a los que intentan “liquidar” la autenticidad de la consulta sinodal, el 13 de marzo anunció la celebración de un Año Santo Extraordinario. El que ha definido como Jubileo de la Misericordia se iniciará el presente año con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, y concluirá el 20 de noviembre de 2016, con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo.

El anuncio tuvo lugar durante la celebración de una liturgia penitencial para la Reconciliación, que congregó en la basílica vaticana a varios miles de fieles y en el curso de la cual Jorge Mario Bergoglio fue oído en confesión por uno de los capellanes vaticanos, sentándose luego él en el confesionario para administrar el sacramento de la Reconciliación a varios fieles.

Al final de su homilía, el Santo Padre hizo su anuncio –que se sumó al de la convocatoria de la iniciativa 24 horas para el Señor, una jornada a nivel mundial que, del 27 al 28 de marzo, hará que al menos una iglesia de cada diócesis esté abierta para que los fieles se acerquen a recibir el sacramento de la Reconciliación– y, confiando la organización del Jubileo al Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, que preside Rino Fisichella, deseó que se convierta en “una nueva etapa del camino de la Iglesia en su misión de llevar a todas las personas el Evangelio de la misericordia”.

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Francisco durante la audiencia general del miércoles 11

“Estoy convencido –añadió– de que toda la Iglesia, que tanta necesidad tiene de recibir la misericordia porque somos pecadores, podrá encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la que todos estamos llamados a dar consolación a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No olvidemos que Dios perdona todo, y Dios perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón. Confiamos desde ahora este Año a la Madre de la Misericordia, para que dirija su mirada a nosotros y vele nuestro camino; nuestro camino penitencial, nuestro camino con el corazón abierto, durante un año, para recibir la indulgencia de Dios, para recibir la divina misericordia”.

El anuncio coincidió con el segundo aniversario de la elección del papa Francisco y, por lo tanto, con el inicio del tercer año de su pontificado. Siendo ya significativa esta coincidencia, lo es aún más que el Año Santo de la Misericordia comience en el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1965. “Será, por tanto –explicaba una nota informativa de la Santa Sede–, un impulso para que la Iglesia continúe la obra iniciada con el Vaticano II”. Como observa en el Corriere della Sera (15 de marzo) el historiador Alberto Melloni, “en el cincuenta aniversario del fin del Vaticano II, vuelve a hacerse sentir una tendencia a minimizar el Concilio o a hacer su elogio. A los que lo juzgan con estas categorías, Francisco les ofrece con el Jubileo una hermenéutica de la misericordia que la Iglesia, según las palabras inaugurales del papa Roncalli, usa como una medicina, prefiriéndola a las armas de la severidad”.

El último Año Santo Extraordinario lo convocó san Juan Pablo II en 1983 para conmemorar los 1.950 años de la Redención (el anterior había tenido lugar en 1933, por iniciativa de Pío XI, con motivo del 19º centenario de la Redención). Francisco no ha hecho esta convocatoria con ocasión de un acontecimiento de particular importancia, sino que, como recoge el comunicado vaticano, “pone en el centro de la atención al Dios misericordioso, que invita a todos a volver hacia Él. El encuentro con Él inspira la virtud de la misericordia”.

Se trata, como subraya el veterano vaticanista del Corriere Luigi Accatoli, de un caso único en la historia bimilenaria de la Iglesia. “Convocando un Año Santo en recuerdo del Concilio –escribe– , sorprende a los que se oponen a él en cuanto que hace un llamamiento al pueblo invitándole a actos tradicionales (peregrinación a Roma, indulgencias) y, al mismo tiempo, les propone la novedad del Concilio”.

Un pontificado breve

Como hemos señalado, el día del anuncio coincidía con el segundo aniversario de la elección del arzobispo de Buenos Aires como sucesor de Pedro. Bergoglio quiso marcar la fecha concediendo una amplia entrevista a la cadena mexicana Televisa; concretamente, a su corresponsal en el Vaticano desde hace muchos años, Valentina Alazraki, a quienes todos los colegas respetamos y queremos. De la amplísima charla –que L’Osservatore Romano ha publicado íntegramente en su edición con fecha del 14 de marzo–, los medios han recogido la respuesta de Francisco sobre la impresión de que es “un papa que tiene prisa”.

“Tengo la sensación –responde Bergoglio– de que mi pontificado será breve. Cuatro o cinco años. No sé, dos o tres. Bien, dos ya han pasado. Es como una sensación un poco vaga. Se lo digo, tal vez no. Es como la psicología de quien juega y cree que perderá para no verse después desilusionado. Y si vence, está contento. No sé lo que es. Pero tengo la impresión de que Dios me ha puesto aquí para algo breve, nada más. Pero es una sensación. Por eso dejo siempre abierta la posibilidad”.

Cuando la corresponsal mexicana le insiste sobre si él seguirá el ejemplo de Benedicto XVI, el Papa responde: “Yo creo que el papa Benedicto ha abierto un puerta. Hace setenta años, no existían los obispos eméritos. Hoy tenemos 1.400. Se ha llegado a la idea de que un hombre, después de los 75 años, más o menos esa edad, no puede llevar el peso de una Iglesia particular. Creo que Benedicto, con gran valentía, ha abierto la puerta a los papas eméritos. No hay que considerar a Benedicto como una excepción, sino como una institución. Tal vez será el único por mucho tiempo, tal vez no será el único. Pero es una puerta abierta desde el punto de vista institucional. Hoy el papa emérito no es una realidad extraña, sino que se ha abierto la posibilidad de que pueda existir”. Dicho esto, Francisco descarta la posibilidad de que se fije la edad de 80 años como fecha límite para el mandato papal, porque “una cosa como esa, previsible, no sería buena”.

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El abrazo entre Francisco y una mujer

Es una entrevista amplia, como hemos dicho, y llena de noticias e ideas nuevas. Recogemos algunas de ellas que nos parecen más prominentes. Estas, por ejemplo, sobre el cónclave: “Los periodistas decían que, como máximo, yo era un kingmaker, es decir, un elector, un gran elector que habría indicado a alguno. Y yo estaba tranquilo. Ha comenzado la primera votación, el martes por la tarde; la segunda, el miércoles por la mañana; la tercera, el miércoles antes de la comida… Sí, yo tenía algunos votos, pero como en un depósito… Pero nada en realidad hasta ese mediodía. Y después ha sucedido algo, no lo sé. Durante la comida ha sucedido algo extraño. Me hacían preguntas sobre mi salud, cosas de ese tipo… Y, cuando volvimos por la tarde, todo estaba hecho. Con dos votaciones, todo se acabó. O sea que también para mí ha sido una sorpresa. ¿Qué me ha sucedido? En la primera votación, cuando he visto que la situación era irreversible, tenía junto a mí al cardenal Hummes, que es un grande… Se me acercó y me dijo: ‘No te preocupes, así actúa el Espíritu Santo’. Me ha hecho sonreír. Después, en la segunda votación, cuando se alcanzan los dos tercios, se aplaude siempre. En todos los cónclaves se aplaude. Y él me besó y me dijo: ‘No te olvides de los pobres’. Y yo comencé a pensar y a repensar, y eso es lo que me llevó a escoger el nombre de Francisco… Sentía una gran paz y diré que incluso una cierta inconsciencia. Para mí, ha sido un signo de que Dios lo quería. La paz hasta hoy no la he perdido. Es algo interior, como un regalo”.

A su vez, el Papa habla sobre las resistencias en la Curia, que reconoce que existen: “Las cosas tienen que salir fuera, ¿no? Siempre hay puntos de vista diferentes, son legítimos. Quiero que salgan fuera y se digan, es decir, que se digan a la cara, que se tenga la valentía de no callar. Y nunca, nunca, nunca, lo digo ante Dios, desde que soy obispo, he castigado a nadie por haberme dicho las cosas a la cara. Estos son los colaboradores que quiero”.

La periodista le pregunta si los tiene, y la respuesta papal es escueta: “Aquí sí los hay, ya los he encontrado… Bastantes, diría que bastantes. Los hay, y hay otros que no tienen valentía, que sienten miedo. Pero hay que darle tiempo al tiempo. Yo apuesto por la parte buena de las gentes. Todos tienen más de bueno que de malo”.

Colecta de Viernes Santo

En otro orden de cosas, la persecución y el asesinato de cristianos en diversas partes del mundo es un fenómeno que preocupa a la Santa Sede y al Papa personalmente en grado sumo. “Con dolor, con gran dolor –dijo el domingo 15, tras el ángelus–, me he enterado de los atentados terroristas de hoy contra dos iglesias en la ciudad de Lahore, en Pakistán, que han provocado numerosos muertos y heridos [ver p. 41]. Son iglesias cristianas. Los cristianos son perseguidos. Nuestros hermanos derraman su sangre solo porque son cristianos. (…) Imploro al Señor que esta persecución contra los cristianos que el mundo intenta esconder acabe y haya paz”.

Si los atentados en Pakistán, Nigeria y en otros países son casi cotidianos, la situación en Siria, Irak, Líbano o Jordania se hace cada vez más insostenible por el número altísimo de víctimas y por las cifras de prófugos, que ya superan los millones. Lo recuerda el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, al anunciar la colecta anual que se realiza en todo el mundo el Viernes Santo en favor de estos hermanos nuestros perseguidos.

Se benefician de estas ayudas Jerusalén, Palestina e Israel, Jordania, Chipre, Siria, Líbano, Egipto, Etiopía y Eritrea, Turquía, Irán e Irak. Según la ONU, cada día, 20.000 personas son obligadas a huir abandonando su casa y sus bienes a causa de la violencia, de las guerras o de la miseria.

En el nº 2.934 de Vida Nueva

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